(2) LOS CABALLOS DE DIOS, de Nabil Ayouch.

NOS VEMOS EN EL PARAÍSO
De Nabil Ayouch, cineasta de familia marroquí pero nacido en París en 1969, sólo hemos podido ver Zaoua, príncipe de Casablanca (2000), un antecedente directo de Los caballos de Dios (2012), película premiada en el festival de Valladolid que, a su vez, es un intento de ampliación y de profundización respecto a un cortometraje que el propio realizador hizo sobre los atentados suicidas islamistas de 2003 en Casablanca, aunque también ha utilizado el libro de Mahi Binadine Las estrellas de Sidi Mumen para explicar, a modo de testimonio reconstruido, el reclutamiento y actuación como yihadistas de unos jóvenes procedentes de los más bajos estratos socioeconómicos, ocupantes de barrios chabolistas y sin un futuro prometedor que les impida caer en la delincuencia o en el tráfico de drogas.
El rodaje tuvo lugar durante la “primavera árabe” sin que las autoridades pusieran impedimentos aunque el equipo técnico tuvo que sortear el recelo de determinados círculos relacionados con el islamismo radical. Asistimos, pues, al típico “lavado de cerebro” que es el método empleado por todos los dirigentes sectarios —aquí los líderes son emires o imanes de carácter religioso— para que el fanatismo no deje funcionar en sus seguidores los más elementales engranajes de la razón. En esta ocasión, los niños del film antes citado se han convertido ya en muchachos, en su mayoría parados y marginados, que aspiran a encauzar sus vidas a través del fútbol o de la emigración pero que acaban siendo captados y convertidos en terroristas suicidas —denominados “mártires”— para luchar contra toda clase de “infieles” —judíos, cruzados y musulmanes tolerantes— y asegurarse un seguro e inmediato acceso al paraíso.
El interés de la película es indiscutible pero, a mi criterio, no alcanza la complejidad ni la hondura deseables tanto en sus aspectos sociales y económicos como en los ideológicos y teológicos. Los actores —al parecer, no profesionales— recurren a la espontaneidad a falta de una más depurada técnica interpretativa. Echo en falta además una mayor riqueza de matices en esta mirada fílmica —comprometida con la convivencia pacífica, eso sí— que pretende diseccionar los mecanismos tanto externos como internos de la más cruel y violenta de las alienaciones humanas.
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