LOS GÉNEROS CINEMATOGRÁFICOS (IV): EL CINE NEGRO (2ª PARTE)

LA ÉPOCA DORADA DE HOLLYWOOD
Permitidme un paréntesis, antes de comenzar:
La dirección de la web me informa de que un lector lamenta que en la crónica dedicada al cine del oeste no haya incluído Sin perdón (Unforgiven, 1992) Clint Eastwood, un western digno de figurar en cualquier antología del género, sin duda, pero que cronológicamente queda fuera de mi propósito al plantearme estos artículos. Hay excelentes westerns y musicales y cine negro en la década de los ochenta y hasta nuestros días, pero a no ser que alguna curiosidad, algún dato anecdótico, los relacione con lo que esté tratando en ese momento, no serán objeto de estudio en estas crónicas.
Y aprovecho para darle mis más expresivas gracias a este lector: me ha emocionado profundamente saber que alguien, ajeno a mi familia, me sigue…
Retomamos el hilo de mi narración presentando esta segunda entrega sobre el cine negro, a la que titulo:
Cine de gángsters, atracos y botines
1.- Scarface, el terror del hampa (Scarface, 1932), de Howard Hawks.
Parece que lo haga adrede, pero no: si vuelve a aparecer aquí el maestro Hawks encabezando la lista es porque yo quería una película del género anterior a 1933, es decir estando aún en vigor la ley seca, algunas tan estupendas como Las calles de la ciudad (City Streets, 1931) de Rouben Mamoulian o El enemigo público (The Public Enemy, 1931) de William A. Wellman, y si me he decantado por Scarface es porque, a mi juicio, representa más genuinamente las esencias del cine de gángsters. Además, no voy a escribir sobre Hawks, sino sobre el protagonista, Paul Muni y uno de sus guionistas, Ben Hetch.
Sobre Muni. No sé si es a causa de mi admiración por Berlanga, pero me chifla poder citar el imperio austro-húngaro. Allí nació, en 1895, en una ciudad de la región de Galitzia llamada Lemberg —ahora pertenece a Ucrania—, Meshilem Meier Weisenfreund. Sus padres, actores de teatro en yiddish, emigraron a EEUU en 1902 y el pequeño Meshilem empezó a trabajar con ellos y llamó la atención del propietario del Yiddish Art Theater, Maurice Schwartz, que lo contrató. En su primer papel dio vida a un anciano de 80 años, empezando así una carrera plagada de caracterizaciones y maquillajes para interpretar a los más variados personajes siguiéndoles desde jóvenes hasta que se mueren (Emilio Zola, Louis Pasteur, Juárez); tuvo cinco nominaciones al oscar y lo consiguió con La tragedia de Louis Pasteur (The story of Louis Pasteur, 1936) William Dieterle.
Ignoro cuándo se dio cuenta de que con ese nombre no iba a ninguna parte e hizo como Cary Grant, cambiarlo por el mucho más funcional de Paul Muni. Murió en Montecito (California) en 1967. No hizo mucho cine, unas veinte películas. Lo suyo era el teatro.
Sobre Hetch. Dejé patente en la crónica anterior mi admiración por el tándem Bracquett/Wilder a los que considero los mejores guionistas del mundo, pues bien, si esta pareja no se hubiera conocido, probablemente mi guionista favorito sería Ben Hetch. Con una sobrehumana capacidad de trabajo, tras iniciarse en el periodismo como corresponsal en Europa del Chicago Daily News durante la Gran Guerra y revolucionar a su regreso el periodismo de la época con una seríe de crónicas absolutamente novedosas en el mismo diario, Las mil y una tardes de Chicago, comenzó una frenética actividad literaria —novelas, obras de teatro, autobiografía… y guiones, muchos guiones, solo o en colaboración, acreditado en las fichas técnicas o no—. De los 130 que he localizado en los que intervino con seguridad, solo en la mitad figura en los créditos. Detrás de grandes películas de Hitchkock, de Hawks, de Wilder, de Mankiewicz… está Ben Hetch. Y una de las piezas teatrales más adaptadas al cine, Front Page, la escribió Hetch en colaboración con Charles McArthur, la estrenaron en Broadway en 1928 y alcanzó la friolera de 281 representaciones. Alguna de esas adaptaciones son obra suya.
