(4) EL TIEMPO DE LOS AMANTES, de Jérôme Bonnell.

PASIÓN EFÍMERA
Este primer largometraje que nos ha llegado de Jérôme Bonnell —autor también del guión— me ha sorprendido muy gratamente por una perfección narrativa difícilmente igualable. Presentada y premiada en diversos festivales, El tiempo de los amantes puede considerarse como una versión moderna —realista, compleja y llena de matices— de películas clásicas como Breve encuentro (David Lean, 1946) o Estación Termini (Vittorio de Sica, 1952), aunque su realizador afirma haberse inspirado en una primera visión de La piel suave (François Truffaut, 1964), la crónica de un adulterio trágicamente resuelto. Pero, en esta ocasión, el encuentro casual y la fugaz relación amorosa entre una actriz parisina de teatro y un profesor de literatura inglesa aparecen totalmente exentos de toda carga sentimental o moralizante.
El personaje de Alix —la magnífica Emmanuelle Devos— asume el punto de vista del relato como mujer de mediana edad aquejada del estrés y la ansiedad propios de los tiempos actuales, sin un especial brillo profesional, con problemas de dinero, con un compañero ausente y con discusiones familiares, mientras su amante ocasional Douglas —Gabriel Byrne— aparece en un segundo término ya que su presencia y actitud sirven para definir el tono de sus encuentros, en ella una mezcla de duda y pasión, de miedo e ilusión que viene enriquecida en su verosimilitud por la autenticidad de un entorno físico y humano cotidiano —las calles de la ciudad y sus habitantes—, todo ello contado con un desarrollo temporal en el que coincide la duración real con la fílmica en una obra que no hubiera sido posible sin las bien asimiladas aportaciones estilísticas de la “Nueva Ola” francesa.
Un film repleto de sugerencias, de observaciones y de pequeñas elipsis que vigorizan un relato sobre el descontrol de los sentimientos cuando irrumpe una atracción erótica tan repentina como arrolladora. Una historia que hace décadas nos hubiera parecido quizás reaccionaria pero que ahora nos convence por su lúcida sensatez, porque a la postre la protagonista embarazada utiliza su libre albedrío cuando decide regresar con su pareja habitual, compensando con la seguridad de lo conocido los inconvenientes de la rutina.
A todos estos méritos debe añadirse la exquisitez de una banda sonora con música de Raf Keunen y con hermosos fragmentos de ilustres compositores como Vivaldi, Mozart y Verdi, entre otros.
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