(2) EL ÚLTIMO LOBO, de Jean-Jacques Annaud.

EL EQUILIBRIO ECOLÓGICO
Esta película, la 13ª del cineasta galo responsable de la adaptación de El nombre de la rosa (1986), es una coproducción entre China y Francia que traduce en imágenes un libro autobiográfico superventas de Lu Jiamin publicado en 2004, aunque ese nombre resultó ser un seudónimo de Jian Rong, un profesor universitario de 68 años que, como estudiante rebelde, había sufrido persecución por parte de los maoístas durante la Revolución Cultural, quienes le trasladaron en 1967 a las estepas de la Mongolia interior para “regenerarse” con el trabajo y, a la vez, para instruir a los pastores nómadas de la región. Su relato es un canto a la vida sana y natural frente a la contaminación y masificación de las grandes ciudades.
Por su parte, Jean-Jacques Annaud era mirado con cierta desconfianza por las autoridades chinas, nada contentas con su película Siete años en el Tibet (1997), aunque le autorizaron el guión suprimiendo ligeras alusiones políticas y eliminando luego algún breve desnudo femenino. El joven protagonista pequinés, que deja atrás la quema de libros y la desconfianza hacia los intelectuales —su padre fue acusado de “enemigo del pueblo” y asesinado por los guardias rojos— no sólo participa en el proyecto de alianza entre la gente de la cultura y la del campo sino que descubre fascinado el esplendor de la Naturaleza, especialmente el mundo de los lobos a quienes acaba admirando con fervor.
Debe tenerse en cuenta que desde la más remota antigüedad, en cuentos y leyendas, hasta el colapso del cine de Walt Disney, los lobos eran siempre los “malos” de las historias y se les contemplaba y juzgaba con criterios morales antropocéntricos hasta que los biólogos hicieron notar que todo eran prejuicios nuestros, que se agrupaban en manadas perfectamente jerarquizadas, que protegían a sus crías y que seguían unas estrategias perfectas para alcanzar el éxito en la caza. Félix Rodríguez de la Fuente, entre nosotros, fue un precursor en esta materia.
Pero la película evidencia una contradicción demasiado palpable. El contraste entre las imágenes de ferocidad casi diabólica de los lobos y la consideración moral favorable a los mismos da como resultado una mirada excesivamente esquemática y sentimental hacia esta fauna salvaje, que en realidad no hace otra cosa que seguir sus instintos, ocupar un nicho ecológico determinado y contribuir a un equilibrio de la biosfera que el hombre se empeña en alterar. El lobo come, además de animales muertos y congelados, las alimañas que a su vez devoran la hierba destinada a las ovejas, bueyes y caballos. Y si los cánidos se arriesgan a atacar a los rebaños es porque no encuentran otro modo de sobrevivir.
No fue fácil la producción y el rodaje del film tanto por su elevado coste como por la escasez o ausencia de modernos aparatos de filmación, por su formato original en 3D, por la utilización de lobos expresamente amaestrados y entrenados, por las diversas y cambiantes estaciones del año y por la necesidad de retocar digitalmente muchos de los planos rodados.
El bienintencionado protagonista de El último lobo comete sin embargo el mismo error que el de los de Nacida libre (James Hill, 1966), unos naturalistas que domesticaron a una leona en Kenia y la adoptaron hasta que todo terminó trágicamente, aunque aquella película manipuló e idealizó los hechos realmente acaecidos. La conclusión es que los humanos deben alterar lo menos posible la vida natural, sin forzar sus leyes y sin dirigir comportamientos instintivos sujetos a una secular evolución, por crueles e injustos que nos parezcan pues los mecanismos que relacionan a animales y vegetales, predadores y presas, carnívoros y vegetarianos, etc. responden a un orden que ha logrado encontrar su propio equilibrio.
En el film el contraste entre ciudades y estepa, entre pastores nómadas y agricultores sedentarios, entre las consignas políticas y la ancestral sabiduría de los ancianos… se va resolviendo a peor con la llegada de la tecnología y la mecanización, con la construcción de viviendas y la canalización de las aguas, con el cultivo de las tierras y la presencia vigilante del ejército. Domina pues en la obra, como en las novelas de Jack London, un sentimiento de nostalgia hacia unos tiempos que ya no volverán mientras la degradación ambiental se ha vuelto ya insoportable.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.