(3) LEVIATÁN, de Andrei Zvyagintsev.

EN LA RUSIA DE PUTIN
Del siberiano Andrei Zbyagitsev hemos podido ver dos excelentes películas, El regreso (2003) y Elena (2011), una y otra —como la ahora estrenada— premiadas con numerosos reconocimientos. Leviatán también es el resultado de una mirada pesimista y desencantada sobre la Rusia actual, sin rastro alguno de esperanza en la emancipación personal ni en el logro de la felicidad. Protagonizada por Kolya, con su esposa infiel y su rebelde hijo adolescente, el film se ubica junto al nórdico mar de Barents y adopta el estilo de un thriller que, sin embargo, poco tiene en común con el género tal y como ha sido codificado por el cine norteamericano.
Si en Estados Unidos el relato criminal presenta siempre la violencia como forma de enfrentamiento entre el héroe y los malvados, en este film ruso adopta un sombrío aire existencialista con personajes angustiados, familia conflictiva, adicción a la bebida, locura y crimen, quedando Dios (la iglesia ortodoxa) como último consuelo ante la desgracia y el pecado. ¿No suena todo esto a novela de F. Dostoievski?
El título de la película, Leviatán, hace directa referencia al legendario monstruo marino de siete cabezas —citado por la Biblia en el “Libro de Job”— que simboliza al demonio como causante de la perdición de las almas, concepto recogido por el filósofo británico empirista Thomas Hobbes que en su libro homónimo (1651) se refiere al contrato social concertado entre los individuos mediante el cual éstos ceden su libertad a cambio de la seguridad garantizada por un Estado soberano, evitando así que “el hombre sea un lobo para el hombre” para lograr una convivencia pacífica y provechosa.
Pero para Andrei Zvyagintsev la fábula hobbesiana no deja de ser una falacia pues todo poder tiende a convertirse en una bestia que esclaviza a la gente más desamparada. Una vez más en su filmografía, la película analiza los pilares sobre los que se asienta la actual sociedad rusa, fruto de una transición imperfecta a partir de los despojos del sistema soviético: la familia llena de grietas, los individuos con sus taras, los funcionarios corruptos, el gobierno lejano e inoperante, la justicia inútil y ahogada por la burocracia, etc.
En Leviatán no hay un ritmo narrativo trepidante sino una cámara contemplativa que nos invita a reflexionar, unos paisajes tan inhóspitos como desolados —la fotografía nos proporciona esa sensación de agreste aspereza—, un no disimulado rechazo de los políticos tanto comunistas como “liberales” —escena del tiro al blanco con los retratos de diversos estadistas— y una alegórica utilización del entorno —restos industriales, esqueleto de la ballena, etc.— para materializar la idea de un país material y moralmente arruinado.
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