Tuvo 6 nominaciones y logró dos estatuillas: en 1929 al mejor guión original por La ley del hampa (Underworld, 1929) de Josef Von Sternberg, una obra maestra del cine mudo, considerada el arranque del género y en 1935 al mejor argumento por The Scoundrel, que escribió y codirigió con Charles McArthur. No la conozco. Se trata de una comedia con fantasma incluído protagonizada por el comediógrafo y actor británico Noel Coward.
Si alguien quiere saber más sobre este tipo, le recomiendo la entrada Hetch en el libro de Fernando Trueba Mi diccionario de cine (Galaxia Gutenberg, 2006). Bueno, el libro os lo recomiendo aunque no queráis saber más sobre Hetch.
2.- Forajidos (The Killers, 1946), de Robert Siodmak.
En la crónica dedicada a este director alemán dejé dicho prácticamente todo lo que opino sobre él, esta película y sus protagonistas; podéis encontrarla aquí al lado, entre los artículos de Bitácora. Así pues, para no repetirme, vamos a volver al juego de los Oscar. Forajidos obtuvo cuatro nominaciones y una vez más, parece que solo escojo perdedores, se quedó sin ninguna estatuilla. Ese año, la gran ganadora fue Los mejores años de nuestra vida (The best years of our lives, 1946) de William Wyler que logro siete de los ocho galardones a que concurría. Solo le falló el de mejor sonido. Aunque yo prefiera Forajidos, debo reconocer que este drama posbélico es un peliculón como la copa de un pino.
Las nominaciones de Forajidos eran a la dirección, guión adaptado, banda sonora y montaje. Todos ellos fueron a parar a la película de Wyler.
3.- El beso de la muerte (Kiss of Death, 1947), de Henry Hathaway.
Debía tener unos 16 ó 17 años cuando la ví por primera vez y me impactó —como a todo el mundo— un chaval rubio —luego me enteré de que tenía ya 33 tacos— que bordaba el papel de Tommy Udo, el malo de la peli. Su indumentaria —camisa negra y corbata blanca— y la risa sardónica que soltaba en los momentos más tensos —por ejemplo, al arrojar escaleras abajo a una anciana paralítica, con silla de ruedas y todo— contribuían a que este tipo te metiera el miedo en el cuerpo. Se llamaba Richard Widmark y era su primera aparición en la pantalla, procedente del teatro. Fue nominado al Oscar y obtuvo un Globo de oro al mejor actor revelación. Después he disfrutado mil veces de los buenos trabajos de Widmark tanto en thrillers como en westerns —e incluso alguna comedia—, pero siempre le recordaré como Tommy Udo. Al año siguiente, en La calle sin nombre (The street with no name, 1948) William Keighley, hizo un papel similar.
