(0) CINCUENTA SOMBRAS DE GREY, de Sam Taylor-Johnson.

TELENOVELA ROSA + PORNO CHIC + MERCADOTECNIA
Desconozco la trilogía, millonaria en ventas, de la escritora E. L. James (seudónimo de Erika Mitchell), que algunos han calificado de literatura-basura y, por tanto, debo ceñir mis juicios a la adaptación fílmica hecha por la realizadora británica Sam Taylor-Johnson —que ya había dirigido Nowhere boy en 2009, con el nombre de Sam Taylor-Wood—, a la que tampoco hay que confundir con el cineasta de la época muda Sam Taylor, responsable de muchas de las películas del cómico Harold Lloyd.
Cincuenta sombras de Grey está constituyendo un relevante fenómeno social debido a su enorme éxito en taquilla, al morbo despertado y a las características del producto. En realidad, nada nuevo en el cine. Este fraudulento mejunje es una sintética repetición de dos filmes que fueron paradigmáticos en su día: Historia de O (1975) y Nueve semanas y media (1985). El primero es una mirada descafeinada sobre el sadomasoquismo y la banal exquisitez del segundo pone de relieve la importancia de la riqueza y el lujo en el hombre (el éxito económico) para medir su grado de atractivo erótico cara a la mujer.
Se ha dicho que productos como Grey representan el modelo de porno falsamente transgresor que mejor se ajusta a las fantasías femeninas, lejos de la agresividad falocrática, pero esta pudibundez en la representación de la sexualidad ya fue utilizada en los últimos años 70 y primeros 80, mediante la clasificación “S”, en filmes para adultos que —como en el presente caso, aunque con “destape” de genitales— evitaban la exhibición directa de penetraciones y de orgasmos, ya sea por razones de moralidad o de simple “buen gusto” —la legalidad democrática había sustituido a la censura franquista—. Aquí el resultado es tan artificioso —no confundir con sofisticado— que la película ahora estrenada va también dirigida al público juvenil. El negocio es el negocio, que por eso se ha estrenado, además, el día de san Valentín.
En esta ocasión, las turbias relaciones entre Christian, un joven y apuesto millonario, y Anastasia, una modesta universitaria todavía virgen, permiten elaborar una rebuscada historia a base de sadomasoquismo descafeinado, trauma sexual en la adolescencia, el rito de la iniciación y el mito de la Cenicienta rescatada por el Príncipe, todo ello en medio de unos decorados propios de revista de papel cuché y con una fotografía estilo videoclip publicitario, imágenes adobadas por una banda sonora que, además de la música de Danny Elfman, incluye bellas canciones de Sinatra, Rolling Stones, Annie Lenox y Beyoncé, entre otros.
El relato carece de la lógica más elemental, como tampoco la tienen los sueños “húmedos”, pero pretendiendo ser realista tiene la misma verosimilitud que las novelitas rosa, con la conquista amorosa (la seducción) de la chica ingenua a cargo del varón experimentado. Esta primera entrega —¡habrá más, que el bodrio está siendo un gran chollo!— acaba con la ruptura, provisional, de la pareja, pero la saga continuará sin duda con su reconciliación y terminará con el apoteósico triunfo del “verdadero” amor. ¿Qué apostamos?
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