LOS GÉNEROS CINEMATOGRÁFICOS (III): EL CINE NEGRO (1ª PARTE)

LA ÉPOCA DORADA DE HOLLYWOOD
No conseguía dormirme, no quería encender la luz y leer un rato por miedo a despertar a mi santa y me puse a pensar en posibles títulos a incluir en este apartado, a ver si contando thrillers a oscuras en vez de ovejitas me llegaba el sueño.
A los cinco minutos seguía despabilado y habían saltado 25 films, todos dignos de formar parte de la selección. Ya me ha dolido en crónicas anteriores tener que dejar fuera peliculones como Pasión de los fuertes (1946) o El forastero (1940); Melodías de Broadway 1955 (1953) o Siete novias para siete hermanos (1954). ¿Qué debía hacer? Vaya, ha sido peor el remedio que la enfermedad, pensé, ahora sí que no pego ojo en toda la noche.
Tras un buen rato, di con una solución: ofreceros dos crónicas por el precio de una. Así, por lo menos, salvo del anonimato 20 títulos; pero me siguió manteniendo desvelado un nuevo problema: ¿Cómo las agrupo, por orden cronólogico, por subgéneros? Me he decantado por lo segundo. Voy a preparar dos lotes: un monográfico de pelis de bandas, con asaltos a bancos o joyerías o sin ellos y otro capítulo con todo lo demás que se ha dado en llamar thriller: asesinatos, detectives privados, policías estùpidos, cuando no corruptos, que odian al private eye, menos un sargento que es amigo suyo, mujeres fatales que arrastran al crimen al chico… todo lo que encontramos en las novelas de Dashiel Hammet, Raymond Chandler, Ross McDonald, James M. Cain, Jim Thomson y tantos otros.
En este tipo de cine y de literatura, ignorar la identidad de los malos —o de los asesinos— hasta el final no es relevante, de hecho la conocemos casi siempre a las primeras de cambio. Eso queda para la novela policial, para lo que en el cine bautizaron como who-do-it films, es decir, ¿quién lo hizo?, —su autora más representativa sería Agatha Christie y la novela más emblemática, Diez negritos— y no suele considerarse novela negra, tampoco el cine, salvo excepciones como Laura (Laura, 1944), ya escribí sobre ello en la crónica dedicada a Preminger.
El motivo de que varios títulos de este director austríaco y de algunos de sus colegas alemanes —Lang, Siodmak— que no encajan en lo que entendemos por film noir se incluyan habitualmente en los tratados sobre el género tiene más que ver con la atmósfera que con la trama. Ya dejamos constancia en anteriores trabajos de lo que fue y la influencia que tuvo en Hollywood el expresionismo, importado por esta oleada de centroeuropeos huídos del nazismo. Al final incluiré alguno de estos títulos, con la coletilla “WDI” (who do it”).
Por todo ello, para saber a qué atenernos, esta primera entrega se denomina:
Cine negro, negro1.- El halcón maltés (The Maltese Falcon, 1941), de John Huston.
Huston llevaba ya algunos años escribiendo guiones, algunos tan estupendos como los de Jezabel (William Wyler, 1938), Sargento York (Howard Hawks, 1941) o El último refugio (Raoul Walsh, 1941) cuando debutó en la dirección con una adaptación muy fiel de la que es considerada por muchos la mejor novela de Dashiell Hammett, de la que la Warner ya había rodado dos mediocres versiones —la segunda, Satan met a lady (William Dieterle, 1936) la interpretó Bette Davis, que la consideraba el mayor bodrio de toda su carrera—. Con el guión de El Halcón Maltés logró Huston su primera nominación al oscar, pero de nuevo esta estatuilla al mejor guión adaptado se vendió cara: estaba Phillip Dunne por ¡Qué verde era mi valle!, de John Ford: Lillian Hellman por La loba, adaptación de su pieza teatral The little foxes, que dirigió William Wyler con una, aquí sí, estupenda Bette Davis; estaban los mejores guionistas de todos los tiempos, Charles Brackett y Billy Wilder por Si no amaneciera, un melodrama dirigido por el artesano Mitchel Leisen con Charles Boyer y Olivia de Havilland que yo casi no recuerdo, aunque estoy seguro de que lo mejor era el guión. Y de nuevo la Academia se va por los cerros de Úbeda y premia a Sidney Butchman y Seton I. Miller por El difunto protesta, una discreta comedia sobre un boxeador que se muere a destiempo por un error de su ángel de la guarda… bueno, lo mismo que El cielo puede esperar, de Warren Beatty, 37 años después, cambiando al púgil por un jugador de fútbol americano.