La he vuelto a ver ahora para preparar esta crónica, porque casi no la recordaba, aparte de Widmark, del que me acordaba hasta de su nombre en la ficción, ¡despúes de más de 60 años! No debía haberlo hecho. Las películas vienen a ser como los vinos: unas ganan con el tiempo y otras envejecen muy mal. Esta es de las segundas. Un buen guión de Hetch echado a perder por una realización plana del buen artesano Hathaway. Siendo lo mejor, hasta Widmark me ha defraudado: ya no me asusta y lo veo sobreactuado. El resto de intérpretes, de puta pena: Victor Mature, es uno de los actores de la época dorada de Hollywood que más me estomaga. Inexpresivo, con esos ojos de cordero degollado, ese rictus amargo, incluso cuando intenta sonreir… En una crónica anterior dedicada a Michael Curtiz y hablando de Sinuhé, el egipcio (The Egyptian, 1954) ya deje clara mi opinión sobre él, y tras ver de nuevo esta película me ratifico en todo lo allí dicho. Nunca he entendido cómo John Ford lo aceptó —no puedo creer que lo eligiera él— para interpretar a Doc Holliday en Pasión de los fuertes (My Darling Clementine, 1946). Brian Donlevy tan acartonado como siempre, como si se hubiera tragado el palo de una escoba. Y dos actorazos desaprovechados, Karl Malden y Millard Mitchell, que parece que andaban por allí, de visita a los estudios, y les metieron en las escenas de la fiscalía para hacer bulto. Si decidís aceptar mi sugerencia de leer el diccionario de Fernando Trueba, veréis que la pone por las nubes. Yo creo que no ha vuelto a verla desde hace años. Estoy seguro de que si la volviera a ver, le pasaría lo mismo que a mí. Menos mal que la que viene a continuación es de las que ganan en cada nueva visión.
4.- Retorno al pasado (Out of the Past, 1947), de Jacques Tourneur.
Probablemente esta estupenda película hubiera encajado mejor en la primera entrega, en compañía de El cartero siempre llama dos veces (The Postman Always Ring Twice, 1946), Perdición (Double indemnity, 1948) o Cara de Ángel (Angel face, 1952). Volvemos a encontrar al bueno de Mitchum metido en problemas por la femme fatale de turno —una sensacional Jane Greer—; parece ser y se nota, que James M. Cain metió cuchara de algún modo en el guión de Daniel Mainwaring adaptando su novela. De acuerdo, debería estar allí, pero como tenemos a un Kirk Douglas que nos brinda un soberbio gángster, —una interpretación increíble, habida cuenta que esta era su segunda o tercera película—, y hay un dinero en juego que muy bien podía proceder de un botín, está más que justificada su presencia en este lote.
Jacques Tourneur forma parte de mi galería de directores favoritos. Hijo de Maurice Tourneur, prestigioso realizador francés que emigró a Estados Unidos y realizó 11 películas en Hollywood entre 1914 y 1922. Regresó a Europa y en 1929 reanudó su actividad a caballo entre Alemania y Francia. Su hijo Jacques, que es quien nos ocupa, se había nacionalizado estadounidense en 1919. En 1929 le encontramos en Alemania como ayudante de dirección de su padre, y en 1931 y 1933 filma sus dos primeras y olvidadas películas en Francia; en 1936 y 1938, ya en Hollywood, rueda dos cortometrajes de 11 minutos para la Metro, uno sobre Shakespeare y otro sobre la muerte de Murnau en Tahití, cuando rodaba Tabú. Un par de peliculas de poco más de una hora también para la Metro y en 1942, de la mano de RKO, se produce un acontecimiento de vital importancia para su carrera: su encuentro con Vladimir Ivanovich Leventon, un emigrante ucraniano que con el nombre de Val Lewton se estaba creando una reputación en EEUU como novelista y guionista. En 1942 RKO ficha a Lewton para producir series B. El objetivo de la productora es hacer films baratos de terror, que tanto éxito le venían proporcionando a la Universal.
Como de costumbre, me enrollo demasiado, así que resumiendo: ni hecho adrede podría haberse logrado un equipo como el formado por esta pareja. En dos años, 1942 y 1943, rodaron tres películas —La mujer pantera (Cat people, 1942), Yo anduve con un zombie (I walked with a zombie, 1943) y El hombre leopardo (The Leopard man, 1943)— que dejaron patente la intención de Val Lewton de hacer un tipo de cine de terror completamente distinto al de la Universal. La cosa funcionó en taquilla desde el principio y eso le permitió seguir trabajando a su aire. Extraordinarias, sobre todo las dos primeras. Val Lewton aún aportaría obras importantes al género de la mano de directores como Mark Robson y Robert Wise.
