(3) LA CONSPIRACIÓN DEL SILENCIO, de Giulio Ricciarelli.

LA BANALIDAD DEL MAL
Este primer largometraje de Giulio Ricciarelli, un realizador italiano de cortometrajes formado cinematográficamente en Alemania, incide en el tema de los nazis que se ocultaron tras la derrota del III Reich para burlar a la justicia. Los principales jerarcas fueron condenados y ejecutados tras el famoso juicio de Nüremberg (¿Vencedores o vencidos?, 1961, título franquista del film de Stanley Kramer) pero muchos lograron esconderse o escapar a países amigos y sólo unos pocos oficiales de segunda fila fueron capturados años después ya que, amnistiados en 1955, únicamente podían ser perseguidos los acusados de asesinato. El cine se ha ocupado en algunas ocasiones de la búsqueda y captura de estos criminales de las SS, destacando por su inmediatez temporal El extraño (Orson Welles, 1946) y Encadenados (Alfred Hitchcock, 1946). Casi todas las demás películas sólo buscaron el gancho comercial basado en el sensacionalismo.
La conspiración del silencio es un film que plantea de nuevo la polémica suscitada por la crítica de los años 70 sobre el llamado “cine político italiano”, aquél que utilizaba determinadas convenciones narrativas (cine de género) sin descartar cierto esquematismo ideológico y un palpable didactismo histórico para hacer llegar al público mayoritario testimonios y tesis de izquierdas. Se quiso así conjugar compromiso y denuncia con entretenimiento y negocio.
El film de Ricciarelli es un relato de ficción inspirado en hechos reales aunque casi todo el mérito se hace recaer en un protagonista idealista y con madera de héroe justiciero, un joven fiscal que entre 1958 y 1963, fecha del juicio de Frankfurt, trabajó sin pausa para identificar y procesar a antiguos miembros de la Gestapo responsables de crímenes en el campo de exterminio de Auschwitz. Con apariencia de honrados padres de familia, profesionales, profesores y funcionarios, 17 antiguos torturadores fueron condenados en una RFA —presidida por Konrad Adenauer— que prefería olvidar todo lo sucedido porque los nuevos enemigos en la Guerra Fría eran ya los comunistas del Este.
La película es un duro alegato acusatorio que, pese a su previsible guión y desarrollo, nos ofrece numerosos datos de interés: el argumento exculpatorio de la “obediencia debida”; la interesada ignorancia del pueblo alemán, sumido en pleno “milagro” económico; el obstruccionismo gubernamental y castrense; la responsabilidad ética de la ciudadanía germana, obligada a colaborar e incluso a militar en aras de la propia supervivencia, etc.
La historia aquí narrada también la conocemos en nuestro país: la “ejemplar” Transición política española ¿no consistió en un pacto inmoral consistente en ignorar el pasado fascista para poder construir un futuro democrático? Pero el precio pagado por la pacífica convivencia aún yace enterrado en muchas cunetas, fosas comunes y cementerios.
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