LOS GÉNEROS CINEMATOGRÁFICOS (V): LA COMEDIA (1ª PARTE)

LA ÉPOCA DORADA DE HOLLYWOOD
Los problemas que surgieron a la hora de seleccionar películas musicales o de cine negro, vuelven ahora, corregidos y aumentados, porque Comedia es casi todo. Desde los keystone cops de Mack Sennett hasta El apartamento o ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú. Se acaba más pronto diciendo lo que no es comedia.
Hay comedia cómica, que es una redundancia, hay tragicomedia, que es un oxímoron, comedias agridulces, que viene a ser lo mismo, comedias de acción, comedias de aventuras exóticas, comedias románticas, comedias de situación, (las sitcom que pusieron de moda las series televisivas)… Y todavía nos falta la mitad: las satíricas. Sátira política, social, religiosa, familiar, bélica, todo cabe en el gran saco que constituye la sátira. Parodias de los demás géneros o del mismo cine, lo que denominamos “cine dentro del cine”. Ultimamente en Hollywood se ha abusado hasta la saciedad de las zafias parodias escatológicas del cine de terror…
¿Qué hacer? ¿Cómo ofrecer al sufrido lector una visión, si no exhaustiva, si lo suficientemente completa de la comedia como género sin correr el riesgo de ponerme plomizo? No lo sé. En cualquier caso, he llegado a una conclusión: necesitaré, por lo menos, tres crónicas y las he configurado como sigue:
A.- Comedia cómica. Diez títulos en los que el único objetivo, o el primordial, de sus autores sea hacernos reír.
B.- Comedia romántica y de acción. Pondré cinco de cada.
C.- Sátira político-social. Hay muchísimo cine en este campo. Procuraré seleccionar diez de lo mejorcito.
LA COMEDIA CÓMICA
1.- La quimera del oro (The Gold Rush, 1925) Charles Chaplin.
Como es la única película muda que voy a incluir en estas tres crónicas, vaya por delante mi admiración hacia todos los que, desde los inicios del séptimo arte, cuando aún era impensable que llegara un día a merecer tal consideración, se propusieron como principal objetivo divertir al espectador.
Mucho antes de que se empezaran a colocar en las afueras de Los Ángeles los cimientos de lo que sería Hollywood, pioneros en Europa y Estados Unidos buscaban fórmulas para atraer a la gente al cinematógrafo. En 1912, Mack Sennett se instala en California, levanta los Keystone Studios cerca de L.A. y pronto sus policías con casco de bobbies londinenses —los Keystone cops— y sus guapas bañistas —Sennett Bathing beauties— divertían y alegraban la vista de los espectadores en los dos continentes con sus alocadas carreras, sus chapuzones y sus peleas de tartas; un gran número de los actores y actrices que unos años después iban a ser protagonistas de la Historia del Cine hacían sus pinitos en la Keystone.
En las filmografías que cerrarán estas crónicas asomarán nombres como Buster Keaton, Harold Lloyd, pero no quiero dejar este comentario sin rendir homenaje a los que se han quedado en el tintero: desde niño y hasta anteayer, revisitándolos para preparar estos artículos, he disfrutado con Laurel y Hardy, con el bizco Ben Turpin, con Harry Langdon, con Roscoe “Fatty” Arbuckle. El sonoro acabó con todos ellos.
Vamos ya con La quimera del oro, segundo largometraje de Chaplin (dos años antes había dirigido Una mujer de París, un estupendo melodrama sobre un guión suyo, en el que no interviene como actor y que es completamente diferente a todo el resto de su cine anterior y posterior). Ya sé que normalmente se considera El chico (1921) como su primer largometraje, pero no llega a la hora de duración —concretamente, 51 minutos— y yo lo dejo en mediometraje; El peregrino (1923) dura 46, solo cinco minutos menos, y nadie se acuerda de ella a la hora de establecer filmografías. Bueno, los lectores conocerán de sobra las divertidísimas hazañas de este solitario buscador de oro en un crudo invierno de Alaska. Hilarantes gags a lo largo de todo el metraje. Mi preferido es el banquete que se da Charlot devorando una de sus botas hervida, los exquisitos modales que exhibe en el manejo de los cubiertos ante la atónita mirada del compañero, la fruición con que chupa los cordones y los clavos de las suelas, uno a uno… Obra maestra del cine cómico que suelen incluir los historiadores entre las diez mejores películas de todos los tiempos.
