(3) REGRESO A ÍTACA, de Laurent Cantet.

¡LOS DESPOJOS DE LA REVOLUCIÓN!
Verán la película con honda melancolía aquellos que en su día creyeron en la idea progresista del socialismo “real”, aquellos convencidos de que el modelo cubano era exportable y aquellos que pensaron que el cine era el instrumento cultural más idóneo para construir un mundo de justicia y libertad. Porque Regreso a Ítaca tiene como núcleo temático el desengaño de todo un pueblo tras largos años de lucha y de sacrificio así como el fracaso de una Revolución llena de promesas que comenzó 55 años antes con la entrada de Fidel Castro en La Habana.
El guión de esta producción francesa ha sido elaborado por Laurent Cantet con la colaboración del novelista cubano Leonardo Padura, que en su libro La novela de mi vida hace un retrato de su generación, preguntándose si todas sus ansias y esfuerzos habían valido la pena, pensando en cómo afrontar sus frustraciones y en cómo encarar el futuro de sus hijos. Pero lo que tenía que haber sido un cortometraje, debido al exceso de cuestiones planteadas, se convirtió en un film normal que les ocupó 17 días de rodaje, con dos cámaras funcionando a la vez, en una terraza de La Habana vieja, con el Malecón al fondo. Y todo se hizo con los permisos reglamentarios otorgados por unas autoridades que aplicaron las nuevas consignas de apertura y de transparencia informativas.
No es la primera vez que una película se estructura en torno a la reunión de varias personas cuyo diálogo va narrando sucesos y profundizando en el conocimiento de los personajes. Aquí cuatro amigos se citan, desde el atardecer hasta la madrugada siguiente, para celebrar el retorno a la isla de un compañero que ha vivido en el extranjero durante años. Son todos ellos antiguos artistas e intelectuales, una elite que sin embargo representa a un colectivo más amplio, que ya perdieron sus ilusiones, especialmente tras el hundimiento de la URSS (1989) y la penuria posterior generalizada. Las consecuencias de ese naufragio: el exilio, la resistencia interior o la condición de funcionarios corruptos.
Hay dos posibles reparos a poner ante un film como éste que, no obstante, aplica el dicho de que “la verdad os hará libres”. El primero es su estructura narrativa teatral, con unidad de espacio y de tiempo pero, sobre todo, con unas conversaciones que todo lo cuentan y analizan mediante el orden y la perfección de su desarrollo —nada que ver con la anárquica improvisación de las chácharas habituales—, el rigor conceptual de las ideas expresadas —aunque con un lenguaje popular— y la intensidad de los clímax dramáticos alcanzados.
Pero ya se sabe que “arte” conlleva la idea de “artificio” y lo difícil es trazar el límite entre necesaria manipulación y la falsedad expresiva, es decir entre la sabiduría técnica en la construcción del discurso y la tosquedad formal de un estilo chapucero. La otra posible pega es el “derrotismo” en el análisis de la Revolución, aunque la racionalidad del referente político-cultural lo aleje de toda connotación reaccionaria. La utopía, que no la quimera irrealizable, tiene su papel impulsor porque, en el fondo, interesa tanto o más el camino a recorrer, las motivaciones, que la misma meta alcanzada.
Regreso a Ítaca es un film, pues, interesante y, seguramente, imprescindible porque las dudas antes planteadas pierden fuerza y razón ante la verdad y complejidad de la realidad económica, psicológica, racial, profesional y cívica que en él encontramos, a lo que hay que añadir las intensas emociones que suscita. La película constituye una catarsis, una liberación interior de la angustia producida por los no resueltos dilemas entre pasado y presente, entre juventud y madurez, entre creencias y evidencias, entre el poder y la amistad, entre lo colectivo y lo privado, entre la resistencia y la huida.
Entre los actores presentes en el reparto el más conocido es Jorge Perugorría pero todos aciertan a la hora de expresar sus desilusiones, sus pequeñas o grandes traiciones, sus renuncias, su resignación y su rabia en un relato que funde con maestría lo testimonial con lo pedagógico, desbordando los estrechos límites físicos de la azotea con una mirada y un oído que se proyectan sobre la gran ciudad para registrar su pálpito cotidiano: la matanza del cerdo, el apagón de la luz, el partido de béisbol, la fuerte discusión de la pareja.
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