(1) LAS OVEJAS NO PIERDEN EL TREN, de Álvaro Fernández Armero.

RISAS Y LÁGRIMAS
Nos llega el séptimo largometraje de Álvaro Fernández Armero, un cineasta de discreto nivel creativo en cuya filmografía destacan Nada en la nevera (1998) y El juego de la verdad (2004), que utiliza un costumbrismo de nuevo cuño, con demasiados lugares comunes y artificios de guión, para elaborar la crónica de una vida moderna sólo en apariencia libre y feliz.
En realidad se trata de una comedia dramática de carácter coral en la que una decena de personajes pertenecientes a una “gran familia” —padres, hermanos, cónyuges, hijos e hijas, yernos y nueras, nietos y nietas…— nos muestran todo un repertorio de problemas matrimoniales, amorosos, de salud, de trabajo y de dinero recreados por un guión con diálogos algo rebuscados y con situaciones bastante previsibles.
Una sucesión de penas y algunas alegrías en donde predomina un clima de fracaso, desengaño y tristeza —la inseguridad y provisionalidad propias de nuestro tiempo— que aleja el film de aquellas alegres comedias de antaño aunque sin alcanzar, a mi juicio, el rigor y la profundidad exigibles. Ya dice el refrán que quien mucho abarca poco aprieta.
Raúl Arévalo, Alberto San Juan, Candela Peña, Inma Cuesta y Kiti Manver, entre otros, hacen lo que pueden para conferir verosimilitud y autenticidad a sus arquetípicos personajes que, finalmente, nos lanzan el bucólico mensaje de que la gran ciudad es un asco y de que en el pueblo se está de maravilla. ¡Pues qué bien!
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