(2) MI GRAN NOCHE, de Álex de la Iglesia.

RISAS ENLATADAS EN UN PROGRAMA EN DIFERIDO
El mundo de la TV, especialmente su faceta más sombría y decadente, vuelve a ser materia de estudio del prolífico y carismático Álex de la Iglesia. Si en La chispa de la vida (2011) denunciaba su falta de escrúpulos a la hora de sacar rendimiento del sufrimiento ajeno, su tendencia al morbo y a la truculencia en busca de la máxima audiencia, en Mi gran noche pone de manifiesto el artificio y la manipulación que rodea sus espacios de entretenimiento, todo ello desde el prisma del humor desmadrado. No es gratuita la elección del escenario elegido, el típico programa de Fin de Año, el colmo de la vacuidad intelectual, basado en la sucesión combinada de actuaciones musicales enlatadas y sketches presuntamente cómicos presentados por famosos habituales del medio. La gente que ignora los entresijos de la televisión suele pensar que es un programa emitido en directo y que el público asistente está disfrutando del espectáculo, pero en realidad se trata de un “falso directo” pues está grabado hace meses y los asistentes forman parte del decorado, siendo contratados para simular un estado de felicidad y entusiasmo inexistente en el exterior del estudio.
Mi gran noche es un delirante relato coral ubicado en el interior de un estudio de TV, donde decenas de personajes, llenos de vicios e imperfecciones, se cruzan e interactúan dando forma a un despiadado retrato de la variada fauna del citado mundillo. Así, en un montaje frenético, se entrelazan diversas tramas, cada cual más disparatada: un romance atípico entre dos perdedores; un choque de egos entre estrellas de la música; un estraperlista que intenta sacar tajada; dos chicas que chantajean al ídolo juvenil de turno; un hijo deshonrado en busca de venganza; un admirador enojado que planea un crimen; un productor que oculta un accidente laboral para ahorrar costes y papeleo, etc.
Tiene mérito introducir tantos personajes y situaciones en un film de 100 minutos, demostrando un talentoso manejo del protagonismo coral, de los diálogos chispeantes y del sentido del espectáculo, todo ordenado concienzudamente a través de un notable montaje. Sin embargo, Álex de la Iglesia no crea con Mi gran noche una película que trasciende: nos encontramos más bien ante un simple divertimento. Rodearse de un reparto de lujo —con la intervención estelar de Raphael encarnando una versión maligna de él mismo— y elaborar una sucesión de afortunados gags no son, per se, virtudes suficientes para “parir” una obra remarcable, y menos con un final tan gratificante y convencional como el habido.
De hecho, todas las tramas se “solucionan” a la antigua usanza, estilo happy end hollywoodiense. Después de criticar la falsa apariencia de alegría y de mostrar la cara perversa del negocio —los celos profesionales, los egos hipertrofiados, la hipocresía constante, la artificiosidad del entorno, la espectacularidad como discurso, etc.— la ligereza del mensaje final deja un poso de oportunidad perdida, de cesión a la taquilla y de deriva comercial sin paliativo.
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