2.- Una noche en la ópera (A Nigth at the Opera, 1935), de Sam Wood.
Mi nieto mayor me reprochó, al leer la crónica del western, que no hubiera incluído Los hermanos Marx en el oeste (1940). Más tarde, al enterarse de que iba a escribir sobre el musical, me estuvo presionando para que colara ésta, o Sopa de ganso (1933). Le tranquilicé prometiéndole que cuando tocara la comedia estarían las dos. Aquí va la primera. La segunda la meteré entre las sátiras políticas. Un poco cogido por los pelos, pero todo sea por la familia.
Salvo algunos jóvenes —y algunos no tan jóvenes— que consideran una tontería ver cine en blanco y negro (B&N), pudiendo gozar de la bonita visión en colorines, yo creo que todo el resto del mundo, desde Alaska a La Patagonia y desde Manchuria a Nueva Zelanda, ha visto por lo menos una vez esta película. Habra muchos también que recordarán casi al pie de la letra las parrafadas de Groucho, oídas o leídas en su idioma. Lo de “y dos huevos duros” se utiliza hasta en el lenguaje parlamentario. Salvo los cuatro o cinco números musicales, no hay respiro para el espectador. Y si la has visto treinta o más veces, como un servidor, te ríes más cada vez, porque empiezas a reirte antes recordando lo que va a pasar. ¿A quién no le viene alguna vez a la memoria aquello de “la parte contratante de la primera parte”? Por cierto, hace ya tiempo que no me la pongo…
3.- La fiera de mi niña (Bringing up Baby, 1938), de Howard Hawks.
Ya tenemos aquí al maestro otra vez; y no será la última. En la filmografía veréis tres o cuatro títulos suyos que podían perfectamente representar la contribución a la comedia pura de Hawks, pero he elegido este porque es el primero en su carrera —había dirigido ya 21 largometrajes, pero es su primera película de risa, para entendernos—. Estupendos gags que, como ya comentamos en alguna crónica anterior, se autoplagió en ocasiones sucesivas sin ningún rubor. Y primera colaboración con Katherine Hepburn y Cary Grant, con el que contó en otras cuatro ocasiones. En cambio, e ignoro los motivos, si es que los hay, con la Hepburn no volvió a trabajar.
4.- Vivir para gozar (Holiday, 1938), de George Cukor.
Puede que esta pelicula sencilla, a menudo relegada a un segundo plano, u olvidada por completo bajo el peso de las grandes obras de Cukor en el género,-Historias de Filadelfia (1940), La mujer de las dos caras (1941), La costilla de Adán (1949), Nacida ayer (1950)- encajara mejor en el apartado de sátira social o en el de comedia romántica, pero pasa lo mismo con todas las comedias del maestro, así que sin demasiado rigor encajaré tres títulos, que podrían perfectamente intercambiarse. Segunda colaboración en el año 38 de la pareja protagonista, a la que Cukor volvería a dirigir dos años después en Historias de Filadelfia. Y un actor con el que yo siempre disfruto, Edward Everett Horton, en esta ocasión en un papel algo más importante de lo habitual, brindándonos en sus escenas con Hepburn los momentos más deliciosos de la película. Si no la conocéis, os la aconsejo. Anda por la red.
5.- Loquilandia (Helzapoppin, 1941), de H.C. Potter.
He aquí una película dificilmente etiquetable. Su estreno pilló descolocados a los críticos, al público y hasta a la mismísima industria y cosechó un rotundo fracaso.
