(1) EL HOBBIT: LA BATALLA DE LOS CINCO EJÉRCITOS, de Peter Jackson.

EL LARGO, LARGUÍSIMO DESENLACE
A la salida de la segunda entrega de El Hobbit en la gran pantalla, un buen amigo seguidor de la obra de J. R. R. Tolkien reflexionaba sobre el significado de la adaptación fílmica, propiciando el debate. ¿Cómo se pasa de un medio escrito a un medio audiovisual? ¿Cuándo una traslación está “bien hecha”? ¿Qué es lo que la hace buena o mala? Para unos —los más fanáticos—, la literalidad es la clave; para otros —el sector romántico o sentimental— el espíritu es lo importante y para el resto —los pragmáticos— una simple inspiración basta para justificarla, resaltando también la oportunidad comercial inherente a toda nueva versión. El relato cinematográfico tiene entidad propia, defendían los más entusiastas de la película; por el contrario, los detractores reprochaban a Jackson que la saga estaba siendo traicionada por viles intereses crematísticos.
Esto último lo argumentaban con una simple comparación. Mientras que El Señor de los Anillos, una obra formada por tres volúmenes, fue adaptado en una magna trilogía homónima, una novela corta como El Hobbit estaba siendo estirada al máximo para venderla igualmente en tres artificiosos y arbitrarios episodios, cada cual más tedioso y redundante. Mi citado colega me daba más detalles. Siguiendo el orden de la historia, El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos narra menos de 50 folios del libro de Tolkien, y era previsible una duración de más de dos horas de película. ¿Qué se iba a contar en esta tercera y última parte?
Así es como llegamos al final del camino, el desenlace de las aventuras de Bilbo Bolsón por Tierra Media. Y efectivamente, lo hace con una larga, larguísima conclusión en la que apenas se cuenta nada esencial de la obra fundacional. La muerte del dragón y la batalla final. El resto es autocomplacencia: “Mirad mi juguete… ¿os mola? Lo sé”, parece decirnos un sobrado Peter Jackson, que dirige entregas del Universo Tolkien como quien fabrica tornillos. A cambio, un sublime ejercicio de dilatación narrativa hasta alcanzar cotas difícilmente accesibles, usando todo tipo de tretas estilísticas y efectos visuales: diálogos innecesarios, escenas anecdóticas, abuso del ralentí o la cámara lenta para deleitarse en las secuencias de acción, cambios constantes de escenarios en virtud de un montaje paralelo interminable, tramas inventadas, romances inverosímiles… No es que ese maravilloso mundo medieval con elementos mágicos y mitológicos haya dejado de seducirnos, es que cuando ya no te sorprende porque lo que ves ya lo has visto ocho veces sientes que te están tomando el pelo. Ahora sí, fin.
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