(4) HABLAR, de Joaquín Oristrell.

CALLES Y GENTES DE LAVAPIÉS
Película admirable e insólita cuyo germen se encuentra en la Escuela de actores de Cristina Rota y en un guión de Joaquín Oristrell (Barcelona, 1953) a quienes hay que añadir las aportaciones de muchos de los intérpretes a la hora de construir sus propios personajes y diálogos. Nos encontramos ante un verdadero film “coral” con cortas intervenciones de una treintena de conocidos actores y actrices que se reparten los escasos 79 minutos del metraje.
Del Oristrell realizador me gustaron especialmente Sin vergüenza (2001), Los abajo firmantes (2003) e Inconscientes (2004), aunque en esta ocasión simultanee sus propósitos experimentales en lo formal con un evidente compromiso crítico contra el actual momento socio-económico español, precisamente ahora que gran parte del cine nacional sobrevive cultivando un tono evasivo que da la espalda al grave e injusto estado de postración material y moral de gran parte de la ciudadanía.
Una característica fundamental de Hablar es que fue rodada en sólo tres noches de agosto en el barrio de Lavapiés, con elevadas dosis de improvisación y utilizando un único plano —en realidad fueron cuatro tomas hábilmente empalmadas—, procedimiento que ya habían empleado, por lo menos, tanto Alfred Hitchcock (La soga, 1948) como Alexander Sokurov (El arca rusa, 2002) aunque recurriendo a un montaje “invisible” debido a que los rollos de celuloide sólo permitían entonces diez minutos de filmación. En esta ocasión, la cámara de vídeo digital fue llevada a lo largo de 500 metros por las calles madrileñas, lo que exigió una perfecta coordinación entre los encargados de los focos, el camarógrafo y los intérpretes, que van entrando y saliendo de campo según lo ensayado previamente.
A mí me han interesado también los diálogos, que considero vivos, auténticos, emotivos e hilarantes, de una amargura de fondo atemperada por el sarcasmo y con un final de gran brillantez expresiva, una especie de homenaje poético a Blas de Otero —el poder de la palabra— y un ejercicio pirandelliano mediante el que se reflexiona sobre la creación teatral, las relaciones entre ficción y realidad, la función legitimadora del público asistente y el artificio consustancial a toda representación en la que los actores-personajes se convierten finalmente en espectadores que aplauden con entusiasmo a quienes hemos acudido a la sala de proyección. De visión más que recomendable.
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