(2) DIOS MÍO, ¿PERO QUÉ TE HEMOS HECHO?, de Philippe de Chauveron.

REÍRSE DEL RACISMO Y LA XENOFOBIA
Esta película es, en cierta medida, el equivalente francés de Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez-Lázaro, 2014), no sólo por su enorme éxito de público —doce millones de espectadores en el país vecino— sino por su utilización de los tópicos más trillados para desenmascarar los prejuicios más arraigados, en un caso sobre el nacionalismo y en el otro sobre el racismo y la xenofobia, precisamente en una nación laica y republicana que tiene, al parecer, un 20% de parejas mixtas pero también un poderoso partido de extrema derecha como el liderado por Le Pen.
Nos hallamos ante una comedia “coral” cuyo eje narrativo está constituido por un matrimonio provinciano burgués, católico y conservador —el marido es notario y se proclama gaullista— que ve con disgusto que sus cuatro hijas se han casado o van a hacerlo con jóvenes de diferentes razas, costumbres y creencias, todos ellos pertenecientes a la segunda generación de inmigrantes plenamente integrados ya en la sociedad gala.
El film pretende lanzar, de forma divertida y nada dogmática, un alegato en favor de la tolerancia y de la pacífica convivencia, pero esta proclama liberal dirigida a borrar las diferencias de etnia, cultura y religión oculta una trampa que la invalida en gran medida: se olvida de que los conflictos de convivencia no suelen obedecer al color de la piel sino a la desigual posición económica, a la distinta clase social, de las personas. Nadie quiere pobres a su lado. Por eso esta comedia tan hábilmente realizada —chispeantes diálogos, brillantes actores, un ritmo sin pausas— debe recurrir a un patriotismo sentimental, enrollándose con la bandera tricolor, para limar asperezas: todos cantan emocionados “La Marsellesa” o se emborrachan para hacerse amigos de verdad.
No resulta extraño, pues, que Philippe de Chauveron haya declarado admirar el humor de Gérard Oury, de los hermanos Farrelly o de Dino Risi (éste sí, realmente valioso) y que películas como Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? planteen una seria cuestión a debatir: si el empleo desenfadado de lugares comunes reaccionarios sirve para racionalizar determinados planteamientos o si maquillar la realidad con elevadas dosis de almíbar no hace sino falsear, eliminándolos, los verdaderos términos de la polémica.
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