LOS GÉNEROS CINEMATOGRÁFICOS (VIII): LA COMEDIA (4ª PARTE)

LA ÉPOCA DORADA DE HOLLYWOOD
Antes de empezar con las películas, permitidme un comentario sobre algo que no tiene nada que ver con esta sección, pero que si no lo suelto ahora se me va a olvidar, que me conozco.
Hace unos días, en un ejercicio de autocomplacencia no exento de masoquismo, me leí de un tirón los diecisiete artículos que llevo publicados en Vanavisión. Y me di cuenta de que el lector —o lectores, si más de uno hubiere— puede sacar la impresión de que soy un tipo al que no le interesa el cine posterior a los años ochenta, que a todo lo rodado después no vale la pena dedicarle ni un minuto de atención. Y no es así.
Es verdad que desde hace bastante tiempo mi mujer y yo vamos menos al cine, pero lo que nos ha alejado de las salas —además de los precios— son las salas en sí, esos multicines fríos, vacíos, (en ocasiones estamos completamente solos, porque la película que vamos a ver no es de las que arrastra público o vamos a una sesión en versión original) pero en realidad no estoy al margen del cine que se hace. La televisión e internet coadyuvan también a mantenerme al día.
En Hollywood, afortunadamente, todavía queda en activo gente de mi quinta, o casi: aún están ahí, Steven Spielberg, Clint Eastwood, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Woody Allen, Roman Polansky —aunque Polansky no sé si puede entrar en Estados Unidos— y algunos más. Y la generación siguiente: los Cohen, Tim Burton, Quentin Tarantino, David Lynch; y Jarmusch, Nolan, Wang y el resto de realizadores de cine indie, gracias sean dadas a Robert Redford y a su famoso festival, ¡Viva Sundance!
Y vemos bastante cine español, sudamericano y europeo. Vamos por lo menos un par de veces al mes a la única sala de sesión continua que permanece abierta en nuestra ciudad. Ponen dos películas de reciente estreno, generalmente ajenas a los booms de taquilla, cuesta 3’50 euros —a nosotros solo 3, porque tenemos carné joven, como me dice el taquillero, que se parece un huevo a Ricardo Darín— y nos mantenemos al día. Aunque las películas no siempre valgan la pena, solo el hecho de ver la sala a tope ya nos produce satisfacción. En fin, que no soy tan fundamentalista como doy a entender en alguna crónica ¿vale? Pero el objetivo de estos trabajos es el que es: cine clásico hollywoodiense. Gracias por leerme.
SÁTIRA SOCIO-POLÍTICA
1- Sopa de ganso (Duck soup, 1933), de Leo McCarey.
Aunque no le hubiera prometido a mi nieto incluirla, acabo de verla por enésima vez y puedo afirmar que Sopa de ganso estaría igualmente aquí por méritos propios, nos brinda una hilarante coña marinera sobre la alta política, las relaciones entre Freedonia y Sylvania y la guerra entre ambos países. Entra de lleno en esta selección. Por cierto, el título en español es traducción literal del original inglés, pero en EEUU duck soup se usa para decir “está tirado” o “está chupao” en el sentido de “es muy fácil”.
No fue bien recibida en su estreno. El productor Irving Thalberg atribuyó la mala acogida a que no había una historia de amor, como en los cuatro films anteriores de los Marx. Pero el tiempo la ha puesto en valor, como ha ocurrido con otras muchas películas. Ahora suele aparecer en los top ten de las mejores comedias y en 1985 fue incluída en el National Films Registry.
Es el único film de los Marx dirigido por Leo McCarey, que ya se había fogueado en el cine cómico dirigiendo ocho veces a Stan Laurel y Oliver Hardy en los años 27, 28 y 29. De hecho, fue McCarey quien “inventó” al gordo y el flaco. Tras Sopa de ganso, McCarey se hizo más formal y salvo una excepción (La vía láctea, con Harold Lloyd en 1936) se dedicó a la alta comedia, y alcanzó la gloria con la oscarizada Siguiendo mi camino (1944) y su secuela, Las campanas de Santa María (1945). Después se desinfló bastante. Solo rodó 5 films en 17 años, que pasaron sin pena ni gloria excepto Tú y yo, 1957, con Cary Grant y Deborah Kerr que era un remake, plano por plano, del que rodó dieciocho años antes con Charles Boyer e Irene Dunne. Rectificar es de sabios: en el artículo sobre la comedia romántica, al final, entre los títulos relevantes de Leo McCarey, puse a Cary Grant de pareja de Irene Dunne en el primer Tú y yo. La memoria me jugó una mala pasada, la confundí con La pícara puritana (1937), que sí que eran ellos dos. No suelo fiarme de la memoria y cuando lo hago, me pasan estas cosas. Lo siento: me he equivocado y no volverá a ocurrir, como decía el otro.
