LOS GÉNEROS CINEMATOGRÁFICOS (VI): LA COMEDIA (2ª PARTE)

LA ÉPOCA DORADA DE HOLLYWOOD
Si fuese cierto que rectificar es de sabios, yo sería más sabio que nadie. Tres veces he encabezado está crónica con una disculpa por saltarme las reglas establecidas y otras tantas he rectificado la fórmula modificada. Espero que esta que brindo ahora al paciente lector sea la definitiva.
En el apartado de comedia romántica y de acción ofrecía incluir cinco títulos de cada. En cuanto comencé a seleccionarlos vi que era a todas luces insuficiente, por lo que se amplía a diez de cada y, por tanto, dos crónicas en lugar de una. Las entregas restantes van a quedar tal que así:
B) Comedia romántica
C) Comedia de acción y de aventuras
D) Sátira política y social
Así pues, cuatro entregas en lugar de tres, con 10 películas en cada apartado. Entre estas 40 y los anexos con otras relevantes, confío en hacerle llegar al lector una aproximación satisfactoria al género.
LA COMEDIA ROMÁNTICA
1.- Vive como quieras (You can’t take it with you, 1938), de Frank Capra.
La inclusión de esta comedia de Capra también me ha proporcionado dudas y titubeos. Encajaría mejor en el apartado anterior, de hecho la cité entre los títulos relevantes, pero allí estaba por méritos propios Arsénico por compasión (1944).
Aquí debería haber incluído, como comedia romántica de Capra de mayor prestigio y más galardonada de la historia, Sucedió una noche, que se alzó en 1934 con el premio a la mejor película del año del National Board Review y los 5 oscars más codiciados: película, director, actriz , actor y guión. Pero a mí me gusta más esta alocada comedia. Ni siquiera me atrevo a afirmar que sea romántica. Sí, hay chico y chica, acaba bien, pero el romanticismo no puedo asegurar que asome por ningún lado.
Varios de los actores habituales de Capra —James Stewart, Jean Arthur, Lionel Barrymore, Edward Arnold— al servicio de una buena historia… para los hermanos Marx: de los Sycamore, una familia aparentemente desquiciada y un tanto ácrata —seis o siete personas, más otras dos o tres que no son de la familia pero andan siempre por allí, metidos en una casa en la que cada cual hace lo que le apetece, desde fabricar fuegos artificiales o caretas para asustar a bailar ballet— solo la hija, Alice Sycamore, es normal, es decir, más acorde con las convenciones sociales; está enamorada de su jefe que es el hijo del gran jefe de la empresa en que trabaja y es correspondida. La estirada familia del novio va una noche a cenar a la casa de locos, pero al padre de la chica se le va la mano con los petardos, acude la policía… no es para contarlo, hay que verla.
Atención a los secundarios: la excelente bailarina Ann Miller —la más rápida bailando claqué, aunque aquí no luzca esa habilidad, la recordaréis en Un día en Nueva York (On the town, 1949), de Stanley Donen/Gene Kelly, es la estudiante de antropología que liga con Jules Munshin, el tercer marinero— es aquí cuñada de Alice y toma lecciones de ballet de Boris Kolenkhov, un ruso de Omsk (Siberia), muerto de hambre atrasada, que no para de comer mientras dirige las piruetas de la Miller, que baila y baila toda la película, venga o no a cuento. El profesor lo interpreta Mischa Auer un exiliado ruso con una extraordinaria vis cómica. Le vi por primera vez siendo un chaval en Agárrame ese fantasma (1941), luego en Loquilandia (1941), donde también bailaba clásico, pero quizá su mejor interpretación fue esta del profesor de ballet hambriento. En 1955 recaló por España e interpretó al corregidor en La Pícara Molinera, de León Klimowsky (no, no es ruso, es argentino) con Carmen Sevilla y Paco Rabal y Mr. Arkadin, de Orson Welles. Siguió por aquí, haciendo papelitos en Francia e Italia hasta que falleció en Roma en 1967.