Pero ¿que derecho tengo yo a acusar a nadie de irse por los cerros de Úbeda? Ya me ha vuelto a pasar, debería estar contando cosas de El Halcón maltés, pero es muy difícil decir algo nuevo, tanto en el aspecto crítico como en el anecdótico.
Solo un apunte sobre los actores de reparto: en aquellas fechas se firmaban contratos más o menos largos con las productoras, como hacen ahora los futbolistas con sus clubes, y los castings se hacían con lo que había en el vestuario, digo, en el estudio. Warner Bros contaba con un magnífico plantel de actores europeos —Peter Lorre, Sidney Greenstreet, Claude Rains, Conrad Veidt— de cuyas interpretaciones se pudo disfrutar desde finales de los treinta hasta gran parte de la década de los cuarenta. Los dos primeros acompañan a Bogart con brillantez en la búsqueda del Halcón, Lorre insuperable en el personaje del afeminado Joel Cairo y el gordo Greenstreet como Kasper Gutman, papel por el que fue nominado al Oscar. Un año más tarde, coincidieron todos en Casablanca. Entre el 39 y el 45, Bogart filmó cerca de 20 películas para la Warner y rara es la que no cuenta con alguno de los cuatro actores citados. O todos ellos, como en Pasaje a Marsella (Michael Curtiz, 1944). Bueno, Conrad Veidt creo que no estaba.
2.- El sueño eterno (The big sleep, 1946), de Howard Hawks.
Y ya tenemos aquí, por tercera vez, al maestro Hawks; nadie se desliza entre el western, la comedia, el cine negro, el bélico, o el de aventuras en África con la facilidad y la elegancia con que él lo hace. John Huston, quizás, pero con menos registros. La comedia, por ejemplo, ni se la plantea.
Ahora me gusta más Chandler que Hammett. No siempre ha sido así, de jovencito, cuando me atacó una pasión obsesiva y enfermiza por la novela y el cine negro, que me llevó durante bastante tiempo a olvidarme de cualquier otro tipo de lectura o de espectáculo, Hammett era Dios para mí. A medida que iba descubriendo otros autores iba modificando el escalafón de mis favoritos, pero sin desbancar a Hammett del primer puesto. El halcón maltés, Cosecha roja y La maldición de los Dain seguían en cabeza. El tiempo puso las cosas en su sitio, me curó de mi obsesión por el género y ahora puedo pasarme años sin ver o leer un thriller pero cuando me da por ahí, además de Chandler, tengo tres o cuatro autores de novela negra a los que releo con más deleite que al fundador.
El sueño eterno no es la novela de Chandler que más me gusta, pero sí la película homónima que prefiero de las numerosas adaptaciones que se han hecho de su obra. Se ha derramado mucha tinta sobre las incógnitas que quedan sin desvelar y circulan por ahí numerosas historias sobre ello. La más repetida es aquella de que cuando los guionistas, entre los que por cierto estaba William Faulkner, le preguntaron a Chandler sobre una de las cosas que deja en el aire la novela, quien mató y porqué al chófer de los Sternwood, respondió: ¡Ni puta idea! Naturalmente, la película tampoco lo aclara.