Una curiosidad de Sopa de ganso: a los diez minutos y cincuenta segundos empieza una secuencia en Sylvania con la bandera nacional ondeando al viento seguida de una foto fija de la capital. La postal que utilizaron para este plano corresponde a la bonita villa granadina de Loja.
Enseguida aparece el malo o sea, el embajador de Sylvania en Freedonia —un jovencísimo Louis Calhern— con un tipo alto y delgado que le explica que ha fracasado en su misión. Bueno, pues el conspirador es nuestro viejo amigo Leonid Kinskey, el camarero de Casablanca al que Bogart llamaba cariñosamente ruso loco y al que nos encontramos hace dos crónicas como uno de los siete sabios —el que menos interviene— de Bola de fuego. Aquí le pasa lo mismo: la escena dura treinta segundos y ya no vuelve a salir.
2- Caballero sin espada (Mr. Smith goes to Washington, 1939), de Frank Capra.
Cuando Capra rueda su película más premiada y elogiada por la crítica, Sucedió una noche (It happened one night, 1934) lleva ya 12 años y 22 películas en su haber; si quitamos los slapstick con Harry Langdon y para Max Sennett, de todas las demás nos podemos olvidar. En cambio, a partir de entonces, como si los 5 oscars más codiciados —película, director, actor, actriz y guión— y el reconocimiento como mejor película del año del Natinal Board of Review (N.B.R.) le hubieran espoleado, rueda cinco filmes estupendos, cito solo los títulos en España: El secreto de vivir (1936), Horizontes perdidos (1937), Vive como quieras (1938), Caballero sin espada (1939) y Juan Nadie (1941). Desde el 42 al 45 abandona el cine de ficción para rodar documentales de propaganda bélica, algunos muy estimables, aunque en 1944, además de tres de ellos, todavía saca tiempo para filmar Arsénico por compasión. Finalizada la guerra, reanuda su actividad con la película más vista de la historia del cine: ¡Qué bello es vivir! (1946) que, como el turrón ese, vuelve a casa todos los años por Navidad. Este año más, porque cuando estoy escribiendo esto me entero de que la Ser anuncia la emisión el día 25 de diciembre de una versión para radio de la que se ha encargado Eduardo Mendoza, que dirige José Mª Pou. Estará bien. Dos años después rueda El estado de la Unión, con Spencer Tracy y Katherine Hepburn y después otros tres títulos, a los que hay que añadir tres mediometrajes de animación de divulgación científica y otro documental de encargo sobre programas espaciales, Rendezvous in space (1964), su último trabajo.
Gran parte del cine de Capra plantea una crítica light al american way of life, con una dosis de moralina que deja claro que, a pesar de todo, Estados Unidos es el mejor país, su bandera la más chachi piruli y los norteamericanos los más altos, los más guapos y los más demócratas del mundo mundial.
Capra es un maestro, no cabe duda, en la estela de Lubitsch y a veces tan brillante como Wilder o Cukor, pero le pierde su americanismo de emigrante italiano agradecido. La trayectoria de este Mr. Smith en Washington, como el John Doe de Juan Nadie, el George Bailey de ¡Qué bello es vivir! o el Mr. Deeds de El secreto de vivir, víctimas de las injusticias del sistema hasta la penúltima secuencia, es bonita, pero poco creíble. Estas películas se parecen unas a otras hasta en el título: el original de El secreto de vivir es Mr. Deeds goes to town.
James Stewart extraordinario, como siempre, recibió el premio de la crítica. A su lado el plantel de actores habituales en el cine de Capra, rayando a la altura habitual.
11 nominaciones y una sola estatuilla a Lewis R. Foster por el mejor argumento. Este fue el año de Lo que el viento se llevó, que se alzó con 10, entre ellos los principales, a los que Caballero sin espada aspiraba.
3.- Historias de Filadelfia (The Philadelphia Story, 1940), de George Cukor.
