(3) UNA SEGUNDA MADRE, de Anna Muylaert.

VAL, EMPLEADA DEL HOGAR
Esta película brasileña es fruto de la actualización de un antiguo proyecto de Anna Muylaert, que ha tenido que poner al día la relación entre una familia burguesa de Sâo Paulo y su asistenta, alojada en la misma casa y encargada de la crianza de un niño convertido ya en adolescente. Galardonado con el premio especial del jurado en Sundance 2015, el film ubica la trama principalmente en una lujosa mansión familiar y centra su mirada en la relación entre los amos y la criada, una cuestión básicamente socio-económica pero también con sus derivaciones psicológicas —la magistral El sirviente de Joseph Losey, 1963, con su estilización expresiva de índole brechtiana— y morales —Porcile de P. P. Pasolini, 1968, con el forastero que viene a alternar la “normalidad” del hogar—.
Una segunda madre se acoge al estilo habitual del costumbrismo y la cotidianeidad pero sin obviar la dimensión colectiva del relato —empleadas domésticas procedentes de pequeños pueblos y desplazadas a la gran ciudad en busca de trabajo; los niños dejados al cuidado de las tatas, etc.—, el film cobra una significación más profunda si se tienen en cuenta los cambios que la modernidad y las leyes de los últimos gobiernos progresistas han aportado al país haciendo evolucionar unas costumbres que se mantenían ancladas en un pasado colonial.
La llegada a la casa señorial de Jessica, hija de la sirvienta Val, para intentar el acceso a la universidad nos ilustra no tanto sobre la existencia de una mayor porosidad entre clases sociales como sobre la falta de prejuicios de una joven generación que ya no respeta las normas impuestas y acatadas desde tiempos remotos. Aunque, a mi juicio, la riqueza del film se pone en revidencia, sobre todo, mediante una lectura valorativa de los signos empleados en la narración, pues las relaciones de clase se estructuran y consolidan merced a una serie de ritos (gestos), estimaciones (normas establecidas), lenguaje (de superioridad o de dependencia) y, de una manera especialmente sintomática, mediante la ordenación jerárquica de los espacios físicos ocupados, permitidos unos y vetados otros, como la piscina, el salón, la cocina, el sótano, etc.
Una segunda madre retrata posiblemente el fin de una época y el nacimiento de otra, con el acceso a la cultura de las capas populares, el dominio de la mujer sobre su propio cuerpo y la desaparición del servicio doméstico entendido como un vínculo feudal para dar paso a unas nuevas condiciones laborales reguladas por el mercado del trabajo asalariado. Una puerta abierta al futuro que, por lo que ya sabemos, también plantea sus particulares conflictos.
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