(1) CENICIENTA, de Kenneth Branagh.

MÁS VISTO QUE EL TEBEO
Posiblemente, de todas las adaptaciones cinematográficas de Cenicienta, el clásico animado homónimo de Walt Disney de 1950 sea la más conocida. No obstante, existen numerosas versiones del célebre cuento que el francés Charles Perrault recopiló en 1697 procedente de la tradición oral y que posteriormente los hermanos Grimm reelaboraron en 1812 adaptando elementos del relato al folklore alemán. La última, la protagonizada por Drew Barrymore y Anjelica Huston como heroína y villana, respectivamente, titulada Por siempre jamás (1998).
Cenicienta es una nueva versión de la citada obra con personajes de carne y hueso, con la que la Compañía Disney insiste en la explotación del patrimonio literario poblado de los imperecederos personajes de nuestra infancia. Cuando creíamos que había renunciado a la ñoñería sentimental de las historias de siempre, la casa del ratón apuesta de nuevo por el clasicismo en una película que todo está más que sabido y hay poco espacio para la novedad. Para dotarle de mayor relieve, el film cuenta con la distinguida ayuda de Kenneth Branagh como responsable máximo, aunque desde hace tiempo su firma ya no garantice nada.
Excesivamente formal y académica, Cenicienta mantiene intacta el espíritu de la letra de su fuente original cuidando con gran esmero tanto el diseño de producción como los efectos especiales que dan pie al componente mágico de la historia. Tanta fidelidad y encaje en la ortodoxia acaba convirtiendo esta traslación fílmica en un hermoso fósil, limpiado y embellecido para mostrarlo en un museo. A pesar de todo, cuenta con el aliciente de disponer de una villana digna de tal nombre que huye de la simple caricatura, brillando con luz propia una maliciosa pero seductora madrastra interpretada por una espléndida Cate Blanchett.
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