(2) EL PUENTE DE LOS ESPÍAS, de Steven Spielberg.

LOS ENTRESIJOS DE LA GUERRA FRÍA
El rey Midas de Hollywood cruza el Telón de Acero en su último film para recrear la gesta real de un circunspecto abogado de Brooklyn que negoció el intercambio de prisioneros entre las superpotencias durante la Guerra Fría. Una historia, por otra parte, muy spielbergiana, pues al cineasta estadounidense le atraen desde siempre las hazañas protagonizadas por personas corrientes pero con un alto sentido de la integridad.
El puente de los espías cumple a rajatabla con todos los requisitos de la marca Spielberg. Las positivas: una película compacta con una factura técnica irreprochable; una puesta en escena meticulosa y realista; una narración sólida que va directa al grano prescindiendo de florituras; un reparto destacable capitaneado en esta ocasión por su actor fetiche, el empático y competente Tom Hanks; y una banda sonora envolvente y sugestiva compuesta por el laureado Thomas Newman. Las negativas: la irritante tendencia al sentimentalismo fomentado desde el punto de vista de uno o varios personajes —infantiles o adultos—, sus inevitables pinceladas patrióticas y un innecesario alargamiento del metraje.
Llama la atención que, pese al título, El puente de los espías apenas se configura como un relato de espionaje a la antigua usanza. Ni siquiera adopta los convencionalismos propios del género: sin dogmatismo ideológico que reduzca a los estadounidenses como “buenos” y a los rusos como “malos” —eso no le impide posicionarse en la confrontación entre bloques, en una efectiva comparación desde la ventanilla del metro de la realidad en uno y en otro—, carece de escenas de acción como la gran mayoría de sagas protagonizadas por agentes secretos —persecuciones, explosiones, tiroteos, peleas, etc.— y no hay motivaciones simplistas como la venganza.
Es más, la Guerra Fría mostrada por Spielberg es más emotiva que política, apelando al espíritu buenrollista de Frank Capra antes que reflejar el arrebato macarthista de la clase política y la sociedad norteamericana. Una primera parte es, tal cual, una crónica de abogados despojada de toda su habitual parafernalia, eso sí todo un canto al Estado de Derecho y a su sacrosanta Constitución, incluso fustigando al protagonista con la ira pública al osar defender al espía comunista en un juicio justo. Su segunda parte traslada la acción al Berlín oriental, donde se produce el mencionado intercambio de prisioneros. Aquí sí hay una trama con más suspense, con una negociación sometida a reglas poco claras, pero lejos de la sofisticación bondiana porque las principales características de James Donovan son su templanza y su humildad. Es, en todo caso, el héroe tranquilo, el que no llama la atención, el que sabe congraciarse con todos y no soliviantar a nadie, ceder poco y obtener mucho.
Tal es así que, tras culminar con éxito la peligrosa misión en Berlín, fue escogido para negociar multitud de canjes a lo largo de décadas de tensa coexistencia entre superpotencias.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.