(3) EL REY DE LA HABANA, de Agustí Villaronga.

LAS CENIZAS DE LA REVOLUCIÓN
Lejos quedan ya los tiempos de exaltación de la Revolución cubana, con su cine épico de lucha por el socialismo, el bienestar popular y la justicia para todos. Ahora sólo parece posible y honesto un cine dominado por la derrota y el desencanto, lleno de pobreza, picaresca y afán de mera supervivencia. La caída del muro de Berlín, con el cese de ayuda por parte de la URSS y el embargo comercial decretado por los Estados Unidos, fraguaron la gran crisis que afectó especialmente en los años 90 a la Cuba castrista, una etapa que aborda esta coproducción hispano-mexicana adaptando al cine una vigorosa novela testimonial de Pedro Juan Gutiérrez, llamado por algunos “el Bukowski antillano”.
Por su parte, Agustí Villaronga es un osado, singular e inquietante cineasta que, pese a la diversidad de temas y estilos de sus películas, siempre ha hecho caminar a sus personajes por los límites más angustiosos de la existencia: desde la terrorífica Tras el cristal (1986) a la compleja Pa negre (2010) pasando por El passatger clandestí (1995), El mar (2000) y Aro Tolbukhin: en la mente del asesino (2002), entre otras.
El rey de La Habana es una dura y terrible crónica social protagonizada por Reinaldo, un adolescente mulato que malgasta su adolescencia fugándose de un correccional, vendiendo su cuerpo, gozando del sexo y apropiándose de lo ajeno. El film refleja sin concesión alguna los aspectos más crudos y salvajes de la vida cotidiana de una parte de la población de La Habana, la de un barrio de desheredados que deambulan por las calles, a veces sin vivienda, con familias desunidas, sin trabajo ni comida, con violentas relaciones personales, sin acceso a la cultura y a los más elementales principios morales y con la inesperada presencia de la muerte.
Con diálogos rabiosamente auténticos, llenos de palabras malsonantes, e imágenes de decadencia material —casas en ruinas, suciedad, humedad, sudor— y degradación ética, el film refleja fielmente lo que denominamos “lumpen”, aquello situado al margen de los procesos productivos y de las ocupaciones laborales, poblado por parias condenados a perecer en medio de un naufragio generalizado. Recordemos los “olvidados” mexicanos de Buñuel o los niños hindúes del extrarradio urbano.
El rey de La Habana nos muestra a toda una generación sin futuro. En el relato, la ternura y el humor se hallan ocultos, sepultados, por la miseria y la agresividad. Justo como al final, entre montañas de basura. Una pura metáfora.
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