Donald Meek —ese señor chiquitín con cara de bueno, el viajante de licores en La diligencia de Ford, recordad que el médico borrachín que interpretaba Thomas Mitchell se le bebía todo el muestrario ¿véis a quién me refiero?— es el que fabrica caretas. Y al final en el juzgado, un actor nacido para hacer de juez, Harry Davenport.
Siete nominaciones a los Óscar de 1938: película, director, actriz de reparto —Spring Byington, la mamá de Alice—, guión adaptado, montaje, fotografía y sonido. Capra gozaba de mucho prestigio en la Academia y se alzó con las dos principales estatuillas: mejor película y mejor director. Bueno, ya está. Muy recomendable.
2.- Ninotchka (Ninotchka, 1939), de Ernst Lubitsch.
En el artículo sobre Lubitsch de la serie Europeos en Hollywood ya dediqué un breve espacio a comentar esta gran comedia del amo indiscutible del género. Probablemente alguien pensará que encajaría mejor en el apartado de sátira política, pero estamos como siempre: allí tiene que ir sin excusa posible Ser o no ser (1942). Y además, Ninotchka no deja de ser también una comedia romántica. Su pareja protagonista, Greta Garbo y Melvin Douglas, que a mi no me entusiasmaban antes de la presente, bajo la batuta de Lubitsch, como si de una varita mágica se tratara, se transforman y nos ofrecen momentos antológicos, tanto cómicos como románticos.
Bueno, hablemos de los secundarios: uno de los tres camaradas comisarios que llegan a París con la misión comercial de negociar la venta del collar de la Gran Duquesa, confiscado por las autoridades rusas, es Felix Bressart, un actor casi imprescindible en los films de Lubitsch. Compañero de James Stewart en la tienda de la esquina de El Bazar de las sorpresas (1940) juega un rol entrañable en Ser o no ser, ya tendremos ocasión de hablar de ello. Otro comisario es Sig Ruman —también con papel destacado en Ser o no ser—. Se le recuerda porque era el receptor habitual de las pesadas bromas de los Marx.
Ninotchka obtuvo 4 nominaciones: mejor película, mejor actriz, mejor argumento —Melchior Lengyel, que un poco más tarde le proporcionaría a Lubitsch la historia para Ser o no ser—, y mejor guión —mis segundos guionistas predilectos, Charles Brackett y Billy Wilder, aquí reforzados con Walter Reisch— pero ¡oh, fatalidad!, el 39 fue el año de Lo que el viento se llevó. No quiero caer en el chiste fácil, pero lo cierto es que menos el de mejor argumento, que fue para Lewis R. Foster por la magnífica historia del film de Capra Caballero sin espada (Mr. Smith goes to Washington), los otros tres se los llevó… Gone with the wind.
¿Dije anteriormente que el jefe de los tres divertidos camaradas era Bela Lugosi, el mejor Drácula de la historia? Creo que sí, pero no está de más recordarlo.
3.- Bola de fuego (Ball of Fire, 1941), de Howard Hawks.
Ya nos hemos acostumbrado a encontrar a Mr. Hawks en todas las crónicas. Ya puedo anticipar que habrá película del maestro en los siguientes artículos. Deliciosa versión de Blancanieves y los siete enanitos —ocho, con Gary Cooper— nacida de una historia de Thomas Monroe y Billy Wilder nominada al Oscar, transformada en guión por ¿lo adivinan?, efectivamente: Charles Brackett y Billy Wilder.
La historia es la siguiente: ocho especialistas en distintas ramas de la ciencia y de la cultura viven en una gran mansión, con un ama de llaves/sargento que los controla con mano dura. Llevan años trabajando en la creación de una gran enciclopedia y el magnate que la sufraga ha fallecido. Bueno, tampoco voy a contar toda la peli.
