(4) BIRDMAN, de Alejandro González Iñárritu.

LA INESPERADA VIRTUD DE LA IGNORANCIA
Sobre la personalidad y el oficio de los actores, tanto de cine como de teatro, se han hecho docenas de películas de las más diversas características y grados de interés. Citemos, a modo de ejemplo, el clasicismo de Eva al desnudo (J. L. Mankiewicz, 1950), la parábola política de Mephisto (István Szabó,1982) o el tono documentalista de Actrices – Actrius (Ventura Pons, 1996). Ahora nos llega Birdman, servida con un estilo hiper-realista por el galardonado mexicano Alejandro González Iñárritu —guionista, realizador y productor de cine, autor de trabajos para publicidad, teatro y TV— cuyo estilo vigoroso y original no nos ha sorprendido demasiado depués de haber visto Amores perros (2000), 21 gramos (2003), Babel (2006) y Biutiful (2010).
La película, verdadera muestra de cine moderno, baraja realidad y fantasía con una gran complejidad narrativa, desmenuzando la identidad del actor sirviéndose de la puesta en escena, en el teatro St. James de Brooklyn, de la adaptación de ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?, un relato corto del estadounidense Raymond Carver (1938-1988), escritor caracterizado por el “realismo sucio” de sus textos y por su poesía minimalista, una literatura que se distingue por la visión descarnada y violenta de la sociedad urbana contemporánea.
En el reparto destacan Edward Norton y Naomi Watts, entre otros, pero el protagonista está encarnado por un excelente Michael Keaton, famoso en el film por haber representado en el cine al superhéroe Birdman y que ahora, ya en declive, pretende alcanzar prestigio mediante su intervención en una obra teatral de calidad. La sombra de John Cassavetes planea sobre este relato desarrollado sin pausas, crispadamente y con personajes que viven al límite, mientras una variada y estupenda banda sonora —fragmentos musicales de Ravel, Chaikowski, Rachamaninoff, batería de jazz, tambores, etc.— va marcando sus cambiantes estados de ánimo.
Birdman es una película apasionante y sorprendente sobre el carácter de los actores y su entorno, sobre su egocentrismo y sus difíciles relaciones amorosas y familiares. Constituye una reflexión sobre el negocio y el arte, sobre el mito y lo cotidiano, sobre la popularidad y la función de la crítica, sobre la insatisfacción interior y la fama de las estrellas, sobre las redes sociales y la inseguridad personal.
El film acoge y mezcla una gran variedad de registros expresivos utilizando largos travellings, hábilmente enlazados en el montaje, y planos de muy extensa duración que requieren no sólo concentración mental en los intérpretes y una buena iluminación de cada rincón del plató sino también una perfecta coordinación entre los técnicos del rodaje. La cámara pasa así de forma imperceptible, sin transición, desde lo real —camerinos, pasillos, terraza, la calle— a lo simbólico, concretado aquí en el espacio físico y en la dimensión psicológica materializados por el escenario.
Comedia y drama, ficción y verdad, individuo y colectividad, trabajo y privacidad logran componer un apasionante documento cuyo germen primigenio no es otro que la singularidad y la diversidad del universo habitado por los comediantes.
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