(1) TOMORROWLAND. EL MUNDO DEL MAÑANA, de Brad Bird.

LA INQUEBRANTABLE, INCLUSO TERCA, FE EN EL FUTURO
Ahhh, el futuro. ¿Quién no se ha imaginado alguna vez cómo será la vida en décadas o incluso siglos venideros? Vasto es el patrimonio literario y cinematográfico que lo ha retratado. Pero resulta curioso cómo se interpreta aquello que ha está por venir según el contexto histórico que te toca vivir…
Los ilustrados del llamado Siglo de las Luces, guiados por la razón, predecían un mundo sin guerras, hambre ni enfermedades. Un lugar/tiempo donde reina la felicidad y la paz en un ambiente idílico habitado por una población de pastores y agricultores que vive en comunión con la naturaleza. La Arcadia feliz.
Sin embargo, ya en el siglo XX el auge de los totalitarismos fuerza un cambio de tendencia. A Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley, 1984 (1949) de George Orwell y Fahrenheit 451 (1953) de Ray Bradbury se les considera la trilogía fundacional del género distópico. El futuro pasa a ser aterrador, el individuo es víctima de un sistema político liberticida; hay desigualdad, injusticias, pobreza.
Afortunadamente, salvada la democracia con el triunfo de los aliados en la II Guerra Mundial y atenuada la paranoia nuclear propia de la incipiente Guerra Fría, Occidente vuelve a confiar en un futuro “positivo”. El estilo retrofuturista estadounidense de los años 50 y 60 plasmaba el ideal del “sueño americano” con multitud de máquinas y robots que simplifican las tareas diarias y liberan a las personas del trabajo mecánico.
Finalmente, la lógica perversa e insaciable del neoliberalismo global y la evidencia del cambio climático ha vuelto a ensombrecer la visión del porvenir humano: el futuro será superpoblado, desigual, árido, sofocante y con escasez de recursos naturales. Ya no son hipótesis, son certezas científicas.
La nueva superproducción de la factoría Disney, enmarcada en el fértil entorno de la ciencia-ficción, reivindica el regreso de la fe en el mañana. Tomorrowland vende la esperanza de un futuro donde los problemas más graves y complejos de la Humanidad se solucionan fácilmente gracias a la inteligencia… y al amor. Sí, a la fraternidad entre personas y pueblos. La apelación a los sentimientos es un rasgo inequívoco de la mayor compañía de medios de comunicación y entretenimiento del mundo.
Vaya por delante mi más sincera admiración por el realizador y guionista Brad Bird, artífice de una joya animada titulada El gigante de hierro (1999) y de dos obras maestras de Pixar, Los increíbles (2004) y Ratatouille (2007). En ellas demuestra que la animación no es un simple divertimento para niños sino que, tomada en serio, puede alcanzar la complejidad y la trascendencia de un film “adulto”. Incluso en su primera incursión en el largometraje con personajes de carne y hueso, Misión Imposible: Protocolo fantasma (2011), demostró cierta destreza en el género de acción. Pero Tomorrowland. El mundo del mañana es un discreto relato familiar excesivamente cándido y pueril, hipertrofiado por la inevitable avalancha de efectos digitales. Posee un punto de partida interesante para una aventura fantástica capaz de maravillarnos por la ciencia y la creatividad del ser humano, pero peca de una trama un tanto esquelética pese al virtuosismo técnico desplegado.
La acción de Tomorrowland. El mundo del mañana se divide en dos tramas temporales distintas. La primera acontece en los años 60, en un parque temático que recrea cómo se imaginaban entonces el futuro: prácticos coches voladores, simpáticos robots antropomórficos y cómodos viajes siderales. Un grupo de científicos reclutan a los potenciales habitantes de ese futuro a través de certámenes destinados a conocer a inventores y genios del país. Más de cuatro décadas después, una joven inconformista que tiene como referente a un padre soñador que está a punto de perder su trabajo en la NASA, descubre una forma de acceder a ese otro mundo para salvarlo de su decadencia. Y de paso, salvar a la Humanidad de sí misma.
Mi mayor distracción, como valenciano que soy, era distinguir la Ciudad de las Artes y de las Ciencias del escenario futurista de Tomorrowland, la urbe secreta creada por las mentes más brillantes del planeta que da título a la película. No en balde los medios locales informaron puntualmente de todos los entresijos del rodaje en Valencia. Los constantes guiños cinéfilos a obras emblemáticas de la Sci-Fi como La Guerra de las Galaxias, El planeta de los simios y Star Trek me resultaron conmovedores, todo un homenaje a la época dorada del género en el cine y la TV.
Por lo que respecta al ámbito interpretativo, ni George Clooney ni Hugh Laurie, estrellas de la función, realizan el papel de sus vidas, limitándose a posar y hacer sus gestos faciales más reconocidos. Opinión distinta merece la faceta cómica de la guapa Britt Robertson y la estampa robótica de la jovencísima Raffey Cassidy, la sorpresa de la temporada.
Sinceramente, dudo mucho que un invento, una patente o la ocurrencia de un individuo salve a la Humanidad de los grandes retos a los que se enfrenta. Los problemas globales —cambio climático, conflictos bélicos, inestabilidad política, desigualdad creciente, accidentes nucleares, catástrofes naturales, etc.— únicamente se solucionarán con medidas globales, acuerdos internacionales a un nivel jamás alcanzado antes. Con sacrificios, personales y colectivos. Y de eso nada se dice.
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