(1) RICKI, de Jonathan Demme.

CANTO A LA RECONCILIACIÓN FAMILIAR
No pretendo destripar el argumento de la presente película, pero debo advertir al lector de que Ricki NO es un musical. Su protagonista lidera un grupo country que actúa habitualmente en un tugurio de la América profunda, pero el film no narra sus comienzos en el mundillo, ni describe los entresijos de la profesión, ni pretende enganchar a los neófitos en tal disciplina musical. Es, simplemente, un atrezzo que enriquece el relato, pues podría haber sido profesora de spinning o cheff de un renombrado restaurante. Con la participación de Meryl Streep encarnando a una decadente guitarrista se ha vendido erróneamente, con o sin premeditación, el género al que está adscrito este burdo retrato de familia disfuncional que tan buenos resultados suelen dar en la taquilla estadounidense.
Nos encontramos, pues, ante un drama familiar condimentado con abundantes dosis de humor para endulzar el relato y ampliar su audiencia. Una mujer antepuso sus sueños de convertirse en una estrella de la música a sus obligaciones familiares, abandonando a su marido e hijos en busca de fama y dinero. Años más tarde, recibe una llamada en la que se la reclama para poner orden a una prole traumatizada por su desdichada infancia. Su hija ha intentado suicidarse por un matrimonio fallido con una infidelidad como detonante, y sus dos hermanos huyen de su primogénita como de la peste. Ella acude y como arte de magia, resuelve todos los problemas sin renunciar a su estilo de vida. Y comieron perdices.
Muy lejos queda el espíritu trasgresor que le caracterizó en sus inicios profesionales y especialmente en la interesante La boda de Rachel (2008), cuando elaboraba sólidos dramas contemporáneos que profundizaban sobre las miserias y los trapos sucios de una familia de clase media, tratados con realismo y sin excesos melodramáticos. Ahora, por el contrario, apuesta por un andamiaje vodevilesco donde prima el alboroto, el gag visual y los buenos sentimientos que afloran en un gratificante happy end.
Ya no se trata de que la veterana actriz sea creíble o no en sus poses de rockera o si canta bien o mal. Es que narrativamente Ricki es un relato totalmente inverosímil. Resulta improbable la misma existencia de esa familia, dadas las diferencias nada sutiles de caracteres y las sensibilidades de cada miembro del ex-matrimonio. ¿Cómo pudo haber una época feliz entre dos seres tan opuestos? Pero lo peor está todavía por venir… la frívola actitud ante el intento de suicidio y la trivial gestión de la enfermedad de la hija, su milagrosa curación a base de donuts y sesión de peluquería, la extravagante manera de romper el distanciamiento entre ex-cónyuges tras descubrirse una bolsita de marihuana en el refrigerador… y el radical cambio de comportamiento de los hijos durante la boda gracias a la emotiva actuación musical de su madre. ¿Se pueden curar heridas por un abandono familiar de una manera tan efímera? Demme se limita a firmar y a cobrar el cheque, una pena.
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