(3) MAGIA A LA LUZ DE LA LUNA, de Woody Allen.

LA FASCINACIÓN DE LO MISTERIOSO
Lo que parece ser una simple comedia romántica, el prolífico Woody Allen lo convierte en una película tan inteligente como divertida. Una vez más, un humor lleno de ironía, una atractiva composición de personajes y unos diálogos cuajados de ingenio son la prueba del enorme talento con que nos agasaja el guionista y realizador en cada nueva entrega. Pero si en algunos aspectos este film nos hace recordar La trama (Alfred Hitchcock, 1976) por la presencia de una falsa médium con supuestos poderes paranormales, Magia a la luz de la Luna centra su atención en la rivalidad entre un prestigioso showman experto en trucos escénicos, un británico que actúa bajo el disfraz del chino Wei Ling Soo, y la vidente Sophia Baker, una estafadora que utiliza sus aparentes cualidades mentales para embaucar a crédulos millonarios.
El cineasta neoyorquino saca el máximo partido a los actores protagonistas (Colin Firth y Emma Stone) en un relato que gira en torno al contraste entre lo real y lo imaginario, entre lo verdadero y lo ficticio. Siempre se ha permitido jugar con su condición de ateo para aludir a algunas cuestiones que parecen escapar a la lógica humana como son el espiritismo, la adivinación, el ocultismo, la hipnosis o el curanderismo, descubriendo finalmente las hábiles manipulaciones con que suele simularse su procedencia sobrenatural. Y todo ello termina aquí, sin embargo, con una pirueta en la que reconoce, entre la ternura y la chanza, que sólo es en el terreno amoroso donde la emoción vence a la inteligencia y el sentimiento a la razón. Y alude simbólicamente al afecto mutuo y al atractivo sexual en la escena del Observatorio astronómico, con el fálico telescopio apuntando a la rendija de la cúpula.
En la película volvemos a encontrar referencias a los grandes temas —el misterio de la vida y la muerte, el psicoanálisis, la filosofía, el espectáculo, dios…— que él ha convertido en inconfundible estilo personal con sus diversas variaciones. No es tampoco la primera ocasión en que Woody Allen hace aparecer en una película el ejercicio de la magia o del ilusionismo, como si no pudiera olvidar su fascinación por la prestidigitación y sus torpes ensayos como ilusionista en su ya lejana infancia.
Espléndida, regocijante y llena de encanto, Magia a la luz de la Luna nos ofrece múltiples atractivos: la belleza de la Costa Azul (la Provenza) con sus paisajes y lujosas villas, la ambientación art déco años 20, la música swing —de la que es buen aficionado y practicante—, y un vestuario impecable formado por prendas originales o restauradas, de color pastel para las damas, oscuras para los caballeros y de tonos claros para los más jóvenes. Una delicia.
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