¿Por qué llevo medio folio hablando de cine de terror? No lo sé, las cosas han venido rodadas. Estabamos con Jacques Tourneur y Retorno al pasado. Sin ser Hawks, era un todo terreno que se desenvolvía con soltura en cualquier género. Sus películas que yo prefiero, junto a esta son La mujer pantera y El halcón y la flecha (The flame and the arrow, 1950).
5.- Al rojo vivo (White Heat, 1949) Raoul Walsh.
Esta claro que tratándose de cine negro, más pronto o más tarde teníamos que toparnos con James Cagney. Y también con Raoul Walsh. Diez años antes ya habían coincidido en una muy buena aproximación al mundo de los gángsters durante la ley seca, Los violentos años veinte (The roaring twenties, 1939), estupenda película, como otras ya citadas anteriormente, pero con Al rojo vivo ambos alcanzan las cotas más altas del género.
Walsh, hijo de inmigrantes irlandeses, empezó como actor de cine mudo —siempre se menciona su papel de asesino de Lincoln en El nacimiento de una nación de Griffith— y pronto se puso a escribir, dirigir y a veces interpretar sus propios films. Dirigió más de ochenta, retirándose en 1964, año en que rodó un muy estimable western, Una trompeta lejana (A distant trumpet, 1964). Suele considerársele un buen artesano, pero yo no comparto esa opinión. Al rojo vivo, El último refugio, Murieron con las botas puestas, Gentleman Jim, Objetivo: Birmania, Más allá de las lágrimas, Juntos hasta la muerte, Tambores lejanos, El mundo en sus manos, El hidalgo de los mares, por no citar más que diez, son obras maestras en sus respectivos géneros. No es Ford, no es Hawks, pero les pisa los talones.
En lugar de contaros cosas de Cagney, salvo la curiosa circunstancia de que a mi santa no le gusta nada, lo encuentra siempre excesivo, voy a prestar atención a un secundario de lujo, un actor que, si repasamos estas crónicas, veremos que a la chita callando, se nos ha aparecido en El hombre que mató a Liberty Valance, Grupo salvaje, Forajidos y ahora aquí, un poli infiltrado en la banda de atracadores de Cagney. Hablo, naturalmente, de Edmond O’Brien. En las décadas de los 40, 50 y 60 intervino en 60 películas, muchas de ellas como protagonista. Yo me quedo con el personaje que interpretó a las órdenes de Mankiewicz en La condesa descalza (The Barefoot Contessa, 1954) que le valió un Oscar. Un año antes Mankiewicz le dio el papel de Casca, uno de los senadores romanos que ayudaron a Julio César a acabar con sus ataques de epilepsia con su peculiar forma de practicar la acupuntura.
6.- La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle,1950), de John Huston.
Si en su debut, con El halcón Maltés, (1941) Huston demostró ya una gran capacidad para moverse en este tipo de cine, capacidad que confirmó en 1948, brindándole a la Warner otras dos excelentes muestras del género, El tesoro de Sierra Madre (The treasure of the Sierra Madre) y Cayo Largo (Key Largo) las dos protagonizadas por un Humphrey Bogart en su mejor momento, dos años después y para MGM, nos regala esta joya, sin duda la mejor película de atracos de la historia del cine, que sigue sirviendo de modelo y ejemplo para todos los que abordan el género.
Ojo a Marilyn, a la que tres breves apariciones —no estará en pantalla más de cinco minutos en total— le basta y le sobra para lograr que se acuerde uno de ella toda la vida.