UNA DE LAS MEJORES PELÍCULAS, así, con mayúsculas, de la historia del cine. Pero este género —la comedia sofisticada, sustentada en un brillante guión, con unos diálogos ingeniosos y afilados, que satiriza sin acritud el tan manoseado american way of life, películas como Vivir para gozar, también de Cukor, Sabrina, de Wilder y algunas de Capra o de Preston Sturges— suelen ser ninguneadas por la crítica sesuda. La comedia, para ser tomada en consideración, tiene que ser feroz o, por lo menos, agridulce. Tiene que ser Eva al desnudo (luego hablaremos de ella) o El apartamento. Si es simpática, si no lleva suficientes dosis de mala leche, no se la considera grande. Pero como yo no soy un critico sesudo, reivindico mi derecho a poner Historias de Filadelfia, o La costilla de Adan, o Vive como quieras entre las grandes, no solo en el subgénero del screwball.Presumo que la pelicula es suficientemente conocida como para no tener que hablar de su argumento, y sobre sus tres protagonistas —Cary Grant, Katharine Hepburn y James Stewart— también he escrito ya lo mío, así que voy a limitarme a comentar dos de mis temas favoritos: los secundarios y los Oscar.
El plantel de actores y actrices de reparto que arropan a los tres citados es inmejorable, empezando por una guapísima —y cáustica— Ruth Hussey, que fue nominada al Oscar, luego veremos porque se quedó sin él. Roland Young, el pícaro tio Willie, otro de los actores mayores imprescindibles para este tipo de papeles, pellizcando el trasero de toda dama que se le ponga a tiro, aunque se trate de su propia sobrina. Y Virginia Weidler como Dinah, la hermana pequeña de Tracy Lord —la Hepburn— una deliciosa chiquilla de catorce años —su edad real al rodar el film— en su mejor interpretación. Esta chica intervino en 19 películas desde el 33 al 43, es decir, desde que tenía ocho años hasta los diecisiete, y ahí lo dejó. Y no volvió a tener contacto con el mundo del cine, más bien huyó de él.
La película tuvo 6 nominaciones: película, director, actor principal, actriz principal, actriz de reparto y guión adaptado. Consiguió el de mejor actor para James Stewart y mejor guión adaptado para Donald Odgen Stewart —no, no eran parientes—. El de mejor actriz, como en muchas ocasiones, nos hace dudar de la ecuanimidad de la Academia. Además de la Hepburn, eran candidatas Bette Davis por La carta, un thriller colonial dirigido por William Wyler en el que estaba soberbia y Joan Fontaine por Rebeca, probablemente su mejor trabajo. Pues bien: the oscar goes to… Ginger Rogers por Espejismo de amor, un melodramón de mucho cuidado, ni siquiera recuerdo al director, donde solo tenía que poner cara de sufrir mucho todo el tiempo. A Cukor y a Ruth Hussey se los levantaron John Ford y Jane Darwell con Las uvas de la ira. Nada que objetar: Ford dirigió la adaptación que hizo Nunally Johnson de la novela de Steinbeck con su habitual maestría y Jane Darwell colmó de humanidad el papel de la madre de Henry Fonda. El guión de Johnson también estaba nominado. Aqui le ganó la partida Odgen Stewart.
4.- El gran dictador (The Great Dictator, 1940), de Charles Chaplin.
Dudaba: ¿El gran dictador o Tiempos modernos? He pasado una tarde analizando las dos y, aun reconociendo que prefiero la ácida crítica al maquinismo industrial y al capitalismo salvaje de Estados Unidos de la segunda, me he decantado por incluir esta parodia tragicómica del fürhrer y el duce, porque el gran impacto y la repercusión que tuvo en su momento y sus vicisitudes con la censura en toda Europa se merece este homenaje.
Yo comprendo que a un espectador actual quizás le aburra ese largo discurso del barbero al final, con su excesiva carga de moralina democrática. Pero en su época, en los países con hambre de democracia, que, como España, no pudieron verla hasta siete lustros después, por razones obvias, nos ponía la carne de gallina. El otro discurso, el de Adenoid Hinkel al principio, en su falso alemán exaltado y macarrónico, es descacharrante, como lo son las secuencias con la policía por la calle del ghetto, con Paulette Godard —que por cierto, está guapísima— repartiendo sartenazos a diestro y siniestro o el afeitado que le hace Chaplin a un acojonado cliente, al ritmo de la Danza húngara nº 5, de Brahms. Notable también la secuencia en la que Hinkel se marca una especie de ballet con un gran globo terráqueo.
