(3) LO QUE HACEMOS EN LAS SOMBRAS, de Taika Waititi y Jemaine Clement.

COMPAÑEROS DEL MÁS ALLÁ
En Entrevista con el vampiro (1994), adaptación fílmica de la célebre novela de Anne Rice, un vampiro hastiado de su eterno peregrinaje a través de los siglos se cita con un periodista de nuestra época para narrarle su periplo como depredador nocturno. El reportero, exaltado por tropezarse con una historia del tal calibre, no capta el tono amargo del relato ni la aflicción existencialista del protagonista limitándose a alabar sus capacidades sobrehumanas y su principal virtud: su inmortalidad. De hecho, le pide su conversión. Pobre ignorante, no ha entendido nada…
Sin duda, ser inmortal debe ser muy muy aburrido, una idea que ya nos formuló brillantemente Jim Jarmush, adalid del cine indie USA, en su infravalorada Sólo los amantes sobreviven (2013). Su aproximación al género terrorífico supuso un peculiar ensayo filosófico sobre estos fascinantes seres sobrenaturales que renegaba de la versión puritana y casquivana de los últimos años, cuya cúspide del maltrato la ostenta la olvidable Saga Crepúsculo.
Pues bien, Lo que hacemos en las sombras es el reverso gamberro de la visión melancólica y pesimista de Jarmush. Una ingeniosa, delirante y desmitificadora película neozelandesa que adopta el formato de un falso documental para narrar la monótona y siniestra existencia de cuatro vampiros que comparten piso en un suburbio de Wellington, capital del país.
Utilizando las mismas técnicas de rodaje, asequibles y funcionales, que proporcionaron un realismo desasosegante en El proyecto de la bruja de Blair (1999), [REC] (2007) y Monstruoso (2008), el film de Taika Waititi y Jemaine Clement —este último es miembro del dúo musical Flight of the Conchords— describe, a golpe de gag desmadrado, uno de los más divertidos retratos caricaturescos del vampirismo que recuerde. Se trata, por tanto, de una especie de reality —cuyos técnicos, según un rótulo, han sido protegidos durante la grabación con cruces y rosarios— que sigue las andanzas y la convivencia diaria de los protagonistas, auténticos frikis procedentes de épocas pasadas incapaces de adaptarse al siglo XXI. Ello permite la sucesión de ocurrentes escenas, entre lo fantástico y lo trivial, que parodian todos los tópicos y clichés del chupasangre clásico: su aversión a la luz, su falta de reflejo en los espejos, su capacidad de vuelo, sus dotes hipnóticas, sus “dificultades” a la hora de realizar quehaceres cotidianos como asearse o vestirse, sus hábitos de caza y alimentación, etc. Todo desde un enfoque de total naturalidad. Incluso en las escenas más sangrientas, casi gore, no desaparece el humor. Eso sí, negro… negrísimo.
Lo que hacemos en las sombras es una pequeña gran película, hecha con “cuatro duros” pero con talento, que ha obtenido el reconocimiento en los festivales de cine por donde ha pasado: Mejor Película en Toronto y Premio del Público en Sitges.
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