(1) EL VIAJE MÁS LARGO, de George Tillman Jr.

EL AMOR SEGÚN NICHOLAS SPARKS
Independientemente de quién las dirija, las adaptaciones fílmicas de las novelas del escritor estadounidense Nicholas Sparks parecen responder a un mismo patrón, como si en su elaboración se utilizase un mismo molde estético y narrativo, configurándose en una singular franquicia dentro de la temática romántica actual. En esencia, en su obra literaria se aprecia una terca inclinación por narrar apasionados amoríos protagonizados por gente de diverso origen y condición —si bien sus protagonistas son WASP, acrónimo en inglés de «blanco, anglosajón y protestante», guapos, sensibles y atractivos—, en apariencia incompatibles, que deben superar grandes obstáculos para finalmente alcanzar el nirvana emocional.
Son historias de amor clásicas pero envueltas en sus propias circunstancias: que si un anciano le cuenta una hermosa historia de amor a su compañera con alzheimer y resulta ser su vida real; que si un hombre encuentra un mensaje en una botella y al encontrar a su autora se enamora perdidamente; que si dos desconocidos se quedan aislados por una tormenta en un parador junto a una paradisíaca playa y progresivamente surge la chispa entre ellos; que si un apuesto soldado regresa a casa de permiso y se enamora de una joven estudiante universitaria; que si una bella joven con un oscuro pasado llega al pequeño pueblo costero donde conoce un joven y apuesto viudo de buen corazón; que si dos antiguos amigos de la infancia se reencuentras años después en su localidad natal aflorando sentimientos soterrados… Un exceso de edulcorante que crea adicción en su público devoto, pero que al espectador ocasional le resulta un tanto empalagoso.
El viaje más largo es la decimoséptima novela del citado prosista, cuyo eje narrativo lo ocupa el romance entre un antiguo campeón de rodeo buscando su vuelta a la competición y una estudiante a punto de embarcarse en su sueño de trabajar en el mundo del arte en Nueva York. En medio, enzarzada en un montaje paralelo de manual con flash-backs incluidos, otra melosa subtrama ubicada en la segunda posguerra mundial que refuerza el mensaje de la película: todo amor entraña también sacrificio y renuncia. El viejo que relata su vida matrimonial a los efebos protagonistas ejerce de modelo a seguir en su todavía inestable relación de pareja.
Reconozco que, una vez admitido el escaso margen de originalidad de la propuesta y asimilado el exceso de almíbar, El viaje más largo se puede llegar a disfrutar por su correcta realización y su bella factura técnica, si bien le sobra media hora de metraje por recrearse desmedidamente en su faceta trágica, que la tiene. Y entiendo que, para el mayoritario público femenino y parte del masculino, la presencia de Scott Eastwood en el papel de galán es un poderoso reclamo que va a atraer gente a la sala de cine.Sin embargo, un final totalmente gratificante y limado hasta la perfección me provoca un sentimiento de indignación. ¿No era bastante el triunfo del amor más allá de las diferencias de gustos y estilos de vida? ¿Era necesario ese giro inesperado que les aporta fortuna con la que solventar cualquier problema económico y financiar una vida común en la que ninguno de ellos tiene que renunciar a nada? Un hermoso cuento de hadas ajeno a la realidad. Quizás ese sea el secreto del éxito de los libros de Nicholas Sparks…
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