Menos un viudo, el profesor Oddly (Richard Haydn), todos los demás son solteros y, excepto el profesor Potts (Gary Cooper), talluditos o ancianos directamente. Nos encontramos con viejos conocidos: Oscar Homolka, Henry Travers y los dos camareros del café Rick’s, de Casablanca (1942), S. Z. Sakall y Leonid Kinskey, el ruso loco, como le llamaba Bogart cariñosamente.
La materia del profesor Potts es el lenguaje y cuando se da cuenta de que allí encerrado no progresa en sus investigaciones decide salir a la calle y oir a la gente como un profesor Higgins made in USA. Buscando argot acaba en un cabaret, alli canta Barbara Stanwick, amante del gángster que interpreta Dana Andrews. La policía la busca, tiene que esconderse y ¿dónde mejor que en aquel templo del saber, rodeada de personas respetables? Pasan muchas cosas y al final, contra toda lógica, pero en aras del happy end, se queda con el sabio lingüista. Uno de los gangsters es el gran Dan Duryea.
4 nominaciones —mejor actriz, mejor argumento, mejor banda sonora y mejor sonido— y claro, se quedo sin ninguna estatuilla. Pero Gary Cooper se llevó la suya por Sargento York (Sergeant York, 1941), tambien de Howard Hawks. Estupenda película que optaba a los premios gordos, pero este fue el año de ¡Qué verde era mi valle! (How green was my valley, John Ford).
4.- Encadenados (Notorious, 1946), de Alfred Hitchcock.
Como después de tanta definición y tanta película vista todavía no tengo del todo claro qué es y qué no es comedia, había pensado en incluir aquí Vértigo (1958), porque para mí es una de las más grandes películas románticas de todos los tiempos y sin duda lo mejor de Hitchcock, seguida de cerca por Con la muerte en los talones (1959), de la que sí trataremos más adelante, en las comedias de acción. Mis asesores —bueno, mi asesora— no lo ve tan claro, duda de que Vértigo quepa en el género de la comedia, por muy romántica que me parezca. Y como tiene razón, la cambio por Encadenados, que, al igual que Sospecha (1941), puede, cogiéndola un poco por los pelos, tener cabida.
El género de ambas es, naturalmente, el suspense, pero no voy a estudiarlo, o tendría que saltarme la norma no escrita de incluir un solo film por director, porque me sería muy difícil encontrar nueve títulos fuera de Hitchcock.
A mí Encadenados me gusta mucho. Un estupendo guión de Ben Hetch, nominado al Oscar, nos presenta una trama de espionaje muy original, Mac Guffin incluído —la botella que esconde un peligroso mineral— y una bonita historia de amor que acaba bien. Ingrid Bergman se encuentra aquí en su etapa de mayor esplendor. Y Claude Rains, nominado al Oscar como mejor actor de reparto, que borda su papel de Alex Sebastian, un superviviente nazi exiliado en Río de Janeiro, al que debe espiar Ingrid Bergman, llegando al extremo de casarse con él. Cary Grant, como siempre —o casi siempre— impecable.
Una tontería: hay un tal Dr. Barbosa y resulta que el actor que lo interpreta se llama… ¡Ricardo Costa!, nada que ver, supongo, con nuestro ilustre político local, que no había nacido por aquel entonces. Bueno, es que hace sesenta años, casi.5.- El fantasma y la señora Muir (The Ghost and Mrs. Muir, 1947), de Joseph L. Mankiewicz.
Encantadora película, con un elenco reducido, —todo el peso recae en la pareja protagonista— con muy pocas escenas fuera de La gaviota, la mansión que alquila Gene Tierney, la Sra. Muir, en la costa de Whitecliff por 56 libras, fantasma incluído, el del Capitán Gregg, último propietario, que ha ido espantando a todos los posibles inquilinos, porque espera conseguir que la propiedad se convierta en una residencia para marinos retirados.
