(2) ST. VINCENT, de Theodore Melfi.

LA REDENCIÓN DEL VIEJO CASCARRABIAS
El primer largometraje del debutante Theodore Melfi es la típica golosina cinematográfica que, por excesivamente dulce y empalagosa, puede acabar empachando al espectador, como es mi caso.
Bajo la apariencia de una pequeña y entrañable película indie, pero leal a típico discurso hollywoodiense, St. Vincent plantea una nueva versión del viejo gruñón que acaba humanizado por su cada vez mayor aprecio hacia un joven que le recuerda el lado positivo de la vida. La historia, nada nuevo bajo el sol, resulta de lo más anodina si no fuera por la participación de un consagrado elenco actoral encabezado por el considerado icono de la nueva comedia melancólica, muy arraigada en un pesimismo existencial para novatos que ha encontrado en el género cómico un contrapunto deliciosamente sugestivo. Me refiero a Bill Murray, el rostro oficial de la amargura docta del cine estadounidense.
Además de la citada lumbrera, que encarna a un jubilado antipático y solitario que comienza a mostrar su cara más amable al responsabilizarse del hijo de su nueva vecina, nos encontramos ante una Melissa McCarthy en un cambio radical de su acostumbrado registro dramático haciendo de madre coraje en lucha por la custodia de su retoño y un Jaeden Liebergher interpretando a un tierno pero avispado mozalbete para el que el protagonista posee peculiaridades de un santo laico. También Naomi Watts rompe con su rol tradicional para ponerse en la piel de una prostituta embarazada con acento de Europa del Este.
Entretiene, pues, esta digna pero discreta comedia dramática que no rehúye de realidades adversas pero las endulza con abundantes dosis de sentimentalismo redentor.
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