Con los Oscar, como siempre: cuatro nominaciones —mejor director, mejor guión adaptado, mejor actor de reparto y mejor fotografía en blanco y negro— y se queda sin ninguno. El de mejor fotografía fue a parar a Robert Krasker por El tercer hombre, lo que me parece muy bien. Y los otros tres, a la gran ganadora del año, Eva al desnudo que cosechó seis de los catorce a que aspiraba. Estoy de acuerdo con los dos primeros y me parece completamente descabellado premiar el papel de crítico cínico que borda George Sanders, pero que no deja de ser lo mismo que hacía casi siempre, y desde luego palidece ante la extraordinaria interpretación, llena de matices, de Sam Jaffe en el papel de Erwin “Doc” Riedenschneider, el cerebro del atraco a la joyería.
7.- El cuarto hombre (Kansas City Confidential, 1952), de Phil Karlson.
Atraco a furgón blindado, planeado en solitario por un expolicía —Preston Foster— que, desde el edificio de enfrente, ha estado estudiando la viabilidad del siguiente plan para atracar un banco: Junto a la sucursal hay una floristería a la que llega y se marcha a la misma hora todas las mañanas, una furgoneta de reparto, unos minutos antes de que el furgón blindado aparque con el dinero. El poli jubilado ficha a tres de sus antiguos “clientes” del hampa, que no se conocen entre sí, a los que recibe por separado, ocultando su identidad tras una careta y les explica el plan, que llevarán a cabo también con caretas todo el tiempo: no deben verse las caras en ningún momento. El objetivo es perpretar el atraco, repartirse el botín e irse cada uno por su lado sin llegar a conocerse entre ellos. Solo él conoce la identidad de los otros tres.
El día del atraco aparece el furgón blindado puntualmente, la furgoneta de las flores ya se ha ido, pero llega otra exactamente igual, descienden tres enmascarados armados y obligan a los guardias de seguridad a darles las sacas de dinero. Me parece recordar que hay una muerte. El propósito es que la policía, en función de las declaraciones de los testigos, se dedique en principio a perseguir a la furgoneta de reparto que, ajena al asunto, está haciendo su recorrido habitual. Para cuando aten cabos y comprueben que no tiene nada que ver, ellos ya habrán subido la otra a un trailer y sacado el botín del estado.
El atraco sale bien, pero la cosa se complica porque el conductor de la tienda de flores, un exconvicto en libertad condicional, es John Payne, con Pe, el chico de la peli, y cuando la policía le deja tranquilo se dedica a desenmarañar el asunto por su cuenta. Localiza a uno de los atracadores, un estupendo Jack Elam y le saca lo poco que sabe. La poli mata a Elam, Payne lo suplanta y acude a la cita en su lugar. El expolicía tiene una hija y… bueno, tampoco os la voy a contar toda. Acaba bien, dentro de lo que cabe.
Phil Karlson es un discreto artesano que rodó más de 40 películas, todas ellas enmarcadas en el cine de acción, entre las que merecen recordarse dos producidas en el 52 y 53, contando con Payne como protagonista: este El cuarto hombre y Calle River, 99 (99 River Street, 1953).
8.- Atraco perfecto (The Killing, 1956), de Stanley Kubrick.
Kubrick inició su carrera en los primeros 50 con tres documentales y dos películas de acción producidas por él mismo, como seguiría haciendo durante toda su carrera, aunque apoyándose siempre en alguna de las grandes para su distribución. Su tercer film es este Atraco perfecto, en el que Kubrick confiesa haber sido ínfluído en gran medida por La jungla de asfalto (1950). Una de las cosas que comparten es el protagonista, un Sterling Hayden que, entre interpretaciones anodinas, iba destilando gota a gota trabajos memorables, como siguió haciendo a lo largo de toda su carrera. Yo, de los más de 50 films en que intervino, me quedaría con los siguientes: La jungla de asfalto, Johnny Guitar, Atraco perfecto, ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú —extraordinario ese Jack D. Ripper—, El padrino, Un largo adiós y Novecento. Solo siete, pero ¡madre mía, qué siete!
