(2) BETIBÚ, de Miguel Cohan.

SE HA ESCRITO UN CRIMEN
A raíz del innegable éxito de El secreto de sus ojos (2009), el cine argentino ha cultivado el thriller con sobrada solvencia —anteriormente también, pero no llegaba a nuestras pantallas con tanta frecuencia—, contando además con el acervo literario de la célebre escritora Claudia Piñeiro como punto de arranque de algunos de sus títulos más emblemáticos. Es el caso de Betibú, un entretenido y solvente relato criminal que fusiona la estructura narrativa del género policíaco con la descripción de tipos y ambientes de la redacción de un periódico para narrar la investigación del misterioso asesinato de un poderoso empresario, degollado en su lujosa mansión ubicada en el exclusivo country residencial La Maravillosa.
El Tribuno, uno de los diarios de mayor tirada del país, decide complementar la investigación del novato encargado de la sección de sucesos y su versado subalterno con la colaboración de una prestigiosa escritora de novelas policíacas en plena crisis creativa, obligada por sus estrecheces económicas a aceptar el encargo del director de la publicación, su antiguo amante.
Partiendo de la desaparición de una misteriosa fotografía en el escenario del crimen, Betibú despliega una confusa y recargada trama que también abarca otras muertes violentas de representantes de la élite económica argentina, sumergiendo al espectador en una turbia conspiración —plagada de chantajes, favores y pactos de silencio— de unos presuntos poderes fácticos que actúan desde la sombra. Ejerciendo de eje narrativo de la película, como Jessica Fletcher en Se ha escrito un crimen, Nurit Itscar asume la iniciativa investigadora descubriendo al autor intelectual del crimen gracias a sus grandes dotes de observación.
Reconozco el buen hacer de los intérpretes que encarnan a los protagonistas de la historia, especialmente un inspirado Daniel Fanego, un cumplidor José Coronado y una convincente Mercedes Morán. Lo mejor de Betibú es, sin duda, la descripción de personajes y sus relaciones, así como la dirección de actores. Pero decepciona la fragilidad con que se explica el encadenamiento de tanta muerte. No acabo de creerme la motivación del villano, lo rebuscado de su actuación para justificar un crimen cuyo origen se retrotrae a un trauma de juventud.
Ello no resta valor a la meritoria factura técnica del film, dotada de una impecable fotografía, y una narración eficaz que mantiene el suspense a lo largo del metraje. Miguel Cohan demuestra así su saber hacer en este difícil género, tal y como comprobamos en su interesante debut Sin retorno (2010), tras una amplia experiencia como asistente de Marcelo Piñeyro en films como Plata quemada (2000), Kamchatka (2002) y El método (2005).
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