(2) STAR WARS: EL DESPERTAR DE LA FUERZA, de J. J. Abrams.

REBOOT GALÁCTICO
Hay días en los que el crítico cinematográfico se enfrenta a algo más que a un protocolario análisis fílmico. Adentrarse en referentes culturales de la talla de La guerra de las galaxias exige, conociendo la magnitud del fenómeno sociológico creado por George Lucas, exquisita delicadeza para no soliviantar al ejército de incondicionales sin renunciar al espíritu crítico que debe guiar la práctica de mi humilde profesión. A esto hay que añadir que uno no es de piedra pues pertenezco a la generación que mitificó esta franquicia, por lo que intentaré no envolverme de los sentimientos y las emociones que seguro comparten los seguidores de este célebre universo cinematográfico.
Star Wars: El despertar de la fuerza es la séptima entrega del épico western espacial protagonizado por Luke Skywalker, Han Solo y la princesa Leia. Algo que, no olvidemos, tiene mérito porque la segunda trilogía, precuela de la original, casi acaba con la saga. Unos personajes deleznables cuya única función era aportar notas cómicas al conjunto —¿alguien echa de menos a Jar Jar Bings?—, estrafalarios argumentos para justificar la existencia de “la fuerza” —los dichosos midiclorianos—, una nefasta elección de actores —Hayden Christensen, principalmente—, una trama romántica inverosímil y sin química alguna, una transformación forzada del protagonista y una estética artificiosa de videojuego saturada de efectismo digital son los funestos ingredientes que muchos guardaremos para siempre en nuestra memoria.
Era necesario, por tanto, un relanzamiento que impulsara esta epopeya galáctica a la altura de las primeras películas. Que reparara daños y recuperara la ilusión aunando lo “viejo” con lo “nuevo” obviando los pecados del pasado. ¿Ahora bien, se consigue este equilibrio? La verdad es que no. La nostalgia juega aquí un papel determinante y casi todo alude a los títulos ochenteros de esta magna historia que sucede hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana. Pero eso no es per se un defecto.
Ciertamente, Star Wars: El despertar de la fuerza funciona como un mecanismo de relojería presentando a los personajes y revelando progresivamente sus afinidades y relaciones. Porque todo, insisto en lo de todo, está conectado con la trilogía fundacional. Como contrapartida, no inventa apenas nada, salvo algunas razas alienígenas desconocidas con anterioridad. No olvidemos que nos encontramos ante un producto sometido a una gran vigilancia, no ya de la propietaria de la marca, que no es otra que Disney. Sino de los millones de espectadores que quieren que todo vuelva a ser como era antes del desmadre midicloriano o el soporífero amorío clandestino entre un joven jedi tentado por el Lado Oscuro y una anodina Padmé Amidala ejerciendo de sufriente enamorada.
La gente quería volver a disfrutar de un héroe ambiguo, borde pero encantador como Han Solo. Y viajar otra vez por el cosmos con el Halcón Milenario. Dicho y hecho. Ahí está un envejecido Harrison Ford que, junto a Carrie Fisher, aporta el tono vintage a la película. Salvo correcciones por aquello de lo políticamente correcto —las mujeres adquieren iniciativa con Rey, la chatarrera dotada de ardor guerrero, y con Leia, asumiendo funciones de mando en la Resistencia; Finn, un soldado de asalto que deserta de la Primera Orden, es el personaje negro que representa a este colectivo—, esta entrega imita o reproduce descaradamente situaciones, lugares y conversaciones de La guerra de las galaxias (1977). Déjà vu absoluto.
Rey ejerce ahora de Luke; Finn de Han Solo; Kylo Ren de Darth Vader. Rey es chatarrera en un mundo desértico y Luke era granjero en un planeta árido. Finn es un piloto que traiciona a los restos del Imperio, declarándose fuera de la ley, como el contrabandista Han Solo. Kylo Ren es un discípulo de Darth Vader que viste igual y usa la Fuerza como él. Tabernas pobladas de llamativos aliens, encuentros casuales, mensajes encriptados que deben entregarse al legítimo dueño, huidas, búsquedas, enfrentamientos… y una nueva y gran Estrella de la Muerte que, cómo no, vuelve a ser destruida. ¿Cuántas veces construirá el Imperio o el régimen sucesor esa gigantesca arma para ser destruida por media docena de cazas rebeldes? ¿Era necesario?
En conclusión, Star Wars: El despertar de la fuerza despertó en mí la alegría de ver renacer una mitología que influyó en mi infancia, haciéndolo además a lo grande. Técnicamente el film es sólido, casi una filigrana. J. J. Abrams despliega una narrativa ágil, sin casi momentos de respiro. La música de John Williams pone los pelos de punta pero resulta demasiado deudora de lo anterior. Pero, reconozcámoslo, el film es un producto comercial que se aprovecha de nuestros recuerdos apelando a la nostalgia. Mucho marketing y poca originalidad. Mucho tiene que mejorar la presente trilogía para igualar los episodios IV, V y VI.
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