(3) EL HOMBRE MÁS BUSCADO, de Anton Corbijn.

SOSPECHOSOS HABITUALES
Este tercer largometraje del cineasta holandés Anton Corbijn —tras los interesantes Control (2007) y El americano (2010)— es una adaptación de la novela homónima del británico John Le Carré, un thriller sobre un grupo de agentes secretos encargados de prevenir el terrorismo en Hamburgo con labores de espionaje y de información que funcionan con cierta independencia respecto a los servicios de inteligencia estatales alemanes y de la CIA. En este caso, su lucha va dirigida contra los islamistas radicales y su financiación en una sociedad hipersensibilizada tras los atentados de septiembre de 2001 en Nueva York.
Pero más allá de los mecanismos de la intriga, de las presiones políticas y de la estrategia policial, lo que en Le Carré y en el film interesa es no sólo el retrato de unos personajes solitarios, acosados o atormentados —el whisky, los cigarrillos y los gestos del protagonista Günther— sino especialmente la función de la ética en toda actuación violenta. Y todo ello en un contexto occidental en el que se sacrifican los derechos humanos en aras de la seguridad. Ya se sabe, todos los sospechosos con culpables mientras no demuestren su inocencia. O sea, primero disparar y después preguntar. Como sucede también en los libros de Graham Greene, los valores que encontramos aquí no sólo son de orden literario —sea por la complejidad de la trama o por la profundidad de los resortes psicológicos— sino básicamente los arraigados en fundamentos sociales y morales.
En El hombre más buscado, pues, no hay buenos y malos de una pieza sino mecanismos institucionales dotados de mayor o menor justificación, además de una ambigüedad que afecta a muchos de los estamentos y personajes: el banquero, el Dr. Faisal, Issa Karpov y su padre muerto, los agentes, etc. Casi todo el peso de la película descansa en la excelente interpretación del malogrado Philip Seymour Hoffman, acompañado por Rachel McAdams, Willem Dafoe y Robin Wright, entre los nombres más conocidos, que visualizan con lucidez el eterno conflicto entre los valores democráticos y la violencia gubernamental, entre la justicia y los daños colaterales, entre la razón y la fuerza, entre la verdad y la propaganda. Anton Corbijn demuestra de nuevo su dominio del lenguaje cinematográfico en una narración tan eficaz como vibrante y sensible. Y lo hace con la ayuda de una fotografía de tonos grises, los de un Hamburgo filmado en pleno otoño.
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