La última vez que me topé con esta anécdota fue el 23 de mayo pasado en un excelente artículo en El País de Enrique Vila Matas, uno de mis escritores de cabecera, sobre la fascinación que nos producen los relatos o las películas que no entendemos. Habla de El año pasado en Marienbad (Alain Resnais, 1961) y de la reciente El topo (Tomas Alfredson, 2011). Procurad leerlo, no tiene desperdicio. Se títula El sueño eterno.
3.- El cartero siempre llama dos veces (The Postman Always Ring Twice, 1946), de Tay Garnett.
A veces ocurre: un director se pasa 40 años de su vida haciendo cine —en el caso de Garnett, 42 películas y un montón de episodios de series de TV entre 1930 y 1970— y nadie se acordaría de él a no ser por un único título, en que milagrosamente logra una obra redonda. Arropado por la novela homónima de James M. Cain y un sólido guión de Harry Ruskin y Niven Busch y la mejor interpretación de su carrera de la pareja protagonista, Lana Turner y John Garfield, Garnett consigue meterse con pleno derecho entre los grandes del cine negro.
Aunque rara vez me gustan los remakes, quiero dejar constancia de que Bob Rafelson realizó en 1981 uno muy estimable con Jessica Lange y Jack Nicholson, que consiguen transmitir más cálidamente que sus antecesores la tensión sexual entre la pareja, aunque también es cierto que en 1946 hubiera sido impensable poder rodar un polvo como el que nos brindan Lange y Nicholson en la cocina de la gasolinera.
4.- Perdición (Double indemnity, 1948), de Billy Wilder.
La cronología ha hecho que nos encontremos con dos films basados en novelas de James M. Cain seguidos. Si no conociéramos su autoría, bastaría comparar ambos argumentos para saber que procedían de la misma pluma: mujer fatal lía a pardillo de turno para asesinar al marido. Aún nos volveremos a encontrar en esta crónica con una tercera.
En esta ocasión el maestro Wilder se valió de la colaboración de Raymond Chandler para elaborar un guión perfecto, en el que no falta ni sobra nada, a pesar de que la relación entre ellos no fue lo que se dice cordial. Contó con Barbara Stanwyck, Fred McMurray y un enorme Edward G. Robinson, y con una fotografía en b/n de John F. Seltz que le valió una nominación al oscar, pero fue a parar a Joseph LaShelle por Laura. Nada que objetar.
Perdición tuvo siete nominaciones, entre ellas mejor película, mejor director, mejor actriz y mejor guión adaptado, pero no prosperó ni una. La principal cosecha —siete, entre ellos mejor película, mejor dirección, mejor actor (¡¡)— se la llevó Siguiendo mi camino (1944), una comedia blandengue sobre un cura católico “moderno” y cantante —Bing Crosby, claro— que irritaba al conservador y bonachón párroco, Barry Fitzgerald, que se llevó a casa su estatuilla de mejor actor de reparto. He de reconocer que Crosby a mí, también me irritaba bastante.
De la media docena de incursiones del gran Wilder en el género, todas obras notables, Perdición me ha parecido la más adecuada, la más film noir puro y duro. Sobre todo, duro. Si la revisáis, ojo a la bajada de escalera de la Stanwyck, con la pulserita en el tobillo (minuto 9). Cosa fina.
5.- Extraños en un tren (Strangers on a train, 1951), de Alfred Hitchcock.
El cine de suspense, como el who-do-it, no suele enmarcarse en el apartado de cine negro, constituye un género per se. Rara vez se cita a Hitchkock al hablar de cine negro, él es El Mago del Suspense. Patricia Highsmith, autora de la novela en que se basa la película, también es considerada por sus muchos fans, entre los que me incluyo, más cerca del suspense que del negro, a pesar de la dureza de sus historias. Pero Extraños en un tren, la película más que la novela, cabe perfectamente en nuestra selección, aunque no haya detectives privados ni vampiresas; solo un asesino y medio.
