(3) SPECTRE, de Sam Mendes.

EL CREPÚSCULO DE LOS ESPÍAS
Hay que ver qué mal le sentó a James Bond la caída del muro de Berlín. El fin de la Guerra Fría pilló a contracorriente al mítico espía británico, sin duda un producto de su tiempo, quien tuvo que reciclarse para sobrevivir. Y le costó. La etapa interpretada por Pierce Brosnan fue la más discreta de la saga, pues zanjada la dialéctica de bloques y la beligerancia ideológica, el espionaje político —verdadera raison d’être de este personaje—, ya no tenía tanto sentido. Se abría una época de distensión entre países y no era cuestión de eliminar socios y/o aliados comerciales, provocar a los amigos o interferir en los procesos democratizadores de antiguos enemigos. Era necesario un reajuste de su papel en el nuevo orden mundial, apareciendo argumentos que giraban alrededor del espionaje industrial, el tráfico de drogas/armas y, especialmente, el terrorismo internacional. Cajón desastre de cualquier film de espías contemporáneo.
Pero va y se inicia una nueva etapa en la existencia de 007, encarnado por un convincente Daniel Craig, quien con la ayuda de Martin Campbell en la dirección paren un reboot en toda regla del susodicho. Un auténtico arranque de las aventuras del célebre agente secreto en el que, además de enmarcarlo en peligrosas misiones para salvar el status quo actual evitando conflictos bélicos globales o el caos financiero planetario, la trama persigue indagar sobre su vida pasada y su compleja personalidad en un serio intento de humanizar al protagonista. Casino Royale (2006), Quantum of Solace (2008), Skyfall (2012) y ahora Spectre se alejan del ingenuo y rudimentario relato decimonónico de “buenos” y “malos” asociado al contexto bipolar del siglo XX, para ofrecer una faceta más íntima de los personajes e introducir nuevas y variadas motivaciones que van más allá de aspectos puramente formales. Se huye, por tanto, del arquetipo o de la caricatura para configurar una sólida historia de venganzas personales e identidades ocultas que salen a la luz, en el que Bond ya no es un superhombre que ni se despeina, sino un ser humano que sufre, duda, envejece y al que le pesan las heridas recibidas en su larga trayectoria profesional. En ese sentido, se aleja de series cinematográficas más recientes con similar temática y tratamiento, como las de Jason Bourne y Ethan Hunt, las cuales no renuncian al tono circense y a la espectacularidad desmedida.
Sin duda, nos encontramos ante la más crepuscular de las películas de James Bond porque es consciente de que los viejos tiempos pasaron, se aprecia un tono nostálgico y se menciona con frecuencia las nuevas formas del espionaje más acordes con esta época de multipolaridad, globalización e Internet. Ahora la figura del espía se identifica más con un pirata informático contratado por un gobierno para hackear webs institucionales de otros países o de multinacionales para hacerse con información sensible de carácter empresarial y/o tecnológico.
Apoyado en el mismo equipo de guionistas de la anterior entrega, Sam Mendes configura en Spectre un thriller amargo y claroscuro que “cierra” una trama ya abierta en Casino Royale y sugerida en las siguientes películas. Las situaciones descritas y las relaciones surgidas se sustentan en cimientos más complejos, evitando los previsibles clichés. Iniciado con una sensacional escena de acción previa a los créditos, el film narra en paralelo el amenazante desmantelamiento del Mi6, el descubrimiento de una siniestra organización clandestina que atenta contra los agentes “doble cero” y una insospechada conexión entre James Bond y el antagonista, Franz Oberhauser. Todo ello sin faltar las requeridas tramas románticas de alto voltaje sexual, marca de la casa.
El elenco artístico, concretamente los intérpretes que dan vida a los protagonistas, es uno de los activos más importantes de esta producción. Me reafirmo en la opinión de que Daniel Craig es uno de los mejores 007 de la Historia del cine. Pero tanto Léa Seydoux, encarnando a la hija de un antiguo adversario, como Christoph Waltz, en la piel del líder de Spectre, aportan contundencia y poso psicológico a sus personajes. Asistimos a auténticos duelos interpretativos.
El ritmo incansable que impone Mendes a la película, cuya duración casi alcanza las dos horas y media, apenas agota al espectador gracias a un pulido guión parco en florituras, una narración potente y una factura técnica intachable —aunque quizás con media hora menos hubiera alcanzado la categoría de filigrana—. Hay efectos especiales, pero no rompen la verosimilitud en ningún momento. Se agradece que su uso, aquí, sea comedido.
En definitiva, Spectre es una película muy bien hecha, compacta, seria y rigurosa. Un destacable entretenimiento para los amantes del género, especialmente los admiradores del inmortal espía con licencia para matar.
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