Sus protagonistas, Ole Olsen y Chic Johnson, estaban colgando en Broadway todos los días el cartel de no hay billetes con un musical vodevilesco y la Universal adquirió los derechos, pero a la hora de adaptar el libreto de Warren Wilson buscó la colaboración de Nat Perrin, un escritor amigo de Groucho Marx y que parece ser, aunque no suele citársele en los créditos, era autor de algunos gags y diálogos de sus películas…
Por lo visto, aquí tuvo carta blanca para hacer lo que le diera la gana, y lo hizo, ¡vaya si lo hizo! Intentar explicar algo de lo que cuenta la peli en sus 84 minutos de metraje es tarea poco menos que imposible. Entre otras cosas, porque aparte de desternillarte de risa, cuando termina e intentas recapacitar sobre lo que has visto, te das cuenta de que no tienes ni idea, por lo que vuelves a verla —una, dos, o tres veces— y sigues pasándotelo pipa y sin enterarte de qué va ese rollo. Para que os hagaís una idea, sería algo así como lo ocurrido aquí con Amanece que no es poco (José Luis Cuerda, 1989) pero sin tener nada que ver en lo que a las dos películas se refiere: no se parecen en nada. No sé si me explico. Creo que no. Los que la hayan visto puede que entiendan lo que quiero decir y no se cómo.
6.- Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace, 1944), de Frank Capra.
También aquí nos encontramos con una adaptación de la pieza teatral que triunfaba en Broadway, aunque en este caso sin traicionar el original, sino manteniendo situaciones y diálogos de la obra. Documentándome para esta crónica me entero de que Jack L. Warner y Capra querían a Bob Hope para el papel de Mortimer, pero la Paramount con la que estaba entonces bajo contrato, no quiso cedérselo. ¡Menos mal! Se barajaron otros nombres: Jack Benny —que interpretó dos años antes para Lubitch al actor polaco Joseph Tura en Ser o no ser (1942)— y otro al que jamás se me hubiera ocurrido pensar que fuera barajado por nadie para nada: ¡Ronald Reagan!, antes de decidirse por Cary Grant.
Dicho esto, debo confesar que a mí este Cary Grant de Arsénico por compasión no me gusta. En casi todas sus comedias, románticas o de acción, no solo me gusta, sino que le considero poco menos que imprescindible. Pero aquí, supongo que parte de culpa sería de Capra, lo veo gesticulante en exceso, más cerca de esos cómicos que quieren hacer gracia a la fuerza —Red Skelton, Danny Kaye, ahora sería Jim Carrey— que del mesurado actor que conocemos. Precisamente es esa forma sobria de abordarlas la que dota de comicidad a sus interpretaciones.
Las dos actrices y el actor que pasaron de Broadway a Hollywood, y que interpretan a las viejecitas y al hermano que se cree Teodoro Roosevelt, impecables, al igual que Raymond Massey, en el papel del hermano malo que se parece a Boris Karloff —que en Broadway interpretaba Boris Karloff— y su acompañante, el doctor Einstein, un genial Peter Lorre.
Y aunque sea poquito, al final sale mi querido Edward Everett Horton, es el director de la residencia siquiátrica donde van a ir a parar las viejecitas y su hermano. Excelente comedia, aunque acusa un poco el lastre teatral.
7.- Abbott y Costello contra los fantasmas (Abbott and Costello meet Frankenstein, 1948), de Charles Barton.
Vaya por delante que hace muchos años que Abbott y Costello dejaron de hacerme maldita la gracia. Cuando vi su primera película, que era la tercera que rodaron, Agárrame ese fantasma (1941), me reí con ganas y pase miedo —yo debía andar por los 9 ó 10 añitos—. Las muecas y los tartamudeos de Costello me desternillaban y los monstruos me asustaban casi más que a él.
Esta pareja empezaron en la radio, luego pasaron a la tele y cuando se rodó su primer película en el 40, Una noche en los Trópicos, ya tenían una gran cantidad de fans y sus 36 películas en 16 años gozaron de un considerable éxito de taquilla en USA. Sus personajes son la clásica pareja de payasos circenses: uno serio y supuestamente listo y uno más tonto, gesticulante, que es el que recibe las bofetadas, el que hace reir al espectador. El Clown y el Augusto. Su equivalente en España sería el Dúo Sacapuntas o, más bien, Los hermanos Calatrava.