Cinco nominaciones, en el mismo año en que concurrió Historias de Filadelfía, pero El gran dictador se volvió de vacío. Las nominaciones eran a mejor película, mejor actor, mejor guión original, mejor música original, los cuatro con Chaplin como candidato, el de música con la colaboración de Meredith Wilson. La quinta era para mejor actor de reparto, Jack Oakie, divertidísimo en su papel de Benzino Napaloni, parodia de Benito Mussolini, como su nombre indica. Pero estaba también en el bombo el Juez Roy Bean de El forastero, es decir, Walter Brennan. Mala suerte.
5.- Luna nueva (His Girl Friday, 1940), de Howard Hawks.
Segunda adaptación al cine de The front page (1931), la pieza teatral de Ben Hecht y Charles MacArthur. La primera la rodó con el mismo título y el mismo año del estreno teatral Lewis Milestone, con Adolphe Menjou y Pat O’Brien en los papeles principales. En España se llamó Un gran reportaje. Tras Luna nueva, aún hemos podido ver dos versiones más: la también estupenda Primera plana (1974) de Billy Wilder, e Interferencias (Switching Channels, 1989) de Ted Kotcheff, que traslada la acción al mundo de la televisión y adopta el cambio introducido en Luna nueva por su guionista, Charles Lederer, convirtiendo en mujer y exesposa del redactor jefe al reportero que pretende dejar el trabajo para casarse. Así, el papel que en Luna Nueva interpreta Rosalind Russell, reportera del Morning Post y exmujer del redactor-jefe Cary Grant, en Interferencias corresponde a Kathleen Turner, exmujer del director de informativos de Satellite News Network, Burt Reynolds y su mejor reportera. El poco agradecido papel de novio, que en Luna nueva interpretaba Ralph Bellamy, en Interferencias corre a cargo de Cristopher “Superman” Reeve.
No conozco la primera versión, pero me atrevo a afirmar que Luna nueva es la mejor de las cuatro, seguida de cerca por Primera plana, probablemente donde mejor funcionó el tándem Lemmon/Matthau, que compartieron cartel nada menos que 11 veces, 3 de ellas para Billy Wilder.
El estupendo guión de Lederer no te deja ni un momento de respiro y la irónica causticidad de todas las situaciones es letal. Si la prensa —y no solo la sensacionalista— sale mal parada, la política y los métodos del gobernador, el alcalde y el sheriff pensando en las próximas elecciones son para mear y no echar gota. Y los ardides de Walter Burns —Cary Grant— para evitar que Hildy Johnson —Rosalind Russell— abandone el periódico son repugnantes, pero divertidísimos. Los diálogos del aquelarre de redactores de sucesos de los distintos medios en la sala de prensa de la Oficina del sheriff, antológicos. ¡Cuánta mala leche junta!
En fin, otra obra maestra a añadir a las que ya han ido asomando a estas columnas del maestro Howard Hawks.
6.- Los viajes de Sullivan (Sullivan’s Travels, 1941), de Preston Sturges.
La casualidad ha hecho que coincida la preparación del comentario sobre esta extraordinaria comedia con la visita de Richard Gere a España para apoyar el estreno de Invisibles (Time out of mind, 2014) de Over Moverman, en la que interpreta a un indigente en el New York actual. Gere cuenta que para meterse en la piel del personaje pasó algunos días viviendo como un “sin techo”, durmiendo en centros de acogida y mezclándose con los autenticos beggars.
Eso es lo que pretende hacer Sullivan —Joel McCrea—, un director que está llenando las arcas de los estudios y sus propios bolsillos —enseguida vemos que vive en una de esas lujosas mansiones de Hollywood, con mayordomo y ayuda de cámara— filmando comedietas intrascendentes en los años convulsos de la Gran depresión. Siente cierto remordimiento por hacer ese tipo de cine mientras hay gente muriéndose de hambre.
Al objeto de documentarse para hacer un cine social, decide conocer el mundo auténtico y no el artificial en que se mueve habitualmente, entre los estudios y Sunset Boulevard y hace lo mismo que ha hecho ahora Gere, vestirse con harapos y, con diez centavos en el bolsillo, irse a recorrer las zonas deprimidas, subirse a los vagones de los trenes de mercancías, dormir a la intemperie o en albergues de acogida.
