(4) FUERZA MAYOR, de Ruben Östlund.

EL INSTINTO DE SUPERVIVENCIA
El primer film que nos llega de los cuatro realizados por el sueco Ruben Östlund (1974) viene premiado con galardones de los festivales de Cannes y Sevilla además de haber sido nominado para el Oscar. Tiene una fotografía excepcional tanto de paisajes como de interiores, lo que se logró gracias de unas lentes gran angulares especiales dotadas de una gran profundidad de campo y al uso de retoques digitales para que las imágenes ganaran en nitidez y espectacularidad. Pero, sobre todo, lo que destaca es una dirección magistral que mide con precisión milimétrica los encuadres, el montaje, el ritmo, la expresividad y la capacidad de sugerencia de los planos.
El cine estadounidense más comercial hubiera narrado esta historia en siete minutos mientras Ruben Östlund dedica dos horas a contar las accidentadas vacaciones de una típica familia sueca que marcha a esquiar a los Alpes franceses. Si pasamos por alto la convención de haberles permitido trepar por la montaña fuera de las pistas acotadas y en momentos de nula visibilidad, aceptaremos que un alud de nieve ponga en peligro, en la misma terraza del hotel, al matrimonio y a sus dos hijos. El padre es víctima del pánico y abandona momentáneamente a los suyos. El egoísta instinto de supervivencia ha vencido al de protección. Es el ¡sálvese quien pueda! Mientras, la madre se ha mantenido junto a sus pequeños. El hombre y la mujer ¿tienen rasgos antropológicos y psicológicos distintos?
En clase de Derecho Penal se enseña a resolver los conflictos entre denegación del deber de auxilio, estado de necesidad, miedo insuperable y trastorno mental transitorio (pánico) que se concretan en la inexistencia de delito alguno o en la irresponsabilidad legal. Pero aquí el accidente provoca un trauma que tiene consecuencias psicológicas y morales dejando unas cicatrices indelebles: la decepción de ella y el sentimiento de culpa en él. Los hijos perciben instintivamente la tensa situación. La presencia de otras dos parejas, con sus respectivas posturas y problemas personales, viene a prestar mayor complejidad a la envenenada relación conyugal. Todo ello, sin duda, revela la influencia del maestro Ingmar Bergman, especialista en aplicar el bisturí —la cámara— a la convivencia de la pareja y a la crueldad con que a veces se manifiesta la fragilidad de la condición humana, drama del divorcio incluido.
Para escribir el guión, el realizador se documentó sobre la egoísta conducta de los pasajeros en los naufragios, con la mayor tasa de supervivencia estadística de los hombres respecto a mujeres y niños. Fuerza mayor viene a romper el tópico, una vez más, de que los países nórdicos europeos acogen sociedades perfectas constituidas por ciudadanos felices y equilibrados, aunque gocen de un alto nivel de vida en lo material.
Sólo al final el guión apuesta por la redención del cobarde protagonista mediante una acción heroica compensadora. Una cuestión de circunstancias. Aquí el distanciamiento reflexivo no viene dado por una determinada forma de narrar sino por la presencia de una mirada ajena y extraña, la del empleado del hotel. En el desenlace, el grupo caminando por la carretera confiere una dimensión colectiva, solidaria, a un relato que había sido presentado como una tragedia privada, individual. Se trata de una película hecha de ideas y de sentimientos perfectamente ensamblados y que utiliza de forma contundente algunos compases de Antonio Vivaldi —“El invierno” de Las cuatro estaciones— para marcar el tránsito entre las distintas secuencias.
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