No termino de entender el éxito de estos malos actores entre los yanquis. De todos modos, he querido incluir esta sátira del cine de terror, que esta considerada lo mejor de su filmografía, porque en EEUU todavía se les admira: La Biblioteca del Congreso la seleccionó en el año 2001 para formar parte del National Films Registry, honor que solo alcanza a 15 películas cada año.
8.- Con faldas y a lo loco (Some like it hot,1959), de Billy Wilder.
Sin duda una de las mejores, si no la mejor, comedia de todos los tiempos. Divertida historia de dos músicos —Lemmon y Curtis, contrabajo y saxo— que tienen la desgracia de presenciar la matanza del día de San Valentín y para huir de los asesinos, que no quieren testigos o, al menos no quieren testigos vivos, se disfrazan de chicas y se incorporan a una orquesta femenina, y allí esta Marilyn que canta y toca el ukelele y mueve el trasero al andar por el andén como nadie y los gags se suceden a un ritmo vertiginoso hasta llegar al final y a la genial respuesta del millonario Osgood —divertidísimo Joe E. Brown, al que aquí en España en los 40 llamábamos Bocazas— a la confesión de Lemmon para justificar su negativa a casarse con él quitándose la peluca: ¡Soy un hombre! Osgood finaliza la película con la lapidaria frase, “Nadie es perfecto”.
Seis nominaciones a los Oscar, entre ellas a mejor director, mejor actor —Lemmon— y mejor guión adaptado —I.A.L. Diamond y el propio Wilder—, pero solo obtuvo el de mejor diseño de vestuario —Orry-Kelly—. Este año 59 fue Ben-Hur la que copó el palmarés llevándose 11 de los 12 premios a que optaba.
9.- El profesor chiflado (The Nutty Professor, 1963), de Jerry Lewis.
Tenía claro desde el principio que Jerry Lewis debía estar presente en esta selección, en contra de la opinión de mi santa, a la que no le gusta un pelo, como supongo que le ocurre a mucha gente, entre los que debe encontrarse Fernando Trueba. Consulté su diccionario para conocer su opinión y me encontré con lo siguiente: Pág. 210.- LEWIS (Jerry) (Véase FRANCESES), me voy a la Pág. 147: FRANCESES. “Los franceses son esa gente a la que le gusta Jerry Lewis”.
A mí Lewis me gusta bastante más como director que como actor; cuando no se autodirige o lo dirige Frank Tashlin, me interesa muy poquito y de los 14 films formando pareja con Dean Martin entre 1950 y 1956, solo Artistas y modelos (1955) y Loco por Anita (1956) me gustaron, pero ¡qué casualidad!, aquí la pareja prescindió detrás de la cámara de los Norman Taurog, Hal Walker o George Marshall y le encomendaron la dirección a Tashlin, fue el comienzo de una prolongada y fructífera colaboración. A ver si tengo oportunidad más adelante de contar algo sobre Tashlin, al que admiro profundamente.
Bien: El profesor chiflado es una adaptación, yo diría que bastante más fiel al original que muchas de las pretendidamente serias que circulan por ahí, del relato de Stevenson El extraordinario caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde. Soberbia la entrada en el baile de Buddy Love, el seductor Mr.Hyde en que se convierte el poco agraciado profesor al ingerir su pócima: la cámara subjetiva va siguiendo las reacciones que provoca a su paso. Estupenda secuencia.
No puedo terminar el comentario sin hablar —mal, claro— de lo que nos vendieron en 1996 como un remake, con Eddie Murphy de protagonista y dirigida por Tom Shadyac, un libanés que parece que se forró con el dinero ganado con cosas como ésta o Ace Ventura, Jim Carrey en estado puro. Pues que le aproveche.
y 10.- El guateque (The Party, 1968), de Blake Edwards.
No gano para dilemas, en este caso, trilema: otra vez tengo que hacer una elección difícil. Al final, con mucho dolor de corazón, me he decantado por El guateque. Pero ahí estaba peleando por su derecho a figurar en la selección La pantera rosa (1963). Y cuando la descartaba, llamaba a mi puerta con exigencias La carrera del siglo (1965)… pero sólo una por autor en cada bloque, es el reglamento. Así que, casi al pito pito colorito, le ha tocado a El Guateque, película plagadita de hilarantes gags desde antes de que aparezcan los créditos: se están rodando exteriores de una película similar a Gunga-Din y el personaje de Peter Sellers perpetra, en menos de ocho minutos, una serie de incidentes que acaban con la voladura anticipada de un fortín… y ya no nos da un respiro hasta que la pareja abandona el party dos horas después en esa especie de biscuter azul turquesa que conduce Hrundi V. Bakshi o sea, Peter Sellers.