La película, como el título español: perfecta. Ya estaba ahí el Kubrick que un año después nos daría su primera obra maestra, Senderos de gloría (Paths of Glory, 1956) y aunque siendo siempre objeto de controversia, seguiría deleitándonos, cada vez más de tarde en tarde, hasta con diez maravillas más.
9.- Bonnie & Clyde (Bonnie and Clide, 1967), de Arthur Penn.
Desde que empecé a elaborar la lista de películas a incluir en este apartado, tuve claro que no podía faltar una con pareja de gángsters. Me refiero a pareja chico/chica, por supuesto. Pensé en El demonio de las armas (Gun Crazy, 1950), una serie B de la United Artist dirigida por Joseph H. Lewis que se ha convertido en película de culto para muchos. Pensé en Malas tierras (Badlands, 1973), la magnífica road movie de Terrence Malik, pero al final me he inclinado por Bonnie and Clyde, que quizás a los ojos de un cinéfilo se quede un poquitín por debajo de las otras dos, pero coincide con ellas en saltarse las reglas del cine de gángsters, oscuro, sórdido, encerrado entre cuatro paredes y sale a las carreteras de la América profunda en coches descapotables que nos brinda la cámara alegre y colorista de Burnett Guffey, que le valió el oscar.
Arthur Penn no se anda con chiquitas en esta road movie y la brutalidad de las escenas violentas es dificilmente soportable, hasta llegar a la escena final en que la pareja es acribillada delante y dentro del coche que ha sido su coprotagonista todo el tiempo. La violencia marca todo el metraje, pero hay tambien un remarcable halo poético, como en los films de Peckinpah.
Y 10.- Mamá sangrienta (Bloody mama, 1970), de Roger Corman.
Esta Bloody mama, Kate Barker, existió en realidad, hacia 1920. Guión de Robert Thom, atinada realización de Roger Corman y sobresalientes interpretaciones de todo el elenco, encabezado por una Shelley Winters, que debió asumir de mil amores este personaje mandón, enérgico, extremadamente violento y absolutamente amoral, que la resarcia de tantos papeles blanditos de mujeres pusilánimes que le había tocado encarnar, víctimas del maltrato masculino hasta el asesinato, a manos de malos bichos como Montgomery Clift, (Un lugar en el sol), Robert Mitchum (La noche del cazador), o James Mason (Lolita) . Aqui mantiene a raya a sus cuatro hijos, unos delincuentes de chichinabo que no hubieran llegado a ningún sitio a no ser por mamá Kate. Robert de Niro en la que era su cuarta o quinta película, nos brinda un convincente drogadicto.
Esta incursión de Corman en el cine de gánsters, junto con La matanza del día de San Valentín (1967), sirvieron para comprobar que su buen hacer no se limitaba a los films de terror de serie B que sacaba como churros de su factoría. Dicho así tiene un tufo despectivo, pero no es esa mi intención, palabra: amo los films de terror de Corman —unos más que otros, claro— y si alguna vez hago una crónica del género, les dedicaré la atención debida.
Bueno, se acabó. Si os place, podéis consultar la relación de otros thrillers no incluídos en estas dos crónicas. Faltarán muchos, claro, pero todos los que están, son.
Otros títulos relevantes:
Josef von Sternberg
La ley del hampa (Underworld, 1927)
Fritz Lang
La mujer del cuadro (The woman in the window, 1944)
Perversidad (Scarlett street, 1945)
Secreto tras la puerta (Secret beyond the door, 1947)
Gardenia azul (The Blue Gardenia, 1953)
Deseos Humanos (Human desire, 1954)
Más allá de la duda (Beyond a reasonable doubt, 1956)
Alfred Hitchcock
La sombra de una duda (Shadow of a doubt, 1943)
La soga (Rope, 1948)
Yo confieso (I confess!, 1953)
Falso culpable (The wrong Man, 1956)
Robert Siodmak
Una vida marcada (Cry of the city, 1948)
El abrazo de la muerte (Criss Cross, 1949)
Michael Curtiz
Alma en suplicio (Mildred pierce, 1945)
Orson Welles
El extraño (The stranger, 1946)
La dama de shanghai (The lady from Shanghai, 1948)
Mister Arkadin (Confidential report, 1955)
Henry Hathaway
Envuelto en la sombra (the dark corner, 1946)
Niágara (Niagara,1953)
A 23 pasos de Baker Street (23 Paces from Baker St, 1956)
Billy Wilder
Días sin huella (Lost week-end, 1945)
El crepúsculo de los dioses (Sunset boulevard, 1950)
El gran carnaval (Ace in the hole, 1951)
Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, 1957)
Charles Laughton
La noche del cazador (The nigth of the hunter, 1955). Estupenda película negra, única vez en que el gordo Laughton se puso tras la cámara.