La Sra. Muir ha enviudado recientemente y, tras una escena desagradable con su suegra y su cuñada, bastante antipáticas, se larga de Londres con su hija pequeña y su sirvienta.
Los intentos de amedrentarla del Capitán pinchan en hueso. No solo no se asusta, sino que no tarda en confraternizar con él y se inicia una relación casi amorosa, aunque necesariamente platónica, que solo se interrumpe cuando la Sra. Muir empieza una relación de verdad con alguien de carne y hueso —George Sanders—. El Capitán deja de aparecerse y ya no regresará hasta muchos años después, para brindarnos un final de película tan romántico, tan emotivo, acompañado de una extraordinaria banda sonora de Bernard Hermann, el compositor habitual de Alfred Hitchcock, que no es de extrañar que el público sensible suelte unas lagrimitas. Yo lloro siempre, pero yo no cuento, porque soy de lágrima fácil.
Huelga decir que Gene Tierney está bellisima a sus veintisiete años. Hacía 3 años que nos había conquistado a todos encarnando a Laura (Otto Preminger, 1944)
6.- El hombre tranquilo (The quite man, 1952), de John Ford.
Extraordinaria película, obra maestra de Ford, a la que muchos colocan a la altura de sus dos grandes westerns, Centauros del desierto (1956) y El hombre que mató a Liberty Valance (1962). El crítico Carlos Boyero confiesa que es uno de sus tres films favoritos —los otros dos son El apartamento (1960) y El buscavidas (1961)—. Fue considerada mejor película del año 52 por la National Board Review y consiguió dos Oscars de los siete a que optaba: mejor director y mejor fotografía en color, de Winton C. Hotch y Archie Stout.
Todo contribuye a hacer de El Hombre Tranquilo una película redonda: una buena novela de Maurice Walsh, convertida en un sólido guión por Norman S. Nugent y el propio Ford, nominado al Oscar; el pueblecito irlandés elegido, Innesfree, nombre ficticio tomado prestado de un poema de Keats, para bautizar un enclave tremendamente auténtico, en el condado de Galway, donde nacieron los padres de Ford, que le enseñaron desde pequeño a amar aquellas tierras y sus costumbres, amor que está patente en un buen número de sus más de cien películas. Salvo los diez o doce personajes principales, el resto de los papeles es interpretado por las gentes del pueblo; no se si les llegó algun reconocimiento por su labor, pero desde luego tienen el mío.
La banda sonora de Victor Young, que en cada nota evoca a Irlanda, es la principal protagonista del film —fuera de Irlanda, nada de lo que ocurre tendría sentido—; y cobra especial relevancia una balada de Daniel O’Donell, The Isle of Innisfree, inspirada en el poema de Keats citado, Lake isle of Innisfree, que me ha acompañado siempre desde que vi la película por primera vez, hace seis décadas. Con frecuencia, sin venir a cuento, me encuentro tarareándola.
Y los intérpretes, empezando por John Wayne y Maureen O’Hara, que nos encogen el corazón en varias escenas de gran fuerza dramática y nos emocionan en otras deliciosamente románticas. Y un actor que acompañó a Ford desde El delator, en 1935, Victor McLaglen, nominado al Oscar. Y tres habituales más de sus películas: Ward Bond, el pastor protestante —porque en Innisfree hay también un cura católico con poca clientela—, Barry Fitzgerald, divertidísimo en su papel de casamentero y Mildred Natwick, la viuda Sarah Tilane, a la que pretende McLaglen. Obra maestra, en definitiva.
Una cosa más: en 1990 el director español Jose Luis Guerín se desplazó con un equipo de rodaje a Irlanda y estuvo varios días hablando, bebiendo y cantando con los extras supervivientes de El hombre tranquilo, 38 años más viejos. Filmó metraje suficiente para montar un precioso documental de cerca de dos horas que, a los que amamos la película, nos emocionó profundamente. Muy recomendable. Se titula Innesfree.
7.- Vacaciones en Roma (Roman Hollyday, 1953), de William Wyler.
