(2) LA SOMBRA DEL ACTOR, de Barry Levinson.

REALIDAD Y FICCIÓN
No he leído La humillación, la novela nº 30 del galardonado y prestigioso Philip Roth, pero sí conozco la labor del veterano y sólido guionista Buck Henry así como la irregular trayectoria de Barry Levinson, meritorio realizador no obstante de Good morning, Vietnam (1987); Rain man (1988); Liberty Heights (1999) y Algo pasa en Hollywood (2008). Su nueva película es un exhaustivo recital de Al Pacino, un gran profesional continuador del “método” Actor´s Studio basado en el naturalismo interpretativo que ha tenido que lidiar a veces tanto con la afirmación de ser un monstruo del cine y el teatro —es un ferviente admirador de Shakespeare— como con la acusación de ser un histrión que recurre con frecuencia a recursos expresivos harto previsibles.
Cientos de títulos han abordado las glorias y miserias de una profesión —para algunos también una vocación— en la que no todos son estrellas rutilantes y en la que, aún siéndolo, han de soportar los rigores de la vejez, la enfermedad, la pérdida de facultades mentales —en los actores y actrices son fundamentales la observación, la memoria y la imaginación— antes de sufrir la falta de trabajo y quizás la pobreza y el olvido mucho antes de abandonar este mundo. La suya es una labor adictiva en la que se puede pasar fácilmente de la fama y la vanidad a la inseguridad, la depresión y el suicidio. Algo que contaba magníficamente Alejandro González Iñárritu en Birdman (2014).
La sombra del actor —rodado con un reducido presupuesto en sólo 20 días utilizando como plató la propia casa de Barry Levinson— es un film que pretende ser complejo y riguroso pero que no lo consigue a mi parecer debido a que no hay en él una línea narrativa robusta y progresiva sino una simple acumulación de recovecos y de subtramas argumentales caprichosamente desplegadas y porque su estilo bascula sin mucho criterio entre la seriedad del drama y la farsa cómica. Hay, desde luego, en la angustiosa peripecia vital del protagonista Simon Axler una intencionada y ambigua amalgama de vida real y ficción, de autenticidad y representación, de pasado y presente —el montaje juega a menudo con el tiempo— y de relato en primera y en tercera persona —el personaje central como sujeto narrador o como objeto narrado— y casi siempre el desarrollo del film apunta antes a lo externo que a lo íntimo, interesándose más por la amplitud de la mirada que por la profundidad del análisis.
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