(2) REGRESIÓN, de Alejandro Amenábar.

HISTERIA COLECTIVA
El prestigio profesional logrado por Alejandro Amenábar le ha permitido integrarse sin dificultad en un ámbito cinematográfico internacional en el que ha podido mantener fama y fortuna a cambio de respetar las exigencias de la gran industria. Esta concertación entre negocio y arte se hace patente en Regresión, una coproducción hispano-canadiense rodada en lengua inglesa, en Toronto, con estrellas del nivel de Ethan Hawke y Emma Watson.
En éste su sexto largometraje, Amenábar ha realizado una mezcla de géneros —terror, thriller psicológico e intriga— con la que ha pretendido elaborar un relato sobre el miedo y los alambicados mecanismos de la mente humana contando con una notable corrección técnica lograda con una foto muy contrastada creadora de ambientes cochambrosos y amenazadores —imitando el cine de los años 70—, con claras referencias a Las brujas de Salem (Arthur Miller), sin renunciar a una serie de recursos narrativos truculentos que, finalmente, buscan reconducir lo misterioso al terreno de la lógica.
Un policía, un sacerdote y un psicólogo son las fuerzas “vivas” que pretenden imponer la cordura en una comunidad dominada por un clima de histeria colectiva, concretamente en un poblado de Minnesota en 1990. Nos informan de que el film viene a reflejar el crispado espíritu de paranoia que se extendió por el Medio Oeste estadounidense en la década de los 80, que la película recrea mediante una serie de sucesos extraordinarios cuyo encaje y explicación no acaban de convencerme pese a los excesos de fanatismo religioso e ideológico que propiciaron tanto el triunfo político de los ultraliberales, conservadores y puritanos, como la iconografía del género de terror que se había convertido en moda del momento.
No resulta fácil evitar ciertas truculencias y lugares comunes en un film confeccionado a base de violencia y sangre, ritos satánicos, suicidios, trastornos mentales, familias conflictivas, abusos deshonestos, alcoholismo, fe compulsiva y retornos imaginarios al pasado. Unos excesos que huelen a operación montada para conjugar el culto al cine de género con una elevada recaudación en taquilla.
He de confesar, de todos modos, que yo sólo salvaría del olvido a media docena de títulos de terror en toda la Historia del Cine. Será porque a los agnósticos y ateos nos cuesta mucho comulgar con los artificios de la irracionalidad y con las truculencias de lo sobrenatural, lo mágico y lo esotérico. Roman Polanski lo dejó claro de forma magistral en La semilla del diablo (1968): generalmente, Dios y el Demonio —los clérigos y los brujos— son las dos caras de una misma moneda. De una misma superchería.
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