(1) EL SECRETO DE ADALINE, de Lee Toland Krieger.

EL AMOR Y LA ETERNA JUVENTUD
¿Es compatible el amor y la inmortalidad? ¿Tiene sentido, para un ser inmune al paso del tiempo, cultivar fuertes lazos emocionales de afecto y apego con personas que inevitablemente van a envejecer y morir ante sus ojos, una y otra vez a lo largo de los siglos? ¿Siente igual un individuo que carece de fecha de caducidad, y que por tanto no tiene miedo a morir? Estas cuestiones, nutridas de no poca filosofía barata, es el trasfondo narrativo de El secreto de Adaline, tercer largometraje del joven estadounidense Lee Toland Krieger, cuya filmografía hasta ahora se ha mantenido inédita en España.
Se trata de un hermoso cuento romántico contemporáneo, amable y gratificante para el gran público —mayoritariamente femenino, sospecho—, que destaca especialmente por su sólida factura técnica, respaldada por una cuidada puesta en escena que recrea las diferentes épocas históricas por las que atraviesa la protagonista y una sofisticada fotografía que juega con luces y sombras y refuerza el plano psicológico de los personajes. Y es que, dejando de lado la flaqueza del argumento y su dimensión fantástica —una serie de oportunas casualidades pseudo-científicas provoca que una guapa y atractiva veinteañera se vuelva inmortal, y que tras pasar décadas enmascarada en una vida discreta huyendo del contacto humano acaba enamorándose de un joven y atractivo millonario por el que es capaz de sincerarse—, El secreto de Adaline es un relato básicamente sentimental que ensalza el amor como el principal motor de la historia.
El guión es, por tanto, la mayor lacra del film, pues a pesar de tener abundantes medios detrás y unos actores que cumplen eficientemente con su labor, el libreto de Salvador Paskowitz y J. Mills Goodloe es incapaz de transmitir con fuerza suficiente un romance narrado de manera mecánica y un tanto apática. Y si bien es cierto que el realizador estadounidense evita la sobredosis de edulcorante de otras producciones similares, como la olvidable Cuento de invierno (2014), nunca llega a conmover al espectador curtido en esta clase de productos.
El desenlace es, sin duda, la guinda de un pastel elaborado con un molde de tópicos y convencionalismos del género. Una resolución tan mágica, esto es arbitraria, como el inicio del relato, donde los caprichos del destino acaban conspirando para un happy end de manual.
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