Llegamos con justificado júbilo a nuestro primer encuentro con una actriz clave en la historia de la comedia y con la cual, tras este su primer trabajo en Hollywood, tendremos la fortuna de tropezarnos varias veces más, en está crónica y en las siguientes. Me refiero, naturalmente, a Audrey Hepburn —parece que este apellido en una actriz conlleve una especie de imán para la comedia—.
Circulan versiones dispares en cuanto a su infancia y adolescencia, hasta que recala en Londres después de la guerra con su madre, separada. Datos creíbles: nace en Bruselas, hija de aristócratas holandeses, en 1929; cuando cumple 10 años ocurren varias cosas que cambian su vida, la separación de sus padres, la guerra en Europa, con pérdida de seres queridos —hermanastros, primos— y parece ser que las cosas no van demasiado bien en la economía familiar. Ha estudiado arte dramático y danza en una prestigiosa escuela y su vocación inicial de prima ballerina, se ve frustrada por su excesiva estatura y su extrema delgadez —debida en gran parte a la desnutrición durante el período bélico, pasado en Holanda—. Una vez en Londres empieza a abrirse paso en las pasarelas y a realizar pequeñas incursiones en el cine, en Reino Unido y Francia, 7 películas en los años 1951 y 1952. Dos de ellas las vi, por aquel entonces, Oro en barras (The lavender hill mob, 1951) de Charles Critchton, y Risa en el Paraíso (Laughter in Paradise, 1951) de Mario Zampi, pero no recuerdo a la Hepburn.
No sé qué impulsó a William Wyler, que era también productor, a tomar el riesgo de ofrecer un papel tan relevante a una absoluta desconocida, pero el caso es que acertó de pleno y la carrera en Estados Unidos de la joven belga no podía empezar con mejor pie, recién cumplidos los 23 años. La película fue un bombazo en todo el mundo, la simpatía de la joven y desconocida Princesa conquistó al público y a la Academia, que la premió con el Oscar a la mejor actriz.
La película logró 13 nominaciones, pero estamos como siempre: también llegaba con 13 opciones De aquí a la eternidad, (From here to ethernity, Fred Zinnemann) que se llevó 8, incluídos los premios gordos, película y director. Vacaciones en Roma tuvo que conformarse con tres, el ya citado a mejor actriz, el de vestuario, para la veterana diseñadora Edith Head y el de mejor argumento para Ian Mc Lellan Hunter, que firma también el guión. No les suena en absoluto este señor ¿verdad? Naturalmente, porque no existe: detrás de ese seudónimo se esconde Dalton Trumbo, a quien el Comité de Actividades Antiamericanas, con el Senador Mc Carthy a la cabeza, había condenado al ostracismo. Aquí también fue muy valiente William Wyler, al darle trabajo.
Una excelente comedia romántica, rodada enteramente en Roma y casi toda en exteriores que mantiene, más de sesenta años después, una frescura y un vigor extraordinarios. A la cabeza, desde luego, la debutante: Audrey Hepburn.
Una anécdota: para filmar la rueda de prensa de la Princesa, al final de la película, se invitó a los verdaderos corresponsales de periódicos de todo el mundo a hacer un cameo, y cuando van presentándose, al llegar a la mitad de la fila oímos con claridad: “Cortés-Cavanillas, de ABC de Madrid”, e inmediatamente después de Joe Bradley (Gregory Peck), se presenta “Moriones, de La Vanguardia de Barcelona”.
8.- Sabrina (Sabrina, 1954), de Billy Wilder.
