(1) JURASSIC WORLD, de Colin Trevorrow.

DINOSAURIOS A LA CARTA
Escribo este artículo sabiendo que el estreno de Jurassic World es el más lucrativo de la historia. Sus 511 millones de dólares recaudados el primer fin de semana de su exhibición comercial en todo el mundo convierten la cuarta entrega de la conocida franquicia en una máquina “letal” de hacer dinero, batiendo el récord que hasta ahora ostentaba Harry Potter y las reliquias de la muerte: Parte 2 (2011), que se quedó en los 494 millones.
Resulta evidente que la moda de los dinosaurios sigue vigente, gracias a la fascinación que causa en el ser humano la pretérita existencia de tan grandiosos y fieros animales y, también, a una agresiva campaña de marketing que ha convertido este film en todo un evento global. Pronto asistiremos a una previsible invasión de juguetes, videojuegos y series de TV para recuperar la inversión.
Reconozco que soy uno de los numerosos espectadores que quedaron anonadados ante la fantástica aventura que narraba Parque Jurásico (1993) cuyo hito fue el empleo de la realidad virtual para recrear estos reptiles gigantes con un realismo sorprendente. Por ello contemplé con decepción cómo explotaban el filón con discretas secuelas: El mundo perdido (1997) todavía conservaba el espíritu de la productora Amblin —fundada en 1981 por el director Steven Spielberg y los productores Kathleen Kennedy y Frank Marshall—; pero Parque Jurásico III (2001) ya era un pálido reflejo del título fundacional.
¿Qué es lo que falló? Básicamente la mera repetición de la fórmula, buscando sorprender al público con dinosaurios más grandes, más fieros y más inteligentes. Y poco más. Progresivamente, el apego a la base científica se fue diluyendo a favor de la espectacularidad. Si en la primera entrega ya predominó la decisión de hacer dinosaurios que diesen miedo —por ejemplo aumentando arbitrariamente el tamaño de algunos de ellos, como los célebres velocirraptores—, en esta se introducen elementos que comienzan a chirriar entre los avezados del mundo prehistórico: además de la godzilización de las especies, se domestican velocirraptores, adiestrándolos como obedientes soldados; se les concede el poder de comunicarse entre ellos y organizar ataques en grupo; y lo que es más grave… nos introducimos en el peliagudo tema de la ingeniería genética, que permite el diseño a la carta de las bestias. La clonación, la hibridación, la mutación… Ahí ya se rompe el pacto de verosimilitud de la película: comenzamos a desprendernos de un mínimo sustrato científico para adentrarnos en la pura fantasía. Lo siguiente serán monstruos fantásticos sacados de un delirio surrealista, o dinosaurios cibernéticos, o saurios hablantes cuya inteligencia les permite someter a la Humanidad.
¿Era necesario inventarse un nuevo superdepredador, denominado Indominus Rex, que asumiera el papel de villano cuando ya existe el maravilloso T-Rex? ¿No da suficiente miedo ya, que se ha de cruzar el ADN de numerosos animales para crear una especie nueva? Sobre todo cuando en el desenlace un Tiranosaurio “normal” ayuda a eliminar al malvado Indominus. ¿Una reivindicación de lo tradicional, de lo auténtico? Jurassic World se limita a repescar un éxito del pasado para revigorizarlo y ofrecerlo al público actual, demostrando una preocupante falta de ideas. Resulta revelador el guiño nostálgico a Parque Jurásico, con quien comparte tramas calcadas, secuencias parecidas y personajes análogos.Y una última pregunta: ¿cuántas veces tendrán que inaugurar un parque de dinosaurios para darse cuenta de que es una pésima idea?
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