En la mejor tradición del slapstick, Edwards, con la colaboración de Tom y Frank Waldman escribe un guión pintiparado para que Peter Sellers se luzca haciendo lo que mejor sabe hacer: el despistado, capaz de desencadenar en un momento todas las furias del averno y pasar a la siguiente secuencia sin ni siquiera enterarse de la que ha montado. Como les salió muy bien a los dos con La Pantera Rosa y El nuevo caso del Inspector Clouseau, repiten la jugada con este indio, un modesto extra invitado por equivocación a una fiesta en casa del productor.
Sellers hace el indio en todos los sentidos. Homenaje de Edwards a los cómicos del cine mudo, desde Stan Laurel a Keaton o Chaplin. Y no se pierdan los personajes secundarios, que coadyuvan al buen resultado de cada chiste, de cada gag, complementando la figura del peligroso y omnipresente Bakshi: el productor, paciente, solo al final pierde los nervios; el tipo rijoso del bisoñé, el camarero borrachín y el mayordomo que quiere estrangularlo… en fin, que este guateque es una juerga, una peli de esas que pueden verse una y otra vez, porque siempre encuentras algo que se te había escapado en el pase anterior.
Otros títulos relevantes:
Fred C. Newmeyer, Sam Taylor
El hombre mosca (Safety last!, 1923)
Leo Mc. Carey
La vía Láctea (The Milky Way, 1936)
Buster Keaton
El moderno Sherlock Holmes (Sherlock Jr., 1924)
Siete ocasiones (Seven Chances, 1925)
Charles Chaplin
El circo (The circus, 1928)
Norman Z. McLeod
Plumas de caballo (Horse feathers, 1932)
Sam Wood
Un día en las carreras (A day at the Races, 1937)
William A. Seiter
El hotel de los líos (Room Service, 1938)
Edward Buzell
Una tarde en el circo (At the Circus, 1939)
Los hermanos Marx en el Oeste (Go West, 1940)
Archie Mayo
Una noche en Casablanca (A Night in Casablanca, 1946)
(No me acusen de nepotismo, por favor. No es por mi nieto, es que las cinco merecen ser citadas. Y aún saldrán más en las crónicas siguientes)
Howard Hawks
La novia era él (I was a Male War Bride, 1949)
Me siento rejuvenecer (Monkey Business, 1952)
Su juego favorito (Man’s Favorite sport?, 1964)
Billy Wilder
El mayor y la menor (The Mayor and the Minor, 1942)
La tentación vive arriba (The Seven Year itch, 1955)
Irma la Dulce (Irma la Douce, 1963)
Stanley Donen
Bésalas por mí (Kiss Them for me, 1957)
Frank Capra
Vive como quieras (You can’t take it with you, 1938)
Jerry Lewis
El botones (The Bellboy, 1960)
Un espía en Hollywood (The Errand Boy, 1961)
Las joyas de la familia (The Family Jewels, 1965)
Frank Tashlin
Cómicos en París / Artistas y modelos (Artist and Models, 1955)
Loco por Anita (Hollywood or Bust, 1956)
Tú, Kimi y yo (The Geisha Boy, 1958)
Yo soy el padre y la madre (Rock-a-bie, Baby, 1958)
El Ceniciento (Cinderfella, 1960)
Lío en los grandes almacenes (Who is Minding the Store?, 1963)
Caso clínico en la clínica (The Disorderly Orderly, 1964)
Blake Edwards
Operación Pacífico (Operation Pettycoat, 1969)
Hay mucho más… Pero dejemos algo para las siguientes entregas.
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Como heredero del imperio Italo-húngaro debo proponer Charles Chaplin en el gimnasio en vez de en el circo.