(1) EL VIAJE DE ARLO, de Peter Sohn.

EL ESPÍRITU DISNEYANO DE PIXAR
Se negará hasta la extenuación, pero el estreno de una película de Pixar se ha convertido en un importante acontecimiento social. Para cualquier progenitor, porque supone pasar una distraída tarde en familia mientras tienes al retoño encandilado. Para el cinéfilo, porque suele marcar un hito en la historia de la animación USA. Y cuando se juntan ambas circunstancias, ya ni te cuento. Sin embargo, en esta ocasión estaba advertido: El viaje de Arlo carece de las cualidades más significativas de Pixar, su “marca de la casa”: su exuberante creatividad, su incuestionable componente artístico, su preciado nivel de lectura adulta, y su estimulante faceta crítica.
Efectivamente, desde la adquisición de Pixar por parte de The Walt Disney Company en 2006 asistimos a un pulso incesante entre la libertad y la seguridad; entre la novedad y la tradición; entre la experimentación y la fidelidad al pasado. Los títulos ilustres de Pixar se han cimentado sobre un notorio talento liberado de cualquier atadura, ya sea ideológica o empresarial. En El viaje de Arlo se materializan las viejas fórmulas del Disney más arcaico, dominado por el convencionalismo narrativo y un sentimentalismo conservador y timorato.
La premisa del que parte, no obstante, resulta muy sugestiva: todos sabemos que hace 65 millones de años aproximadamente, un gigantesco asteroide arrasó la Tierra provocando la extinción de los dinosaurios. ¿Qué hubiera pasado si finalmente no hubiera chocado contra nuestro planeta? Adoptando semblantes de western, El viaje de Arlo ubica la acción en ese hipotético escenario, un paraíso terrenal en el que los dinosaurios se han humanizado y los humanos son animales asilvestrados, escasamente evolucionados. Esta inversión de roles juega un importante papel en la creación de situaciones divertidas y momentos de comicidad.
A pesar de que estéticamente nos encontramos ante un producto fastuoso, con un despliegue técnico visual difícilmente superable, tanto el poso de la historia como el diseño de los personajes dejan bastante que desear. Porque, a fin de cuentas, estamos ante el típico relato de superación personal de un “niño saurio” frágil y temeroso que va adquiriendo fortaleza y seguridad en sí mismo a través de un viaje —físico y psicológico— de regreso a casa tras perderse accidentalmente. En ese periplo hacia la madurez conocerá amigos entrañables, como un travieso “niño humano” que le ayudará a alcanzar su objetivo, pero también a malvados personajes que encarnan los peligros y obstáculos inherentes a la vida adulta. Lejos de emocionar, todo resulta previsible: el infantilismo de los diálogos y el abuso de la sensiblería a la hora de manifestar el desamparo del joven protagonista me han recordado los tiempos de Dumbo (1941) y Bambi (1942), sin duda clásicos imperecederos de la factoría del ratón pero modelos obsoletos de animación infantil hoy en día.
En definitiva, El viaje de Arlo no brilla como Los increíbles (2004), Ratatouille (2007), Wall•E (2008) y Up (2009). Aquí ha triunfado la visión más continuista y menos audaz del entretenimiento para niños. Espero que la magia de John Lasseter vuelva a hacer acto de presencia en el próximo film de Pixar.
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