(2) HIPÓCRATES, de Thomas Lilti.

LAS TRIBULACIONES DE UN JOVEN MÉDICO
Este segundo largometraje de Thomas Lilti parte de su condición de médico —práctica que fue abandonando para dedicarse al cine— y se distingue de la mayoría de telefilmes y películas dedicadas a esta profesión tanto por el conocimiento de la profesión como por la honestidad de sus planteamientos. El protagonismo se halla compartido entre un joven licenciado francés (Benjamín) y un doctor argelino algo más veterano (Abdel), que se encuentran en un hospital parisino haciendo prácticas como MIR.
El film, de buen rendimiento comercial en Francia, lleva como título el nombre de Hipócrates (460-377 a. C.), un célebre médico griego que separó los conocimientos positivistas de los dogmas religiosos y que ha dado nombre al “juramento hipocrático” mediante el cual los nuevos galenos prometen ante todo curar las enfermedades y preservar la vida de sus pacientes. Nos encontramos, pues, ante un documento fílmico que muestra la profesión médica en sus más diversos aspectos —trabajo científico, agotamiento físico y mental, responsabilidad, errores, defectuoso mantenimiento de los aparatos, eutanasia, discusiones entre colegas, austeridad administrativa, contacto con familiares de los enfermos, bajos salarios, huelgas, dudas, etc.—, un relato de ficción basado en experiencias reales que si bien comienza afirmando sarcásticamente que la Medicina, antes que un trabajo o una vocación, es una maldición, termina de forma bastante optimista e incluso edulcorada.
Por eso, más allá de su indudable interés, Hipócrates despliega el amplio repertorio de situaciones y de problemas que tienen lugar en los hospitales aunque su guión se limita a enlazar una serie de anécdotas que, a mi entender, no alcanzan todo el rigor exigible a la hora de formular una definición profunda de la praxis médica. La película expone abundantes dilemas pero evita emitir juicios de valor, dejando al espectador que saque sus propias conclusiones, pues su mérito como instrumento de reflexión ética, laboral, social, teórica y humana es indiscutible.
Para terminar, dos aspectos que considero dignos de mención. ¿Debe el facultativo sentir empatía e identificarse con los sufrimientos del enfermo o adoptar un cierto distanciamiento para no resultar emotivamente perjudicado? Y otra cuestión: la abundancia de graffitis eróticos en las paredes del centro sanitario me hace evocar los años finales del franquismo, cuando copular era considerado aquí más un milagro que un pecado y se pensaba que la mayor predisposición a los placeres carnales entre el personal hospitalario venía a atenuar la constante presencia del dolor y de la muerte. En el film, las frecuentes fiestas, juergas y bromas seguramente cumplen también esa función evasiva ante una dura realidad.
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