(4) UNA PALOMA SE POSÓ EN UNA RAMA A REFLEXIONAR SOBRE LA EXISTENCIA, de Roy Andersson.

EL HORROR CONTEMPLADO CON HUMOR
Por las características de su cine se nota que el sueco Roy Andersson (Goteborg, 1943) no sólo nació en el seno de la clase obrera sino que es también ahora un ciudadano concienciado al que le disgusta la sociedad en el que le ha tocado vivir y que procura trasladar a la ficción. Si el existencialismo nórdico suele asociarse a una concepción atormentada y pesimista del mundo y del hombre —libros de Søren Aabye Kierkegard, films de Ingmar Bergman, etc.—, este cineasta se apropia de esta corriente filosófica y la exterioriza como una mezcla de tragedia y de humor sarcástico que no le impide, más bien le refuerza, la plena comprensión del sufrimiento humano. Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia, León de Oro en Venecia 2014, es la tercera entrega de una “trilogía de la vida” cuyo segundo episodio (La comedia de la vida, 2007) pudimos ver estrenado en nuestras pantallas aunque ya conocíamos al director desde que aquí se programó como “arte y ensayo” su primer film Una historia sueca de amor (1970).
La película ahora exhibida es una verdadera joya cinematográfica pese a que no gozará seguramente ni del favor del público ni del respaldo de la industria, condenada a ser un producto para minorías al margen de su prestigio internacional y de su laborioso proceso de producción (cuatro años). Plenamente coherente con el resto de la creación fílmica de Roy Andersson, que para subsistir y financiarse ha tenido que rodar abundantes anuncios publicitarios, Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia logró encontrar recursos económicos en varios países y se sitúa en la misma órbita expresiva del teatro de Samuel Beckett y del cine de Aki Kaurismäki ya que su estilo trasciende el naturalismo de la cotidianidad y, tras navegar por el absurdo y el simbolismo, penetra en la esencia de las personas merced a un elaborado trabajo de estilización minimalista —escenografía, interpretación y diálogos reducidos al máximo— que debe no poco al tratamiento que del espacio hacen diversos pintores y a la importancia concedida a los ambientes, motivo por el cual utiliza sistemáticamente los planos-secuencia (39 en esta ocasión) de larga duración y de amplia perspectiva —se ha declarado contrario al abuso del montaje y del ritmo acelerado—, manteniendo la cámara estática para filmar escenas a modo de sketches, antiguamente llamados “cuadros vivientes”.
El de Roy Andersson es, pues, el típico “cine de autor” que tanto repugna a los cinéfagos postmodernos aunque su film sea para algunos de nosotros uno de los más sugestivos e interesantes del año. Su atención se dirige a unos personajes vulnerables y abocados al abismo si no logramos evitarlo a tiempo, provocando en el espectador una reflexión moral y social destinada a convertirlo en dueño de su destino. Los dos fracasados vendedores de artículos de broma para fiestas, un equivalente de Laurel y Hardy o de la pareja de Esperando a Godot, constituyen el eje narrativo que articula este relato coral que empieza significativamente con tres cortas secuencias tituladas “Encuentros con la muerte” aunque la intención confesada del cineasta sueco sea la de despertar las ganas de vivir.
Los recursos narrativos empleados son tan variados como inteligentes: desde el distanciamiento conseguido con la ayuda de las máscaras-maquillaje hasta la trivialidad convertida en trascendencia o desde la sobria y calculada utilización de la música (canciones) hasta la dimensión onírica de la secuencia de los esclavos negros achicharrados por los colonizadores blancos como un espectáculo contemplado por una élite decadente y amojamada. Y un detalle técnico para terminar: el rodaje se hizo en formato digital, una novedad que entusiasmó al director al poder conseguir tanto una gran profundidad de campo, sin problemas de desenfoque, como una absoluta facilidad para reducir los tonos cromáticos demasiado vivos de la fotografía.
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