El mago gordinflón tiene varias películas que encajan en el género, desde La soga (1948) hasta Frenesí (1972), pasando por La sombra de una duda (1943), Yo confieso (1953) o Falso culpable (1956). Esto es solo mi opinión, supongo que habrá cinéfilos hitchcockianos que no estén de acuerdo.
De nuevo encontramos a Raymond Chandler entre los guionistas. Y la excelente fotografía en b/n de Robert Bulks fue nominada a los Oscars.
6.- Cara de Ángel (Angel face, 1952), de Otto Preminger.
Ya dije que nos volveríamos a encontrar con la femme fatale. En este caso se trata de una angelical Jean Simmons, pero que es más mala que un dolor de muelas. Mucho más perversa que la Turner y la Stanwyck juntas ¡dónde va a parar! Y luego está Robert Mitchum, un enfermero de urgencias. Buen chico, con novia formal, también buena chica, pero que tiene la desgracia de que se cruce en su camino el bicho este. El angelito tiene una madrastra rica y un padre novelista y pusilánime.
Total, que la niña ficha a Mitchum como chófer de la familia, lo marea, le hace romper con la novia, pero lo que quiere en realidad es que la ayude a cargarse a la madrastra. Se lía la troca y todo acaba como el rosario de la aurora. Si no supiera que el guión sale de un argumento del director y productor Chester Erskine, hubiera jurado que se trataba de una novela de James M. Cain.
El apocado padre de la Simmons es Herbert Marshall, un excelente actor, injustamente ignorado con demasiada frecuencia. Por lo que respecta a la banda sonora, Dimitri Tiomkin ilustra musicalmente las escenas clave con una partitura jazzística soberbia.
7.- Los sobornados (The big heat, 1953), de Fritz Lang.
En la serie de artículos Europeos en Hollywood, dediqué parte del trabajo sobre Lang a esta magnífica película. Después he vuelto a verla y me ratifico en todo lo que dije: me parece la mejor, o una de las mejores películas del maestro alemán en Hollywood.
El guión de Sidney Boehm es la adaptación de un folletín por entregas del Saturday Evening Post. No conozco nada de su autor, un tal William P. Mc Givern, pero el guión es soberbio, con unos diálogos secos, afilados como cuchillos. La discusión entre Lee Marvin y Gloria Grahame, dos minutos y medio de preguntas de Marvin y sarcásticas respuestas de la Grahame que van cabreando al tipo hasta que acaba lanzándole al rostro café hirviendo, constituyen una de las mejores secuencias de cine negro que me ha sido dado presenciar. Chapeau también para la fotografía en b/n de Charles Lang.
8.- El beso mortal (Kiss me deadly, 1955), de Robert Aldrich.
Excelente thriller, muy superior a la novela homónima de Mickey Spillane, creador del detective Mike Hammer, un tipo duro. Las novelas de Spillane se encuadran en el subgénero denominado hard-boiled, del que es, probablemente, el autor más representativo desde la aparición en 1947 de su personaje en Yo, el jurado (1982), que tuvo una considerable acogida y de la que se hicieron dos versiones cinematográficas en 1952 y 1982; en esta última, Hammer era Armand Assante y andaban por allí también Barbara Carrera y Paul Sorvino, el papá de Mila. Ambas son perfectamente olvidables. No es el caso de este beso mortal de Aldrich, que de una historia endeble y dificilmente creíble consigue sacar oro; un thriller extraordinario, convertido desde hace tiempo en film de culto por los amantes del género o del buen cine, simplemente. Gran interpretación de Ralph Meeker.
