(1) KINGSMAN: SERVICIO SECRETO, de Matthew Vaughn.

EL JOVENCITO BOND
La relevancia alcanzada por la extensa saga protagonizada por James Bond convirtió al personaje creado por el novelista Ian Fleming en 1952 en un icono cultural reconocido en el mundo entero y a sus adaptaciones fílmicas en el prototipo del género de espías. De hecho, a partir del agente 007 proliferaron numerosas imitaciones, llegando finalmente a la parodia con la trilogía Austin Powers.
Adaptación del cómic de Mark Millar y Dave Gibbons, Kingsman: Servicio Secreto es una revisión fantasiosa del citado género que rompe con la rígida codificación que lo envuelve actualizándolo para atraer al público más joven. Desgraciadamente, la primera víctima es la credibilidad, pues los parámetros físicos y psicológicos que contextualizan la acción se reproducen de forma semejante en otro (sub)género en actual expansión: el superheroico. A los aspirantes a espía únicamente les falta desarrollar poderes sobrehumanos al estilo X-Men: Primera generación (2011).
Con cierta sorna pero respetando las esencias british de su predecesor literario, Matthew Vaughn elabora una película de acción en la que un joven macarra de extrarradio es seleccionado para actuar como agente secreto en una misteriosa agencia internacional dedicada a mantener la paz y la seguridad mundiales.
Apabullantes escenas de acción, una colección de gadgets al servicio del protagonista y una trama típica de “héroe detiene a villano que pretende destruir el mundo” articulan un relato demasiado conocido para sorprender a un espectador mínimamente formado: un quinceañero puede disfrutar de la épica mostrada, pero todos aquellos que crecieron viendo las peripecias de Bond se saben de memoria la sucesión de escenas, los recursos y los giros argumentales propios de este veterano género. Mucha pirotecnia pero poca originalidad.
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