(3) LOS ODIOSOS OCHO, de Quentin Tarantino.

AISLADOS POR LA TORMENTA
He aquí el esperadísimo regreso de Quentin Tarantino a la gran pantalla, tras su incursión en el western con Django desencadenado (2012). Debió gustarle mucho la experiencia porque el director, guionista y productor estadounidense insiste en un género que demuestra conocer reelaborando sus códigos y convencionalismos en un fascinante ejercicio estilístico que le ha dado fama a nivel mundial. Como viene siendo habitual en su filmografía, su octavo largometraje no nos sorprende por la complejidad argumental sino por su estilo inconfundible que lo distingue como autor.
Para los que todavía no lo conocen, las señas de identidad de Tarantino podrían resumirse fundamentalmente en seis: 1) el tratamiento explícito de la violencia; 2) la inyección de abundantes dosis de humor negro que brotan en las situaciones más inesperadas; 3) la pirotecnia verbal en forma de chispeantes diálogos; 4) la detallada descripción de ambientes; 5) el aumento progresivo de la tensión narrativa que suele terminar en un clímax fulminante, y 6) la acertada elección e inteligente uso de acompañamiento musical que enfatiza las imágenes. En el caso que nos ocupa, contando con la participación del ilustre compositor y director de orquesta italiano Ennio Morricone, creador de las bandas sonoras más galardonadas de la historia.
No era necesario, a estas alturas, desglosar sus constantes cinematográficas, pero lo que realmente vende este sujeto es eso: estilo. Para un sector del público puede resultar repetitivo y previsible, tanto en aspectos formales como narrativos, pero se debería reconocer que su evolución como cineasta no pasa por la ruptura sino por el perfeccionamiento. Los odiosos ocho alcanza, en mi humilde opinión, una depuración estilística casi insuperable.
El film transcurre, salvo un escueto prólogo a modo de contextualización, en el claustrofóbico espacio de una posada solitaria. En resumen: un veterano cazarrecompensas traslada a una fugitiva para entregarla a la Justicia. Por el camino, se encuentran con dos desconocidos: un antiguo soldado negro de la Unión convertido en cazarrecompensas de mala reputación, y un renegado sureño que afirma ser el nuevo sheriff del pueblo al que se dirigen. Como una ventisca está a punto de alcanzarlos, se refugian en la Mercería de Minnie, una parada para diligencias de un puerto de montaña. Cuando llegan allí, en lugar de recibirlos su dueña se topan con cuatro misteriosos personajes…
La historia es, en síntesis, un duelo colectivo a muerte, pero la existencia de abundantes personajes, cada uno con intereses y motivaciones diferentes, complica la trama, configurándose un relato casi detectivesco que reta al espectador a adivinar quién se enfrentará a quién, por qué razón y cuándo. Una especie de Diez negritos en versión Far West que se sustenta en abundantes e ingeniosas réplicas y contrarréplicas para lucimiento del equipo actoral. De hecho, la película es tan estática y verbal que parece estar concebida para la representación escénica, y ya se han publicado noticias en diversos medios USA que hablan de una futura obra teatral basada en ella.
Algunos han querido ver en Los odiosos ocho una parábola sobre el origen y el desarrollo de la cultura norteamericana, a tenor de la diversidad étnica y social de los individuos retratados. Incluso una lección de historia que destapa varios de los episodios más abominables de la historia de Estados Unidos: la esclavitud y la Guerra Civil. Creo sinceramente que no era esa la intención de Tarantino, sino mostrar con evidente complacencia su buen oficio a la hora de contar historias. Es un narrador remarcable, y lo sabe.
Pero, tal y como advertía en mi crítica de su anterior película, de la misma manera que reconozco las virtudes de este creador singular, debo advertir también de sus defectos: el principal es que es tediosamente redundante y desmesurado en labores descriptivas, lo que afecta al metraje que estira como un día sin pan. Y, por otra parte, la violencia llevada al paroxismo deriva en una simple caricatura coreografiada, resultando gratuita e innecesaria aunque forme parte de la marca Tarantino.
Mención aparte merece la magnífica labor interpretativa del equipo artístico, formado por numerosas estrellas de Hollywood. Todos ellos destacan encarnando a una nutrida fauna de almas miserables que, en el fondo, representa el ignominioso cimiento demográfico que, paradójicamente, acabó convirtiendo aquel país en lo que es hoy.
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