Décima película de Wilder en Hollywood como realizador y primera comedia romántica, al más puro estilo Lubitch con quien había colaborado a finales de los treinta, junto con Charles Brackett en la confección de un par de guiones, —La octava mujer de Barba Azul y Ninotchka— y a quien consideraba su maestro y mentor. Adaptación de una obra teatral de Samuel A. Taylor, Wilder introduce oportunas modificaciones en el argumento para lograr su objetivo: una sofisticada comedia, con unos diálogos románticos unas veces, irónicos otras, siempre al servicio del argumento, que en el fondo es muy sencillo, una especie de Cenicienta con dos Príncipes para elegir, los hermanos Larrabee, el mayor, Linus, que solo vive para aumentar su imperio azucarero (Bogart) y el play-boy, David (William Holden), del que anda enamoriscada la adolescente hija del chófer de la familia, Sabrina (Audrey Hepburn). ¿A que adivinan, aunque no conozcan la peli, con cual de los dos se quedará al final?. Pues eso.
Seis nominaciones y una sola estatuilla, la de mejor vestuario en blanco y negro que fue a parar por segundo año consecutivo a Edith Head. A esta señora la llegada de Audrey Hepburn a Hollywood debió ser como si se le hubiera aparecido la Virgen… y es que, sin restarle ni un ápice de mérito al director ni al guión, ni a todos los intérpretes, ni a la Sra. Head, hay un factor determinante en el gran éxito de la película y no es otro que su protagonista femenina. Audrey Hepburn llena la pantalla desde el principio hasta la estupenda secuencia final en el barco que la lleva de nuevo hacia Europa y el público, que se le había entregado sin reservas en Vacaciones en Roma, renueva aquí sus votos de fervorosa admiración. Y así continuará a lo largo de toda su brillante trayectoria, como iremos viendo.
La gran triunfadora de este año, con ocho de las doce estatuillas a que aspiraba, fue La ley del silencio (On the waterfront), de Elia Kazan.
9.- Mi desconfiada esposa (Designing woman, 1957), de Vincente Minelli.
Gran director, Minnelli. La comedia es uno de los tres pilares sobre los que ha levantado su obra (36 films). Los otros dos son el musical y el melodrama y siempre, sea cual sea el género, haciendo gala de una sensibilidad exquisita en la puesta en escena, hasta el punto de que hoy podemos hablar del “toque minnelli”, de unos decorados minnellianos, de unas cortinas rojas, como si se tratara de una película de Minnelli. Ha creado escuela.
Bien, esta esposa desconfiada, diseñadora de moda, es Lauren Bacall, una de las señoras que hay que añadir a mi cada vez más larga lista de actrices a las que rindo culto.
Si el lector se ha fijado, mi pasión por los intérpretes no está equilibrada, se inclina descaradamente hacia lo que antes se conocía como sexo débil, a los chicos les dedico más bien poca atención. Supongo que es un tic de viejo verde del que a estas alturas me va a costar mucho desprenderme. También habrá notado, si ha leído con atención, que esta pasíón tiene matices: no la expreso del mismo modo al hablar de Marilyn Monroe o Cyd Charisse que al hacerlo de Audrey Hepburn o Gene Tierney. Los adjetivos en que apoyo los elogios cambian. Veis por dónde voy ¿verdad? No se me ocurriría hablar de la pierna de Gene Tierney o el trasero de la Hepburn. Se podría decir que siento una admiración más física, más carnal, en el caso de las primeras y más espiritual, más platónica si queréis, en el de las segundas. Bueno, pues Lauren Bacall, como Ingrid Bergman, está equidistante, con lo cual, pensándolo bien, gozan ambas de una doble admiración por mi parte, me excita su belleza y me encanta su delicadeza, su elegancia.
¡Ah!, la pelí, muy divertida. Y segunda comedia en que nos tropezamos con un actor poco o nada dotado para el género, Gregory Peck.
y 10.- Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany’s, 1961), de Blake Edwards.