Elia Kazan
El justiciero (Boomerang!, 1947)
Pánico en las calles (Panic in the streets, 1950). Aquí descubrí yo a Jack Palance.
La ley del silencio (On the waterfront, 1954)
Richard Fleischer
Sábado trágico (Violent saturday, 1955)
Impulso criminal (Compulsion, 1959)
John Huston
El tesoro de Sierra Madre (The treasure of Sierra Madre, 1948)
Cayo Largo (Key Largo, 1948)
Robert Aldrich
¿Qué fue de Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane, 1962)
Canción de cuna para un cadáver (Hush…hush, Sweet Charlotte, 1964)
La banda de los Grissom (The Grissom gang, 1971)
William Wyler
Callejón sin salida (Dead end, 1937)
La carta (The letter, 1940)
Brigada 21 (Detective Story, 1951)
Horas desesperadas (The desperate hours, 1955)
Otto Preminger
¿Ángel o diablo? (Fallen angel, 1945)
Vorágine (Whirlpool, 1949)
Al borde del peligro (Where the sidewalk ends, 1950)
Cartas envenenadas (The 13th. letter, 1951)
Anatomía de un asesinato (Anatomy of a murder, 1959)
Edward Dmytryk
Historia de un detective (Murder, my sweet, 1944)
Encrucijada de odios (Crossfire, 1947)
Raoul Walsh
Los violentos años veinte (The Roaring Twenties, 1939)
La pasión ciega (They drive by night, 1940)
El último refugio (High Sierra, 1941)
Sin conciencia (The enforcer, 1951)
Richard Brooks
A sangre fría (In cold blood, 1967). Dura adaptación del libro de Truman Capote.
John M. Stahl
Que el cielo la juzgue (Leave her to heaven, 1945). Este melodramón, con protagonista absolutamente perversa, no suelen citarlo en las listas de cine negro. Y probablemente no lo merece, pero… ¡está de guapa, Gene Tierney, haciendo de mala!
Charles Vidor
Gilda (Gilda, 1946)
George Marshall
La dalia azul (Blue dahlia, 1946)
Robert Montgomery
La dama del lago (Lady in the lake, 1947). Un experimento fallido de cámara subjetiva sobre la novela de Chandler. Montgomery se reservó el papel de Marlowe, que cuenta la película y es la cámara, solo se le ve de vez en cuando, reflejado en algún espejo. Resultaba aburrido.
Delmer Daves
La senda tenebrosa (Dark passage, 1947)
Joseph H. Lewis
El demonio de las armas (Gun crazy, 1950)
Nicholas Ray
Los amantes de la noche (They live by night, 1949). Preciosa película.
Samuel Fuller
Manos peligrosas (Pick-up on South street, 1953)
Aquí sí que está estupendo Richard Widmark.
Allan Dwan
Ligeramente escarlata (Light scarlett, 1955)
Woody Allen
Toma el dinero y corre (Take the Money and Run, 1969). Incluyo la primera incursión de Allen en la dirección, porque atraca, o lo intenta por lo menos. Y además, tendré pocas ocasiones de hacerlo, se sale de mi calendario.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.