(3) ADIÓS AL LENGUAJE, de Jean-Luc Godard.

CONTRA LA TIRANÍA DE LA NARRATIVA TRADICIONAL
Fue seguramente Jean-Luc Godard el cineasta más innovador de la Nueva Ola francesa en los años 60 del siglo pasado. Luego se fue distanciando de las exigencias de la industria hasta alcanzar en las últimas décadas, tras la aparición del formato digital, una independencia que le permitió filmar más barato, más libre y con mayores posibilidades de manejar creativamente las imágenes y los sonidos.
A este francotirador de la cultura moderna siempre le han apasionado todas las ramas del saber humano pero especialmente la literatura, la filosofía y la política, aunque sus obras se han ido apartando del camino de la ficción para entrar de lleno en el terreno del cine de ensayo, siempre de vanguardia, aquél que no se apoya en los “argumentos” y en la psicología de los personajes sino en las ideas y los conceptos utilizando las complejas articulaciones que le suministra la semántica (signos y significados) para romper el llamado “efecto realidad” característico del cine naturalista. Su intención ha sido, desde sus comienzos profesionales, el lograr la autonomía del espectador como sujeto pensante y el romper su identificación sentimental con la pantalla para obligarle a razonar.
Jean-Luc Godard es un cineasta revolucionario tan apreciado por los teóricos de la comunicación audiovisual como denostado por los mercaderes del cine e ignorado por el público mayoritario. A sus 84 años acaba de ganar el Premio del Jurado en el último festival de Cannes —que ha rendido así un merecido homenaje a toda su trayectoria— con Adiós al lenguaje, film de 70 minutos con el que, una vez más, dinamita la manera rutinaria con la que solemos percibir el mundo utilizando para ello diversos procedimientos: el montaje entrecortado de los planos (flashes), la discontinuidad expresiva, las reiteraciones, la provocación, el humor (el punto de vista es a veces el de su perra), las paradojas, la voz en off, los rótulos, la polisemia, la deformación o la repentina supresión de imágenes, sonidos o música para evitar que la emoción impida o perturbe la reflexión del espectador, etc.
A este libertario radical, el cine que le apasiona no es el de la simple representación o reproducción de la realidad que percibimos sensorialmente. Por eso cuestiona sin cesar la veracidad de lo que vemos y oímos, avisándonos de las trampas de lo que son sólo meras apariencias, cuestionando la falsa lógica de los discursos elaborados a base de lugares comunes e invitándonos a transgredir con nuestra racionalidad todas las convenciones que nos acechan y esclavizan.
En su última entrega vuelve a indicarnos que las películas de gran éxito y los totalitarismos son la misma cosa ya que las unas impiden el pleno ejercicio de la libertad como espectadores y los otros como ciudadanos. De nuevo, un film aparentemente caótico que fascinará a sus seguidores y que dejará perplejo a ese público ya habituado a la comodidad de lo demasiado explícito. Mucho más cerca del cine de poesía que del de prosa, Godard marca con su personal estilo la frontera que separa el talento de la chapuza.
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