Y con el final, llegamos a la más sofisticada, brillante, divertida, sentimental y romántica de todas las comedias. Un excelente relato de cien páginas de Truman Capote transformado de forma magistral por el comediógrafo George Axelrod en un guión redondo, que le valió la nominación al Oscar. Salvo el personaje masculino que interpreta George Peppard, que corresponde al narrador del cuento, al que no se parece en nada, y el personaje de Patricia Neal, que no existe en el libro, el resto de personajes y las secuencias del film se ajustan casi al pie de la letra a los del relato. La historia de amor no es de Capote, pero funciona y me atrevería a afirmar que al escritor también debió gustarle.
Mención especial para la banda sonora y la canción —la inolvidable Moonriver— del gran Henry Mancini, habitual de las películas de Blake Edwards y que obtuvo los dos únicos Oscars de la película que contaba con 5 nominaciones, las tres restantes a mejor actriz (Audrey Hepburn), mejor guión, ya mencionado y mejor dirección artística en color. Pero este fue el año de West side story, Robert Wise y Jerome Robins: 10 oscars, de 11 nominaciones.
Huelga decir que Audrey Hepburn, que en los siete años transcurridos desde Sabrina había ido cimentando su carrera con siete películas, algunas tan relevantes como Guerra y paz (War and peace, 1956) de King Vidor, Ariane (Love in the afternoon, 1957) de Billy Wilder, o Historia de una monja (The nun’s story, 1959) de Fred Zinnemann, ha alcanzado la plenitud de su belleza —32 años por aquel entonces— y es una verdadera gozada verla andar, cantar, fumar, acariciar al gato, robar una careta en una tienda. Haga lo que haga el placer de contemplarla es impagable —por lo menos para mí, claro—. Y me guardo ditirambos para el siguiente capítulo, donde nos la volveremos a encontrar.
Otros títulos relevantes:
Leo McCarey
La pícara puritana (The awful truth, 1937)
Tu y yo (Love affair, 1939)
Siguiendo mi camino (Going my way, 1944)
Las campanas de Sta. María (Bells of St Mary’s, 1945)
Tú y yo (An affair to remember, 1957). Remake de Tú y yo con distinta actriz —han pasado 18 años— pero con el mismo “galán joven”, Cary Grant, ¡que tenía ya 55!
George Cukor
Las cuatro hermanitas (Little women, 1933)
La gran aventura de Silvia (Sylvia Scarlett, 1935)
Romeo y Julieta (Romeo & Juliet, 1936)
La damade las camelias (Camille/Margarita Gautier, 1936)
Mujeres (The women, 1939) – Interpretada exclusivamente por mujeres.
La mujer de las dos caras (Two-faced woman, 1941)
Charles Chaplin
Una mujer de París (A woman of Paris / A Drama of Fate, 1923)
Luces de la ciudad (City Lights, 1931)
Candilejas (Limelight, 1952)
La Condesa de Hong-Kong (A Countess from Hong Kong, 1967)
Howard Hawks
Vivamos hoy (Today we live, 1936)
Nace una canción (A song is born, 1948) – Uno de los habituales auto plagios de Hawks, remake de Bola de fuego, pero que le salió fatal.
Billy Wilder
El vals del Emperador (The Emperor Waltz, 1948)
Ariane (Love in the Afternoon, 1957)
Bésame, tonto (Kiss me, Stupid, 1964)
¿Qué ocurrió entre tu padre y mi madre? (Avanti!, 1972)
Stanley Donen
Una cara con ángel (Funny Face, 1957)
Indiscreta (Indiscreet, 1958)
Frank Capra
Sucedió una noche (It Happened One Night, 1934)
El secreto de vivir (Mr. Deeds Goes to Town, 1936)
Qué bello es vivir (It’s a Wonderful Life, 1946)
Ernst Lubitsch
Un ladrón en la alcoba (Trouble in Paradise, 1932)
Una mujer para dos (Design for Living, 1933)
Ángel (Angel, 1937)
La octava mujer de Barba Azul (Bluebeard’s Eighth Wife, 1938)
William Wyler
La señora Miniver (Mrs. Miniver, 1942)
La heredera (The Heiress, 1949)
Funny Girl (Funny Girl, 1968)
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