Tras dos o tres divertidas peripecias acompañado por una chica disfrazada de mozalbete, que conoce accidentalmente y que aspira a ser actriz —Veronica Lake, muy guapa aquí— decide dar por terminado el experimento. Realiza una última incursión entre los indigentes, para repartir unos cuantos dólares entre ellos, y entonces la historia da un giro de 180º: un tipo lo sigue con un tablón, le golpea, le roba hasta las viejas botas y se da a la fuga. Sullivan despierta amnésico a causa del estacazo e irascible, le sacude a un policía y es condenado a varios años de trabajos forzados. El caco, en su huída, acaba bajo las ruedas de un tren. Sullivan, en previsión de algún accidente, llevaba una tarjeta cosida a una suela y como el cadáver está irreconocible, le dan por muerto. El alcaide del manglar donde cumple su condena es una mula parda y desde el primer día la toma con él. Lo pasa muy mal, el pobre. Tampoco es un paseo para los demás reclusos, claro. Un día los llevan a la iglesia cercana y les proyectan primitivos cartoons del ratón Mickey. De entrada, Sullivan, que para entonces ya ha recuperado la memoria, pero no puede hacer nada, no le permiten telefonear ni enviar ningún mensaje y la persona que dice ser está oficialmente muerta, no comprende las francas carcajadas que provoca en sus compañeros el dibujo, pero acaba disfrutando como ellos con los gags de Mickey Mouse.
Una ingeniosa treta le saca de presidio: confiesa haber matado a Sullivan. Su foto acaba apareciendo en la prensa y siendo vista en Hollywood. La moraleja a la que llega el film es que lo mejor que pueden hacer los cineastas es conseguir que la gente se ría, por muy mal que lo esté pasando. La risa es la terapia.
En resumen, la mejor comedia de un maestro del género, Preston Sturges, admirador y discípulo aventajado de Lubitch y padre de la screwball comedy. El N.B.R. la incluyó en 1942 entre las diez mejores películas del año.
7- Ser o no ser (To be or not to be, 1943), de Ernst Lubitsch
Hablando del Papa de Roma… De nuevo nos topamos con el genio, el creador de una forma de hacer comedia que, aunque tuvo multitud de seguidores e imitadores, jamás consiguió ninguno alcanzar la elegancia, la picardía, el “toque” del maestro. Puede que se acerque un poco Wilder y tal vez en un par de ocasiones Sturges, pero todo el mundo, empezando por Wilder, Sturges, Preminger y acabando por Woody Allen reconoce que el toque Lubitsch es inimitable. En su diccionario Fernando Trueba dedica 8 páginas (de la 316 a la 323) al toque Lubitsch. Ved lo que escribe, nada más empezar: En la pared de su despacho, justo frente a su mesa, allí donde cada vez que levanta la vista no tiene más remedio que verlo, Billy Wilder tiene colgado un cartel de casi dos metros de largo, en el que puede leerse: ¿Cómo lo habría hecho Lubitsch?
Como El gran dictador, Ser o no ser no pudo verse en España hasta bastante después de la muerte de aquel gallego bajito, de voz aflautada. Después de su estreno y el período de exhibición en salas, ha sido objeto de múltiples pases en TV, y aún siguen poniéndola de vez en cuando, así que supongo que todos los buenos aficionados la habrán visto, por lo menos una vez, y habrán disfrutado con las peripecias en la Varsovia ocupada del primer actor y director polaco Joseph Tura —Jack Benny— su casquivana esposa y primera actriz María Tura —la siempre bella y elegante, pero sosita para mi gusto, Carole Lombard—, y toda su compañía de teatro clásico, entre los que destaca Felix Bressart, actor fetiche de Lubitsch, que tiene una secuencia magnífica, recitando para despistar a la gestapo el famoso monólogo de Shylock en El mercader de Venecia, “si nos pinchais ¿no sangramos? Si nos haceis cosquillas ¿no reimos? Si nos envenenais ¿no morimos?”, su sueño nunca antes realizado, porque su estatus en la compañía Tura es el de figurante, a menudo sin frase. Ahí tenemos también a nuestro viejo conocido Sig Ruman, dotando de gran comicidad al malvado coronel Erhardt.