Mike Hammer ha sido objeto de un par de series televisivas. Los maduritos quizás recordeis la que interpretó el gran Stacy Keach a mediados de los ochenta, porque la repusieron a finales de los noventa y la pudimos ver aquí doblada al castellano. La otra es anterior, desde 1956 a 1959 con Darren McGavin. Un apunte, para los que gustan de recopilar datos: este McGavin protagonizó en 1975 en España, una ocurrencia de José Luis Borau titulada Hay que matar a B; no funcionó en taquilla, pero a mí me gustó. Reparto internacional con Stephane Audran, Patricia Neal, Burges Meredith; nosotros pusimos a José Nieto y Luis Prendes. Ese año Borau todavía encontró tiempo para rodar Furtivos, manda huevos.
9.- Sed de mal (Touch of Evil, 1958), de Orson Welles.
Vale, sí, de acuerdo: Ciudadano Kane es la mejor película de la historia del cine y en eso coincidimos todos, salvo los modernos que prefieren El padrino (1972). Entonces, pongámosla en un altar y adorémosla. Citémosla cuando nos pregunten y bajémosla del pedestal de cuando en cuando para que se nos vuelva a caer la baba, pero luego volvamos a dejarla allí. ¿A qué viene ésto? A que yo, dicho sea con todos los respetos y sin ánimo de ofender, hace ya tiempo que disfruto mucho más revisitando otras películas del genio, por este orden: Uno, Sed de mal. Dos, Campanadas a medianoche (1965). Tres, El cuarto mandamiento (1942). Cuatro, otras 5 ó 6.
De nuevo Orson Welles, como hiciera 11 años antes con La Dama de Shanghai (1947), coge un material mediocre, lo transforma, lo moldea a su gusto y lo convierte en una buena película. En este caso, en una gran película. El plano secuencia inicial, de tres minutos de duración debería estudiarse en todo programa educativo que esté relacionado con el arte. Hacia media película hay otro plano secuencia, cuando la policía registra la casa del joven Sánchez, más difícil de realizar y no sé si incluso más largo que el inicial. Y toda la película está llevada a un ritmo trepidante; como diría Lobato, el de la fórmula 1, si respiras te lo pierdes.
Y el Welles actor enorme en todos los conceptos. Su lugarteniente, Joseph Calleia, es un secundario que no falla nunca. Y Akim Tamiroff, y Marlene…
Una sobrecogedora fotografía en b/n de Rusell Metty y una banda sonora que te engancha desde el primer acorde de Henry Mancini.
Y 10.- Un largo adiós (The long goodbye, 1973), de Robert Altman.
No suele aparecer en los trabajos sobre el género esta adaptación muy libre de la novela de Raymond Chandler y la verdad es que no faltan razones para ello… Expongo algunas: A) El traslado de la acción a la época en que se rodó la película transgrede de una tacada casi todas las premisas del film noir. B) El colorido alegre y bullanguero, esas vecinas hippies en top less, la fiesta en casa de los Wade, las escenas en Méjico… no es cine negro, negro. C) La interpretación, sobre todo la de Elliot Gould. Puede que sea porque en nuestro imaginario la figura de Philip Marlowe ya está encasillada —Bogart, Dick Powell— y Gould nos ofrece un personaje más pasota que duro, más cachondo que sarcástico.
Bueno, entonces ¿por qué la he escogido para cerrar esta entrega de lo que se supone que debe ser “cine negro, negro”, salíéndome además, como pasaba con Grupo salvaje (1969), de la franja cronológica en que se sitúan estas crónicas? Pues porque a pesar de que todas esas objeciones son válidas, a mí la película me gustó desde la primera vez que la ví. No soy imparcial: soy fan sin fisuras de Robert Altman desde que ví Mash (1970). Hasta sus fiascos más notorios, a mí me gustan, lo siento.
Una curiosidad, para los que quieran verla ahora. Sale en un par de escenas el director Mark Rydell interpretando a un gángster, Marty Augustine. Fijaos en uno de sus matones. Bueno, es igual, os lo digo: es Schwarzenegger…
Esto se ha alargado más de la cuenta. Dejamos la lista con otras películas para la próxima crónica.
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