(2) LA DEUDA (OLIVER’S DEAL), de Barney Elliott.

CAPITALISMO SIN FRONTERAS
Esta producción internacional constituye el debut en el largometraje del guionista y director Barney Elliott —estudiante de audiovisual en diversos países, realizador de cortometrajes y de anuncios publicitarios—, un profesional casado con una peruana y afincado en Lima cuyo talante progresista se percibe no sólo en su película sino también en sus manifestaciones cuando equipara la moderna globalización con el nuevo imperialismo, de lo que se deduce que el concepto de naciones ricas y naciones pobres es una generalización equívoca que encubre lo esencial: la injusta diferencia entre clases sociales.
En el film, un poderoso capitalista norteamericano y un gran terrateniente peruano —encarnado por Carlos Bardem— entran en competencia para adquirir a precio de saldo las tierras del altiplano —hermosas imágenes de las nevadas cumbres andinas—, recurriendo incluso a métodos violentos, mientras los campesinos viven en medio de la pobreza y son presionados para vender sus propiedades.
Pero el relato no sólo trata del expolio del “Tercer Mundo” por los ricos del primero sino que amplía su mirada a la fuerte deuda externa e interna del Estado, superior al PIB, que asumió tras su golpe militar el general Juan Velasco Alvarado (1968-1975), utilizando los fondos para llevar a cabo una política nacionalista de carácter populista, con una reforma agraria que le llevó a expropiar a los grandes terratenientes. La devolución de los préstamos se demoró largos años y obligó a Perú a recortar los servicios públicos en detrimento de las capas populares.
Las intenciones de La deuda (Oliver’s Deal) me parecen plausibles pero su plasmación fílmica es sólo discreta. La toma de conciencia de los “malos” al final es demasiado artificiosa; no está suficientemente clarificado el complejo entramado social, financiero y político al que se alude; no encajan bien los planteamientos macro-económicos con la trama melodramática que afecta a los personajes y, finalmente, resulta demasiado esquemática la dicotomía entre la pureza del campo y la corrupción de la ciudad. ¡Lástima!
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