Ser o no ser suele figurar en todas las listas que la crítica saca a la luz de vez en cuando entre las diez mejores películas de todos los tiempos y a mí me parece muy bien: es la más divertida y demoledora sátira contra Hitler y el nazismo jamás contada. Lubitsch en estado puro.
La miopía —o algo peor— de los miembros de la Academia queda patente de nuevo: solo optó al Oscar a la mejor banda sonora Werner R. Heymann, pero se lo llevó el gran Max Steiner por La extraña pasajera, un drama romántico dirigido rutinariamente por Irving Rapper que cocinó la Warner a la mayor gloria de Bette Davis.
8.- Eva al desnudo (All about Eve, 1950), de Joseph L. Mankiewicz.
Pues… hablando de la Papisa de Roma, aquí la tenemos, en la que fue probablemente su mejor interpretación, esa Margo Channing en la cumbre de su carrera teatral, amenazada por las estudiadas y certeras zancadillas que va poniéndole Eva Harrington —Anne Baxter, también en su mejor papel—, una aspirante a actriz dispuesta a todo para conseguir sus objetivos: hacerse con el premio anual Sarah Siddons a la mejor actriz lo más pronto posible. Yo admiro profundamente a Bette Davis. En sus casi cien películas, sin contar sus intervenciones en TV, no consigo recordar ni una sola en que su interpretación no fuera sobresaliente, en los dos sentidos: por extraordinaria y porque sobresale y ensombrece a sus compañeros de reparto, se llamen Henry Fonda o Leslie Howard o Humphrey Bogart; solo se la ve a ella. Habiendo hecho explícitas en capítulos precedentes mis preferencias en cuanto al sexo débil se refiere, confío en que se entienda que mi admiración por este animal cinematográfico no es igual a la que me inspira Marilyn Monroe, por ejemplo.
Todo acerca de Eva, que sería la traducción literal del título inglés, es uno de esos milagros que raras veces ocurren. Una conjunción de factores, desde el pluscuamperfecto guión del propio Mankiewicz al que no le falta ni sobra una sola coma, pasando por su magistral dirección de actores que avala el resultado obtenido con las dos protagonistas y con los otros siete personajes que llevan el peso de la acción; no me resisto a citarles a todos: Thelma Ritter es Birdie Coonan, la asistenta de Margot, su Pepito Grillo, la única que cala a Eva desde el primer momento; Hugh Marlowe, el dramaturgo Lloyd Richards, que cae de pies y manos en la telaraña que le tiende Eva; Celeste Holm, otra magnífica secundaria, interpreta a su mujer Karen, responsable inicial e involuntaria de todo lo que va ocurriendo después; Gary Merrill es el director y pareja de Margot, Bill Sampson —a raiz de este rodaje la Davis y Merrill comenzaron una relación que duraría hasta 1960—; George Sanders, el poderoso y peligroso crítico Addison de Witt, repugnante personaje, clave en el desarrollo de la acción, que se presenta en la fiesta que da Margot para celebrar el regreso a Hollywood de Bill con una explosiva Marilyn Monroe —miss Caswell— según él, “graduada en la Universidad de Artes escénicas de Copacabana”. Y Gregory Ratoff, el productor Max Fabian, con su úlcera a rastras, pidiendo bicarbonato continuamente. Este actor de origen ruso hizo una discreta carrera como director, un total de veinte films entre los que destacan los dos que rodó con Ingrid Bergman, los primeros papeles de la actriz en Hollywood: Intermezzo (Intermezzo, a love story, 1939) con Leslie Howard, remake de su ultimo éxito en el cine sueco y Los cuatro hijos de Adán (Adam had four sons, 1941). Ese mismo año rodó un film the aventuras con Douglas Fairbanks jr. de protagonista, Justicia corsa (The Corsican brothers, 1941) que por lo menos aquí en España tuvo mucho éxito.
14 nominaciones, 6 estatuillas: Mejor película, dirección, guión adaptado —una muy libre versión de un relato de Mary Orr, The wisdom of Eve—, actor de reparto —George Sanders—, sonido —W.D. Fick y Roger Heman— y vestuario en blanco y negro —Charles LeMaire y Edith Head—. La otra triunfadora este año, con 11 nominaciones y 3 estatuillas fue El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950), de Billy Wilder.
