(3) IRRATIONAL MAN, de Woody Allen.

EL SENTIDO DE LA EXISTENCIA
Somos legión los admiradores del ingenio y el talento de Woody Allen, demostrado no sólo en las comedias aparentemente intrascendentes sino también en películas más serias —de mayor calado, al menos en apariencia— en las que el autor neoyorquino expone su particular sentido de la vida, influenciado desde muy joven por las obras de Ingmar Bergman y, más tarde, por la lectura de libros filosóficos de Kierkegaard, Nietzsche, Kant, Sartre, Simone de Beavoir y otros.
Rodado en Newport (Rhode Island), Irrational Man es, a mi parecer, un falso drama que tiene como protagonista a un profesor universitario alcohólico, atormentado y deprimido —bien encarnado por Joaquín Phoenix— cuya personalidad cambia por completo —vitalismo, buen humor, curación de su impotencia, éxito con las mujeres, etc.— cuando descubre casualmente los poderes terapéuticos de un plan criminal: el asesinato de un marido desconocido que hace infeliz a su esposa.
En su primera parte, el film presenta a los personajes y plantea las situaciones, con abundantes referencias a los grandes pensadores de la Humanidad, y en la segunda mitad el relato cambia de orientación para utilizar elementos de intriga y materializar aquella cínica afirmación de que el asesinato puede llegar a ser una de las bellas artes. Pero, en el fondo, creo que Woody Allen también ha concebido esta obra como una gran broma —sin alcanzar la profundidad de Delitos y faltas (1989) o de Match Point (2005)— pese a sus continuas referencias a cuestiones trascendentes como la vida y la muerte, el sexo y la culpa, la existencia y Dios, la moral y la felicidad, la infidelidad y los celos, la razón y el azar… aunque esta vez como citas amenizadas por la rítmica música del Ramsay Lewis Trío y la estimulante presencia de Emma Stone, actriz que ya aparecía en Magia a la luz de la luna (2014).
La ironía del cineasta puede ser detectada sin dificultad por los conocedores de su filmografía, de sus obsesiones y de sus métodos narrativos: desde la afirmación de que los filósofos no son más que unos hábiles y presuntuosos charlatanes a la consideración del crimen —cometido fríamente, sin motivos personales, para castigar a un perverso— como una catarsis liberadora de la propia angustia y desesperación. Resulta divertida pues la mirada que dirige el realizador hacia su intelectual protagonista, perdido en sus ideas y paralizado en su conducta, hasta hallar la solución en la pura maldad.
Hay sin duda referencias a otras películas sobre crímenes perfectos, sobre cómo pasar de la idea a la acción, sobre la necesidad de sentirse impune y sobre el fatal desmoronamiento de un plan aparentemente infalible. De todas formas y aun reconociendo la capacidad seductora de Woody Allen y su irresistible poder para encandilar al espectador, es la primera vez que me ronda la sospecha de que Irrational Man obedece en gran medida a la necesidad contractual de entregar un film cada año, pudiendo más la presión de la industria del espectáculo que la honda conciencia de estar creando un producto sólido y serenamente meditado. Por mi mente ha cruzado fugazmente la impresión de encontrarme ante la aplicación de una vieja fórmula de éxito. Pero a esa repetición ¿no la llamamos tener un estilo personal?
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