(2) PASOLINI, de Abel Ferrara.

DISCRETO ESBOZO DEL CINEASTA ITALIANO
No creo que Abel Ferrara, realizador neoyorquino especializado en thrillers aunque de orígenes familiares italianos, fuera el cineasta más adecuado para hacer una película sobre las 24 últimas horas de Pier Paolo Pasolini (1922-1975), un hombre fuertemente enraizado en su tierra natal. Por eso resultan tan artificiosos, tan fuera de lugar, los diálogos en inglés del protagonista encarnado por Willem Dafoe. Este biopic adopta la forma de un documental reconstruido —el parecido físico del actor con la persona real es sorprendente— en el que la cámara sigue al protagonista en su regreso a Roma desde Estocolmo; en casa, con su madre y hermana; en una reunión con amigos intelectuales; en una cena con su pareja Ninetto Davoli; en su periplo nocturno en coche por Roma en busca de jovencitos y, finalmente, en su asesinato, aún no aclarado del todo, en la playa de Ostia cuando estaba con un “chico de la vida”. Era la madrugada del 2 de noviembre de 1975 y se van a cumplir 40 años de aquel terrible suceso.
Aun reconociendo su interés, la película no resultará plenamente asequible para quienes no conozcan al detalle la vida y la obra del poeta, ensayista, guionista y director de cine que acababa de rodar Saló o los 120 días de Sodoma (1975). Echo en falta un punto de vista más global, coherente y profundo capaz de dotar al relato de la misma complejidad e incluso de las mismas contradicciones que definían al biografiado, que en el film es analizado mediante dos niveles de expresión: la crónica realista de los hechos y las fantasías creativas del escritor —imágenes que materializan momentos de su última novela— y del cineasta —las andanzas del propio Ninetto Davoli que recrean el estilo de fábula ya utilizado en episodios como La tierra vista desde la luna, Pajaritos y pajarracos o Secuencia de la flor de papel—.
Lo que la película insinúa y nos deja adivinar debe completarse pues con lo que cada espectador conoce sobre el auténtico Pier Paolo Pasolini: su interés por el habla dialectal popular; su placer en escandalizar y en ser escandalizado —alteración del orden y de la moral burguesas—; su homosexualidad condenada por los reaccionarios; el terror de los censores ante sus osadas propuestas artísticas; su marxismo heterodoxo al margen de cualquier militancia partidista; su refinamiento cultural que no le impedía sentirse atraído por los campesinos, los obreros e incluso por un sub-proletariado no considerado sujeto activo de la Historia por la izquierda clásica; su rechazo de la sociedad industrial y de consumo, que veía destructiva y sin futuro, etc.
En la banda sonora escuchamos varios fragmentos de La Pasión según san Mateo (J. S. Bach) que ya fueron utilizados en la película homónima y una famosa aria de El barbero de Sevilla (G. Rossini) cantada por la excelsa María Callas, precisamente aquella que la amante del ciudadano Kane (Orson Welles) era incapaz de entonar adecuadamente.
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