(3) AMAR, BEBER Y CANTAR, de Alain Resnais.

TRES PAREJAS DE YORKSHIRE
Alain Resnais falleció poco después de terminar esta película, basada en una pieza teatral del dramaturgo Alan Ayckbourn —autor también de las obras que proporcionaron al realizador francés la base literaria de Smoking / No smoking (1993) y de Asuntos privados en lugares públicos (2006)— y que recibió el Premio de la Crítica en el festival de Berlín 2014. Se trata de una comedia dramática protagonizada por tres parejas residentes en la campiña inglesa de Yorkshire que, durante la primavera y el otoño, ensayan una pieza escénica —que nunca veremos representada— y que se preocupan por un amigo suyo llamado George —al que tampoco llegaremos a ver en pantalla—, aquejado de una mortal enfermedad.
En apariencia, sólo asistimos a los enredos propios de un vodevil en el que Sabine Azéma, André Dussolier, Hyppolite Girardot y demás intérpretes exteriorizan sus ideas y afectos rememorando el pasado y viviendo el presente como personajes cuyas costumbres y pensamientos son únicamente contemplados como un juego lleno de cotidiana y gozosa vitalidad porque al realizador nunca le ha interesado el naturalismo sino la destrucción del llamado ”efecto realidad”. Lo hizo en su primera etapa experimental —Hiroshima, mon amour (1959), El año pasado en Marienbad (1961), etc.— y lo ha hecho también en los últimos quince años, con unas películas en las que tampoco ha renunciado a la búsqueda de un lenguaje narrativo, en tramas habitualmente de carácter coral, adecuado para mostrar que el relato no es más que un ejercicio de ficción, una mera representación llena de artificio con el objeto primordial de que el espectador pueda acceder a lo esencial de aquello que denominamos realidad.
El cine de Resnais es, pues, un admirable ejemplo de posmodernidad con su capacidad tanto para reflexionar sobre sí mismo como para deleitarnos con un estilo original y siempre fascinante. Pienso a veces que el cineasta francés podría haber filmado cualquier cosa y que, al mostrarla, siempre habría cautivado nuestra atención. Todo procedimiento expresivo era asimilado y puesto en práctica si servía a sus designios: aquí hace recitar los diálogos con estudiada afectación, separa las escenas con largos fundidos en negro, usa telones pintados como decorados, muestra mediante dibujos los paisajes y casas de la comarca, utiliza un simple tapiz rayado para limar la posible trascendencia de los primeros planos…
A los no iniciados en su sofisticada y personal manera de hacer cine podrán parecer frívolos y absurdos muchos de los recursos que no son sino simples rodeos para captar mejor lo esencial que se oculta detrás del aparente artificio. Y es que, con frecuencia, nos presenta la vida como una manifestación onírica de algo que sólo puede ser visto y comprendido desde una óptica freudiana.
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