(2) SLOW WEST, de John MacLean.

DEL CLASICISMO A LA POSMODERNIDAD
El western conoció un larga etapa de esplendor desde el cine mudo hasta entonar su glorioso canto del cisne con las, a mi juicio, imprescindibles Los profesionales (Richard Brooks, 1967) y Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969), que marcaron el inicio del declive del género y, poco a poco, su práctica desaparición del mercado. Años más tarde, Clint Eastwood lo resucitó y renovó en Sin perdón (1992), una revisión que supuso el mantenimiento de los elementos narrativos habituales —colonización del Oeste, sheriff, bandidos, caballos, ganaderos y agricultores, tiroteos, indios, el tren, los ranchos, etc.— contemplados ahora desde una nueva perspectiva, con una mirada menos cargada de mitos y más racionalista.
Surge, pues, una versión posmoderna del western que permite ya fundir diversos estilos, transformarlo y darle otros sentidos. Tras sus orígenes y la consolidación del clasicismo pudo ya integrarse el drama, la comedia y la parodia, a veces con discutibles pastiches que muchos confundieron con la originalidad. Últimamente, entre los escasos filmes del Oeste realizados —algunos de ellos simples remakes— podríamos citar por su original planteamiento y lenguaje Dead man (Jim Jarmusch, 1995) hasta llegar a este mucho más previsible Slow West (2015).
Rodado en Nueva Zelanda y galardonado con el Gran Premio del Jurado en el último festival de Sundance, se trata de un film dirigido por un músico británico que creó los grupos The Beta Band y The Aliens antes de decantarse por su afición al audiovisual, primero como director de videoclips y luego de cortometrajes antes de debutar en el largo de ficción con la película que nos ocupa, en la que integró como protagonista a su amigo Michael Fassbender.
Slow West presenta pocas novedades en cuanto a desarrollo argumental. El caso del refinado comerciante inglés que debe sobrevivir en el salvaje Oeste fue abordado por Raoul Walsh en La rubia y el sheriff (1959) y en esta ocasión es un inexperto jovencito escocés el que sigue a su novia y a su suegro por Colorado, donde descubre que ambos viven fuera de la ley y son perseguidos por varios caza-recompensas. John MacLean emplea un lenguaje naturalista, sencillo y directo, sin adentrarse en terrenos expresivos de vanguardia que le pudieran dar un mayor prestigio. Lo que prevalece es el deseo de desmitificar la moral maniquea y los arquetipos habituales del lejano Oeste. Así, el idealismo romántico del muchacho es destruido por la brutal realidad —codicia, violencia y muerte— que encuentra en aquellas tierras.
El dilema que debe resolver el espectador es si esta revisión del pasado que realiza el nuevo western en aras de una mayor autenticidad representa o no un paso adelante en la consideración de este género tan codificado pero también tan dado a los tópicos. Yo me siento tentado a respaldar al maestro John Ford cuando en El hombre que mató a Liberty Valance (1962) sostenía que entre la leyenda y la realidad, el narrador (periodista-cineasta), debería optar por la primera.
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