(4) SUEÑO DE INVIERNO, de Nuri Bilge Ceylan.

FILOSOFÍA DE LA VIDA COTIDIANA
Las cuatro magníficas películas que conocemos del turco Nuri Bilge Ceylan —Lejano (2002), Los climas (2006), Tres monos (2008) y Érase una vez en Anatolia (2011)— han dado paso a la excelente Sueño de invierno, galardonada con la Palma de Oro y con el Premio de la Crítica en el festival de Cannes 2014, una inteligente mezcla estilística de las aportaciones de dos grandes maestros del cine: Ingmar Bergman y Theo Angelopoulos. Se supone por ello que el film va dirigido especialmente a cinéfilos cultos y dotados de una exquisita sensibilidad, ya que su fecunda base literaria —tres cuentos de Anton Chéjov muy libremente adaptados además de citas pertenecientes a Shakespeare, Dostoievski y Voltaire— y sus 195 minutos de metraje lo hacen poco apto para una explotación apoyada exclusivamente en criterios comerciales.
El relato, que juega con el tiempo de forma muy elástica, gira en torno al protagonista Aydin —Haluk Bilginer, extraordinario intérprete, como el resto del reparto—, un antiguo actor convertido en modesto hotelero, escritor y pequeño propietario de quien se hace un complejo y profundo retrato como hombre a la vez egocéntrico y generoso, culto y elitista, tierno y abrupto, mostrando las difíciles relaciones que mantiene con quienes le rodean gracias a un elaboradísimo guión del propio realizador y de su esposa Ebru Ceylan —responsable del sentido lógico y realista de la narración— y a la excelente fotografía de Gökhan Tiryaki, con sus hermosos planos generales de exóticos paisajes nevados de Capadocia —que determinaron muchas de las situaciones y el tono general de todo el libreto— y con unos interiores iluminados por zonas, al modo con que Vittorio Storaro componía las imágenes de sus planos.
Un ritmo pausado, tomas de larga duración y secuencias de gran extensión temporal caracterizan a esta admirable película que, pese a su reposado devenir, va aportando sin cesar nuevos datos y conceptos gracias a una puesta en escena, tan austera como poética, que sugiere el eterno contraste entre normas y conductas, entre ilusiones y frustraciones, presentando a las personas como un conglomerado de contradicciones y, sobre todo, como un campo de batalla en el cual se enfrentan todo tipo de dilemas morales, de pasiones y de ideas. En suma, el choque entre la responsabilidad individual y el sentido de culpa configura ese viaje a lo esencial de la condición humana que es, en definitiva, Sueño de invierno.
Una película dotada de un enorme rigor conceptual donde la fusión de filosofía y sociología permite observar con lucidez las distintas facetas que presentan las relaciones humanas —el ser y el contexto—. Y lo hace con la ayuda de abundantes y densos diálogos así como de reflexivas voces en off, unos y otras arropados por breves y melancólicos compases de la Sonata nº 20 de Franz Schubert.
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