9.- Un, dos, tres (One, Two, Three, 1961), de Billy Wilder.
Hablando de… —me está gustando esto de encadenar el final de una reseña con el principio de la siguiente. Lástima que ya estemos terminando—. El título que me había propuesto tratar en este bloque era El apartamento. Aunque hubiera encajado perfectamente como comedia romántica, preferí incluir Sabrina y dejar El apartamento para este capítulo de sátira social, pero un par de cosas me han hecho cambiar de opinión: una, que en la primera crónica que publiqué en Vanavisión, que versaba precisamente sobre Billy Wilder, comenté cinco películas y El apartamento era la primera de ellas. No quiero repetirme más de lo necesario; y dos, que hace unos días volví a ver este Un, dos, tres y la encontré fresca, trepidante y tremendamente divertida. Me apetecía incluirla.
En cualquier caso, vaya por delante que El apartamento es una de las cinco mejores películas de toda la historia del cine, para mí y para muchos cinéfilos —Carlos Boyero, por ejemplo— pero yo ahora quiero hablaros de este jefe de ventas de Coca-Cola en el Berlín occidental, C.R. MacNamara, un James Cagney en estado de gracia, que a sus sesenta y dos tacos lleva a cabo un envidiable derroche de vitalidad y energía. Hay que estar muy atento para captar al completo sus parrafadas llenas de causticidad… bueno, de mala baba, para que andarnos con eufemismos; porque las suelta a una velocidad de vértigo y empalma unas con otras sin solución de continuidad. ¡Y está en pantalla y gritando prácticamente todo el metraje de la película!
El guión, del propio Wilder con I.A.L. Diamond, adaptando una obra teatral del dramaturgo húngaro Ferenc Molnár es perfecto, lleno de gags descacharrantes que, como la verborrea de MacNamara, no te permiten dejar de reir. A ello contribuye también la magistral puesta en escena de Wilder. Aquí es más patente que en ninguna otra de sus películas la influencia de Lubitsch: los tres representantes del Berlín oriental son tan parecidos a los rusos de Ninotchka, que si no supiéramos que se trata de un homenaje de Wilder a su maestro, podríamos creer que estamos ante un plagio descarado. Apartemos de nuestras mentes tan turbias ideas.
Incluída por el N.B.R. entre las 10 mejores películas del año. Oscars: una nominación a la mejor fotografía en blanco y negro para Daniel L. Fapp. Se lo llevó Eugen Shuftan por su soberbio trabajo para El buscavidas (The Hustler, 1961) de Robert Rossen.
Abandonamos la guerra fría y nos pasamos a la caliente, porque nuestro siguiente y último título es:
y 10 – M.A.S.H. (M*A*S*H, 1970), de Robert Altman.
Me parece que solo la he visto una vez, cuando la estrenaron, hará más de 40 años. Mi búsqueda en Ono y en las plataformas que ofrece Internet ha sido infructuosa, es una de las pocas películas con que no me he hecho, de un modo u otro. Así pues, tendré que confiar en mi memoria y en datos que voy pescando de aquí y de allá.
Esta ácida, irreverente y blasfema historia de las andanzas de un equipo de cirujanos en Corea —MASH es el acrónimo de Mobile Army Surgical Hospital, Hospital Quirúrgico Móvil del Ejército— parece estar muy lejos del cine de Frank Capra, pero en cierto modo, y reconociendo que la virulencia de Altman está, en efecto, en las antípodas del “buen gusto” de Capra incluso en las situaciones más dramáticas, Altman también salva al sistema. Los gamberros protagonistas son unos excelentes cirujanos y cuando hay que dar el callo, sin perder su macabro sentido del humor, se dedican a salvar vidas de heridos en combate con una maestría y una eficiencia dificilmente superables. Claro que el patriotismo no parecía ser el móvil de su abnegada entrega, sus continuas bromas, a veces de pésimo gusto sacaban de quicio al personaje que interpretaba Robert Duvall y a la enfermera jefe, creo, una exuberante Sally Kellerman, víctima de la gamberrada más sangrante, cuando la dejan en pelota picada a la vista de toda la compañía al levantar las cortinas de la ducha con ella dentro.
