(2) MAD MAX: FURIA EN LA CARRETERA, de George Miller.

LAS ARENAS ARDIENTES DEL DESIERTO
Numerosas películas de ciencia-ficción muestran un futuro devastado por una guerra nuclear o un cataclismo medioambiental, y los supervivientes intentan prosperar en un contexto apocalíptico. Durante la Guerra Fría, por ejemplo, el género fue prolífico en este sentido impulsado por el miedo al “invierno atómico”. Y aunque la mayoría de estas producciones pasaron sin pena ni gloria, la saga Mad Max obtuvo años después un clamoroso éxito de público convirtiéndose en un clásico imperecedero.
Las delirantes andanzas de aquel policía motorizado interpretado por Mel Gibson que se enfrentaba a estrafalarios forajidos en un mundo árido y desolado donde escasean los recursos más básicos atrajo la atención de un público seducido por el fascinante diseño de ese decadente universo de violencia y depravación, la sucesión interminable de espectaculares escenas de acción y una sugerente fusión de géneros que se apropiaba de elementos inherentes a la fantasía, la aventura, el western crepuscular e incluso el thriller. No pocos apreciaron, además, sutiles advertencias por la deriva insostenible de nuestro actual modo de vida, insaciable en el consumo despilfarrador de los siempre limitados recursos naturales. Y ahí seguimos.
Así, tras la creación del icono en la fundacional Mad Max, salvajes de autopista (1979) y la consagración de su protagonista en Mad Max 2, el guerrero de la carretera (1981), la decepcionante tercera entrega Mad Max 3, más allá de la cúpula del trueno (1985) supuso el golpe de gracia a una historia cuya mala gestión acabó arrinconándola en el baúl de los recuerdos.
Pues bien. 30 años más tarde el mismo realizador de la trilogía, George Miller, se encarga de resucitarla en Mad Max: Furia en la carretera, un remake más que una continuación de las desventuras de Max Rockatansy. Y lo hace por todo lo alto, intensificando sus principales ingredientes hasta casi el paroxismo, configurando una orgía de acción desenfrenada, saturada de acrobacias, peleas, tiros y explosiones sin fin. Este salvaje periplo al “corazón de las tinieblas” post-apocalíptico resulta un vasto pero armónico caos perfectamente coreografiado, cuya factura técnica se me antoja sencillamente cautivadora. Partiendo de una meticulosa planificación y un vertiginoso montaje del veterano cineasta australiano, se le añade una fotografía recargada en tonos cálidos y una potente banda sonora concebida por Junkie XL. Me agobió que aceleraran las escenas de acción para dar más sensación de confusión, no era necesario.
Eso sí, conviene advertir de la simpleza del argumento y de la nula tridimensionalidad de los personajes. Las dos horas de metraje son casi monopolizados por una quilométrica persecución en una doble dirección: una huida y un regreso, separados por una breve pausa narrativa para descansar, sanar las heridas y renovar fuerzas. Por su parte, reconozco el esfuerzo interpretativo de los actores protagonistas, Tom Hardy y Charlize Theron, pero sus personajes son más planos que el papel de fumar, aportando simplemente sus caras bonitas y agraciadas presencias.
¿Lo mejor de Mad Max: Furia en la carretera? Que no engaña a nadie, no promete nada que no puede dar y da lo que promete. Recuerdo que una pareja de ancianos se levantó a los 15 minutos de proyección: entiendo que para ellos el film es un ultraviolento videojuego sin apenas trasfondo dramático ni desarrollo de personajes, pero esta cuarta entrega de Mad Max no iba dirigida a captar su interés.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.