Me parece que M.A.S.H. fue mi primer encuentro, no solo con Altman, sino también con Donald Sutherland y Elliott Gould. Mi admiración por el director no ha decaído en todo este tiempo, ni siquiera después de su muerte. Reconozco que algunos de sus experimentos más audaces pueden resultar infumables para gran número de espectadores, pienso en El volar es para los pájaros (1970), Buffalo Bill y los indios (1976), Quinteto (1979) o incluso Popeye (1980), pero a mi me gusta verlos —puede que solo una vez— y admiro su valentía al abordarlos. Y hay en su filmografía ocho o diez obras maestras como Un largo adiós (1973), su libérrima adaptación de la novela de Raymond Chandler, de nuevo con Elliott Gould dando vida a un memorable Marlowe o Vidas cruzadas (1993), encadenando relatos del otro Raymond, Carver. Para mí, su mejor obra.
En cuanto a los dos actores, también he seguido su trayectoria con desigual entusiasmo: con Sutherland me he divertido en sus papeles gamberro-bélicos similares en cierto modo al de M.A.S.H.: Doce del patíbulo, de 1967, y Los violentos de Kelly, de 1970. Le he admirado igualmente en interpretaciones menos frívolas: el Jesucristo de Johnny cogió su fusil (1971), o el fascista sádico y cobarde de Novecento (1976).
Nunca defrauda. En cuanto a Gould, aparte de los dos filmes de Altman, nunca me ha interesado demasiado. De hecho, he estado perdiéndole la pista y encontrándomelo de nuevo en TV, como padre de alguien en una serie o recientemente, de nuevo en la gran pantalla, en las secuelas de La cuadrilla de los once, y los doce, y los trece… No me gustaron las pelis y no me gustó él. Me quedo con el original de Lewis Millestone, con el clan Sinatra al completo.
5 nominaciones, entre ellas a mejor película y mejor director, pero la Academia prefirió dárselos a la también bélica, pero mucho más “correcta” Patton de Franklin J. Schaffner. M.A.S.H. soló consiguió el de mejor guión adaptado para Ring Lardner,Jr., de la novela de Richard Hooker. Palma de Oro en el festival de Cannes.
Bueno, aquí damos fin a esta serie de trabajos dedicados a la comedia clásica de Hollywood. Es de suponer que habrá quien eche de menos títulos que, a su juicio, se merecen más su inclusión que alguno de los que yo he seleccionado. Y probablemente tendrá razón. Pero, como me parece recordar que ya deje escrito anteriormente, seguro que no están todos los que son, pero sí que son todos los que están.
Con una breve filmografía de otros títulos relevantes —aquí sí que faltan muchísimos, pero tampoco quería ponerme demasiado plasta— despido mis crónicas de momento. Cuando las reanude será con diez títulos de cine clásico de ciencia ficción.
Otros títulos relevantes:
Charles Chaplin
Tiempos modernos (Modern Times, 1936)
Monsieur Verdoux (Monsieur Verdoux, 1947)
William A. Wellman
La Reina de Nueva York (Nothing sacred, 1937)
Ha nacido una estrella (A Star is Born, 1937)
Joseph L. Mankiewicz
Murmullos en la ciudad (People will talk, 1951)
Operación Cicerón (5 Fingers, 1952)
La Condesa descalza (The Barefoot Contessa, 1956)
El americano tranquilo (The Quiet American, 1958)
Blake Edwards
¿Qué hiciste en la guerra, papi? (What did You do in the War, Daddy?, 1966)
George Cukor
Cena a las ocho (Dinner al Eight, 1933)
La costilla de Adán (Adam’s Rib, 1949)
Nacida ayer (Born yesterday, 1950)
Billy Wilder
El apartamento (The apartment, 1960)
Bésame tonto (Kiss Me, Stupid, 1964)
En bandeja de plata (The fortune Cookie, 1966)
Primera plana (The Front Page, 1974)
Frank Capra
Juan Nadie (Meet John Doe, 1941)
El estado de la Unión (State of the Union, 1948)
Un gángster para un milagro (Pocketful of Miracles, 1961)
Ernst Lubitsch
El bazar de las sorpresas (The Shop around the Corner, 1940)
El diablo dijo no (Heaven Can Wait, 1943)
Vincente Minelli
El padre de la novia (Father of the Bride, 1950)
Como un torrente (Some Come Running, 1958)
Dos semanas en otra ciudad (Two Weeks in another Town, 1962)
Stanley Donen
Dos en la carretera (Two for the Road, 1967)
La escalera (Staircase, 1969)
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